Cincuenta y seis

(*) Periodista y escritor canadiense, pero tan cordobés como La Cañada. Pluma fina y comprometida comparte este texto inédito en LA NUEVA MAÑANA.

Deportes 30/10/2016 Gringo Ramia (*)
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Cincuenta y seis años, Diego. Todavía estás acá y eso que han pasado ríos caudalosos, aguas enfurecidas, crecidas que se han llegado a destruir todos los puentes. Para hablar de vos no me alcanzan los refranes porque los dejás chiquitos y hay que darlos vueltas. Pero supongo que a eso ya lo sabés, si te has cansado de desafiar el orden. La razón es un defensor duro, frío y matemático y te cansaste de pasarlo una y otra vez, una y otra vez. Por más cálculos que hiciera, por más ecuaciones y cálculos de variables, nunca podía despejar la incógnita. Tantas vueltas le diste al pobre ñato, tantas veces lo pasaste al defensor-razón, que no le quedó otra que sentarse a llorar. Hay pocas cosas tan genuinas como el llanto de un jugador de fútbol. Y ahí, cuando ya no había mucho para pensar, te acercaste a levantarlo, darle una palmada, mostrarle tu enorme sonrisa, y lo invitaste a jugar al fútbol.

Cincuenta y seis años, Diego. A veces en este país, quererte como te quiero es como estar metido en el área en el minuto noventa. Siento que tengo que estar despejando ataques. Pero, entre nosotros, esa defensa, esa adrenalina de estar colgado en el travesaño para no perder este partido de amor, es el combustible que hace funcionar este maravilloso motor. Te veo saludarnos, a todos los argentinos, sentado en un sillón, con un pijama horrible, de esos que usa la gente de guita e imagino a los otros, esos que me tiran centros al área, que me quieren cagar a goles, con espuma en la boca, alimentando el odio histórico de clase, pidiendo que te calles, que dejes de hablar y gambetear, que te quedes en el molde. Supongo que para ellos también sos el combustible de su odio. Cada tanto meto una contra, un par de buenos pases y tiemblan las estructuras de la maldad pero al rato estoy de vuelta en mi campo, con los míos, sudando el partido, mirándonos a los ojos, reconociéndonos como parte de algo y sonriendo.

Cincuenta y seis años, Diego. Unos veinte mil cuatrocientos cuarenta días de vivir como si fuera el minuto noventa de un partido. Hay que ver cuántos de los que hablan se podrían haber aguantado el ritmo del partido. Media hora de tu vida debe ser una fórmula hiper concentrada que el resto de los mortales tiene que diluir en litros y litros de días, semanas y años. Y creo que ni así lo bancarían. Me gusta tu imperfección, tu sonrisa de niño, tus exabruptos y tu cara de sota cuando le hiciste un caño a la empleada del hotel; te quiero por tantas pequeñas cosas que enumerarlas sería en vano.

Cincuenta y seis años, Diego. Estés donde estés te abrazo fuerte. Seguí jugando, seguí haciendo la tuya. Nosotros estaremos acá, defendiendo la innegociable convicción de quererte mucho. Feliz cumpleaños.

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