Son muchos pensamientos para una sola cosa

La cancha, aún en su estado embrionario de potrero, sólo es bella en las fotos. En la realidad, es un escenario cruel que devora a los débiles y, por arte de magia, genera emociones que nos hacen vivir.

Deportes 10/07/2018 Eduardo Eschoyez
La hora de la verdad

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Por: Eduardo Eschoyez - Especial La Nueva Mañana

PEQUEÑOS RELATOS

El final feliz no existe. La cancha, aún en su estado embrionario de potrero, sólo es bella en las fotos. En la realidad, es un escenario cruel que devora a los débiles y, por arte de magia, genera emociones que nos hacen vivir. La alegría es alivio; la angustia es revancha. Curiosas paradojas.

¿Es un escenario virtual? No necesariamente. ¿Es sólo la imaginación? No necesariamente. ¿La realidad supera a la ficción? No necesariamente. ¿Es una fábrica de héroes y villanos? No necesariamente. ¿El arco es más chico para el pateador que para el arquero? No necesariamente. La distancia entre el punto de lanzamiento y el arco ¿es mayor para el arquero que para el que patea? No necesariamente. ¿Sólo valen los goles al ángulo? No necesariamente. ¿Están bien pateados sólo los penales que terminan en gol? No necesariamente. ¿La atajada perfecta es con una volada? No necesariamente. ¿Se vale fundir? No necesariamente. ¿Los goles de puntazo son anulados? No necesariamente. Si el tiro es despacito y el arquero lo ataja ¿el pateador es un sobrador? No necesariamente. Si el tiro es despacito y el arquero va para otro lado ¿el gol es un golazo? No necesariamente. ¿Esta narración es inspirada en un hecho real? No necesariamente.

El triángulo, orgullo de la seño

Hay un estruendo, que los protagonistas no escuchan. Un ruido perfecto, alimentado por los gritos, por el aliento, por el silencio que aturde. Ahí, en ese triángulo donde la verdad espera ser escrita con sudor y lágrimas, mandan los sentidos. La razón boxea con la intuición. Se impone la capacidad para tomar una decisión y no se debe fallar.

Está todo listo. Nunca un triángulo fue tan perfecto: la seño de cuarto grado estaría chocha con la lección de geometría aprendida. Hay un monstruo de mil ojos que reparte su anatomía intimidatoria, para clavarnos la mirada desde cada centímetro posible. Arranca al lado de un palo del arco, se proyecta hasta tres pasos atrás de la pelota (espacio que necesita el pateador para tomar distancia), da la curva cerrada y regresa presuroso con su arquitectura humana, para terminar junto al otro palo. La línea de gol completa la figura.

Solos, vos y yo

El arquero se siente contra el paredón y se viene un fusilamiento. Encima, lo dejan solo: como al boxeador, al que le sacan hasta el banquito…. Sólo están él y sus convicciones, con los guantes secos (y ajenos) y los botines tapados de tierra. Si lo ataja, lo van a abrazar y algo más importante: la condición de winner, tal vez, pueda abrirle puertas para llegar al corazón de la morocha de la otra cuadra. Pero ¿y si es gol?... “¡Cómo no me quedé en mi casa!”…

Toma aire, una y otra vez. Esto no es para cobardes… aunque el que patea siempre parece un crack. El que llega ahora, como los otros que vendrán, es sospechado de infalible y acomoda la pelota como si estuviera seguro que el arquero no podrá con él.

Comienza la batalla psicológica. A lo Pappo: son muchos pensamientos para una sola cosa. “¿Me quedo parado?” “Es feo que sea gol y yo me quede como un cono… me tiro igual”; “El primer penal casi siempre va cruzado, para asegurarlo… Pero el pateador sabe que yo lo sé. Entonces, a lo mejor es preferible que él no sepa que yo sé, que si él sabe lo que voy a hacer es porque pienso cambiar…”…

El pateador se acomoda nerviosamente las medias. ¿Para qué? ¿Para la foto? Busca en la pelota, un detalle amigable para acomodarla de forma tal que le dé suerte. Darle besos es muy exagerado… “Acá está, así es”, dice. Saca un par de piedritas del piso árido del área, deposita la pelota como si fuera un bebé, con las dos manos jurando amor eterno. Respira profundo. Uno, dos y tres pasos. Suficiente.

Al costado, los científicos de turno afirman que tres pasos es poca distancia, porque el arquero debe sentir que le van a arrancar la cabeza y eso se logra sólo con una carrera más larga. “Mete más miedo”, dice uno de corte cubana retro que sueña con sus piques al vacío. Otra biblioteca los contradice: pocos pasos significan seguridad para patear y decisión ya tomada. Es gol seguro.

Rápidamente, se hacen cursos de sociología para interpretar las caras, sus expresiones y la relación de los gestos con el nivel de julepe de los protagonistas. “El ‘9’ está asustado”; “¿Viste al arquero? Se le llenó el pañal…”.

El mural es completo cuando brotan los profetas, tipos infaltables en la composición demográfica del potrero. Son personajes generosos en conocimiento que comparten su capacidad para anticiparse a los hechos y saben qué pasará en ese instante trascendental. Siempre atrás del arco, anónimos y convencidos, proyectan sus consejos de forma desinteresada: “Va a la derecha…”; “Lo tira a la izquierda, haceme caso…”; Quedate parado, flaco…”.

La hora de la verdad

El sonido es un tormento. No vuela ni una mosca (y eso que a las moscas les gusta el “fulbo”).
La pelota llora su pena de amor, entre la caricia que promete el amante que patea y el abrazo epidérmico del que la espera y desespera para irse a vivir juntos. Son unos pocos pasos ¿quién tiene más chances de ganar? ¿El que patea, porque decide? ¿El arquero, porque si la ataja se consagra?.

Ya está. Suena el silbato. Mano a mano, el bien contra el mal. Uno que diseña la alegría de un gol y otro, cuya esencia es evitarlos. Viene el tiro, pie abierto buscando el palo derecho, que no es garantía de nada pero al pateador le sale mejor ahí; cuando la pelota sale, él se convence que será gol. El arquero no le cree y lo espera hasta el último instante. No hay dudas, es contra su palo izquierdo: hacia allí se inclina y dispara una volada de urgencia, precisa, eterna, con dedos de goma que están a punto de desviar ese remate….
Maldito celular: siempre me pasa lo mismo… Tengo que ir a trabajar.

 

 

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