Alejandro Sabella y un vacío que describe su grandeza

Respetuoso, visionario, el último hombre que invitó a soñar con el título del mundo, que se le escapó por centímetros. Pesar en el universo futbolero por su fallecimiento, ocurrido este martes.

Deportes 08/12/2020 Federico Jelic Federico Jelic
Sabella gentileza
Alejandro Sabella murió este martes a los 66 años. Foto: gentileza

Muchas veces el parámetro de la grandeza es distorsionado por la pasión, los elogios desmesurados o las críticas infundadas. No obstante, un molde para analizar ese fenómeno puede ser el vacío. Y cuanto más fuerte y doloroso es el vacío es porque nadie ocupo esa vacante con la misma intensidad. Esa es una metáfora o una expresión casi artística para describir el legado inmenso de un Alejandro Sabella que dejó su partida,  a los 66 años, producto de una descompensación cardíaca. A pesar de que había presentado una leve recuperación, pareció que se trató nomás de una de sus tantas estrategias como hacía en su época de DT: recuperó algo de salud y lucidez para despedirse de sus seres queridos para después viajar rumbo al túnel que lo llevará al vestuario celestial. 

Así fue siempre su carrera, con un proyecto táctico, una planificación adecuada que lo llevó a destinos impensados y sobre todo a un tardío reconocimiento y reivindicación del ambiente futbolero. Ese que lo supo cuestionar poniendo en tela de juicio aspectos conservadores a pesar de jugar con cuatro delanteros por momentos  y que después, de manera magnánima, aceptó las disculpas sin revanchismos. Su carácter no tenía nada que ver con la venganza social. 

La vuelta olímpica en el Minerao para llegar a la cúspide de América.  Quedó a un minuto de ganarle al Barcelona de Guardiola con su Estudiantes de La Plata. A 30 centímetros de levantar la Copa del Mundo en Brasil 2014. La grandeza de "Pachorra"  se percibe y siente desde su ausencia, vacante que en la Selección Argentina no pudo ser cubierta desde su salida y también con su legado y compromiso con su pasión docente. 

"Pachorra" soportó estoicamente las críticas mordaces por no incluir a Carlos Tévez en la cita mundialista y nunca escondió su idea. Aceptó las pérfidas provocaciones, respondiendo con fútbol y con estrategia pura. Porque su virtud fue esa, saber leer e interpretar los momentos del futbol y la vida. Por eso mientras desde AFA apostaban al clamor popular para que continuase en la máxima representación nacional, priorizó su salud por encima de todos aquellos que fueron a pedirle perdón de rodillas. Su reivindicación fue esa, incluso ignorando los petrodólares de Medio Oriente. 

Ya había dejado todo en el fútbol, su despedida fue precisamente en ese mundial de Brasil, que puso en el equipo ideal nada menos que a Marcos Rojo, el más cuestionado, y sin embargo después de esa Copa quedó como indispensable. Y el silencio aturde al no encontrar eco en su sucesión: después de Sabella, hoy hay nada misma. 

En lo cultural siempre fue moderado. En lo político, definido como "de izquierda" pero sin fundamentalismos, esos que tanto "garpan" socialmente pero nunca su estilo fue la demagogia ni "vender humo". Sin imposiciones en nada pero con el respeto como bandera. En cada conferencia de prensa primero cavilaba las respuestas para después ejemplificarlas. Un maníaco de lo táctico, quizás por la escuela que lo formó, con las obsesiones de Carlos Salvador Bilardo, por eso forjó ese perfil que al fin de cuentas, solo le trajo gloria. En la cancha también regó talento como armador y hoy tendría que ser recordado también por haberse consagrado campeón del mundo en México '86, ya que formó parte de la lista final pero el gran político-equilibrista-demagogo llamado Julio Grondona lo cambió por Carlos Tapia, a pesar de que con Miguel Russo compartieron la cena final de festejo. Pero Grondona tenía otros planes: cambiar a ambos por Tapia y Héctor Enrique, con la consigna de que "el equipo necesitaba alguna representación de Boca y River para ser más popular". Ahora lo espera Maradona en el olimpo, como para seguir tirando paredes y llenando de fantasía los ojos de los ángeles. Suena exagerado, pero es la imagen que prefiero y elijo ver en este momento. 

Hasta esas injusticias se bancó sin chistar ni abrir la boca. La polémica no era lo suyo, sus contestaciones iban en cancha y en pizarra. Un docente que comprendió como prioridad crecer desde las limitaciones quizás, con aventuras a veces desmedidas aunque siempre con el manubrio para compensar otras posibles falencias.

Sus dirigidos lo respetan, sus detractores cambiaron de visión sobre él para ponderarlo y sus apóstoles lo lloran. Sabella invitó otra vez a soñar a aquella generación melancólica que fue campeona del mundo en México para enseñarles a volver a creer. Y su vacante hoy es irremplazable. Allí nace quizás el argumento más sólido para definir su grandeza.

Hasta siempre "Pachorra"... 

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