Juicio por delitos de lesa humanidad: cuatro mujeres relataron el horror

Con la precisión de un mecanismo de relojería, semana tras semana se va desarrollando el duodécimo juicio por delitos de lesa humanidad en Córdoba. Como es habitual, este miércoles declararon otros cuatro testigos, en una novena audiencia que tuvo la particularidad de que dos de las convocadas ante el Tribunal son, además, sobrevivientes de los hechos que se investigan.
Se trata de María Cristina Fonseca y María del Carmen Pietri, que vía videoconferencia la primera y de modo presencial la segunda, relataron ante los jueces Carolina Prado, Jaime Díaz Gavier y Julián Falcucci parte del horror que les tocó vivir en la aciaga noche del terrorismo de Estado.
“Salvate, me llevaron a la mía”
Abrió la jornada Fonseca, ex trabajadora ferroviaria, quien relató cómo fue arrancada de su hogar familiar la madrugada del 8 de junio de 1976 por un grupo conformado por “mucha gente, 16 personas“. La testigo contó que los extraños tenían los rostros cubiertos con “bufandas y gorros tejidos”, dos de ellos estaban “a cara descubierta” y uno portaba “uniforme del Ejército y una media en la cara”. A la joven la cargaron en un auto para llevarla hacia la vivienda de una compañera de trabajo, Graciela Torres, a quien también secuestraron; las dos mujeres son llevadas a un centro ilegal de detención, en el que son exhibidas ante otras mujeres e interrogadas, para finalmente ser liberadas a las 9 de la mañana del día siguiente “en una plazoleta entre la terminal y el Hospital de Niños”.
“Mi papá me pidió perdón por no haber podido protegerme”, dijo, en un momento de su conmovedor relato. “Fue una terrible experiencia que nos marcó la vida”, completó, para narrar también consecuencias familiares y laborales del terrorismo de Estado y los nombres de otros trabajadores ferroviarios secuestrados y desaparecidos, "10 u 11 en total".
Pero días más tarde, el 29, refirió que llegó a su vivienda la madre de su compañera de cautiverio, que ensangrentada le dijo: “sálvate, me llevaron a la mía”. Torres, nuevamente secuestrada, estuvo desaparecida y sus restos recuperados posteriormente en el cementerio de San Vicente; ella, que logró sobrevivir, se reconoció como parte de una generación “atravesadas por los golpes de Estado” y reivindicó el valor de la solidaridad.
Con respecto al lugar en el que permaneció detenida, la mujer señaló que apenas recuperada la democracia tuvo oportunidad de recorrer la zona del ex centro clandestino La Perla, y que allí fue donde permaneció cautiva por algunas horas. Y refirió que por aquellos años no se conocía al sitio con el nombre con el que pasó a la triste historia de la represión en Córdoba y el país como el mayor centro clandestino del interior, sino que se hablaba “de la zona del Chateau” y “de La Quintana”, por el ex Grupo de Artillería 141 que llevaba ese nombre.
Con pelos y señales
La otra testigo-sobreviviente que declaró en la jornada fue María del Carmen Pietri, por un hecho ocurrido el 29 de marzo de 1976 en cercanías de Cruz del Eje. La mujer, docente jubilada, inició su testimonio de modo conmovedor: exhibiendo el documento de su esposo desaparecido, Adrián Ferreyra, de quien dijo que “fue retirado de ese lugar como una cosa”.
Pietri y Ferreyra fueron detenidos por personas de civil armadas a bordo de dos autos, uno de ellos un Chevrolet naranja, y conducidas a la comisaría 12 de Cruz del Eje, según la testigo bajo la supervisión del entonces militar Carlos Meira, quien está imputado en este juicio y dependía el Grupo de Artillería 141. Con un relato pausado y abundante en detalles pese a los 44 años transcurridos, Pietri relató que del operativo irregular participaron además “un camión con soldados” y “un jeep militar” en el que se desplazaba Meira, aseguró.
Ya en la comisaría ubicada frente a la plaza de esa localidad, contó que pudo ver cómo su esposo era interrogado por Meira y por Arturo Grandinetti -otro imputado-, quienes estaban vestidos –refirió- con el uniforme del Ejército. A ella misma, embarazada de 9 meses, le requirieron datos filiatorios y la liberaron “esa nochecita”, cuando “me llevaron a la misma casa en la que había estado”, la vivienda de la abuela de Ferreyra en Media Naranja. “Yo estaba en estado de shock”, relató.
En su relato, Pietri situó varias veces a Meira en la comisaría, ese 29 de marzo y el día siguiente, cuando lo esperó todo el día en la plaza de enfrente, a eso de las 17 horas lo vio arribar y “lo abordo y le pregunto qué pasaba”. “Me hace pasar, me dice que habíamos sido investigados, que iban a hacer juicios, que éramos o habíamos sido Montoneros y que si Adrián no tenía responsabilidad iba a ser dejado en libertad. Que me quedara tranquila, que lo llevaban a La Calera”, completó.
La testigo señaló que ese día pudo ver a su esposo por unos segundos, con Meira al lado, y de él nunca más supo, pese a las averiguaciones realizadas durante muchos años. Y leyó además un párrafo de una carta de época de su suegra, quien le escribió a Meira preguntándole: “Señor Meira, ¿qué hizo con mi hijo?”. Por pedido del fiscal Maximiliano Hairabedián, la copia del escrito fue incorporada al expediente.
Pietri refirió además su necesidad de conocer quiénes eran las personas de civil que los detuvieron, dijo ver “gestos parecidos” en algunos imputados, y confió en que “alguien va a poder decir quiénes eran”, en referencia a los imputados por su caso. Los acusados, que estaban conectados a la audiencia de manera remota, guardaron silencio.
Un descampado con una construcción baja
A su turno, Esthela Clara Schussler narró el operativo ilegal que costó el secuestro, desaparición y posterior muerte de Omar Olaechea, la noche del 19 de mayo de 1976 en un departamento de avenida Vélez Sarsfield, un caso cuyos pormenores ya habían sido narrados en audiencias anteriores. Dijo que los atacantes estaban vestidos “de civil” aunque “creo que algún uniforme también”, y que junto al muchacho –su novio- fueron conducidos “a un descampado con una construcción baja fuera de la ciudad” y dijo que ese sitio “podría ser La Perla”. Y señaló que estaría dispuesta a efectuar un reconocimiento físico del sitio donde estuvo detenida, solicitud que el fiscal elevó formalmente pero sujeta al contexto de pandemia; la concreción será evaluada por el tribunal en los próximos días.
“Poder llevarle una flor después de 44 años”
Por otro lado, la testigo Norma Gladys Bicocca imploró a los jueces “que alguien me pueda decir qué pasó con mi hermano” e interpeló directamente a los imputados: “Los señores militares, que me puedan decir qué pasó con mi hermano, para poder llevarle una flor después de 44 años”. “¿Ustedes no saben nada?”, les preguntó.
Eduardo José Bicocca, de 24 años, trabajaba en el Frigorífico Mediterráneo, donde tenía militancia gremial, y fue secuestrado la madrugada del 26 de mayo de 1976 de una pensión en Unquillo. Aún continúa desaparecido.
Con lenguaje sencillo, Norma se lamentó por “tantos chicos desaparecidos” y entre las tantas gestiones realizadas para conocer la suerte de su hermano, se lamentó por no haber acudido a la casa del genocida Luciano Benjamín Menéndez. “No me animé”, dijo.
La próxima audiencia será el miércoles 11, desde las 10.
Noticias relacionadas: