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Los precios en alza desencadenan especulaciones. El desafío del Gobierno frente a la suba de los alimentos. ¿Cómo hicieron los países de la región para acabar con la inflación? ¿El déficit fiscal es la principal causa de las subas?
Ed Impresa21/01/2021 Facundo PiaiEspecial para La Nueva Mañana
Tras concluir un año de alta inflación, con subas consolidadas en el último cuatrimestre, en lo que va del 2021 los principales precios también continúan en alza. En sólo tres semanas, los combustibles tuvieron tres subas aumentando su costo en más de cinco puntos porcentuales. Hay preocupación de que los alimentos prosigan la escalada acelerada que evidenciaron en el último tramo del año, cuando la carne vacuna aumentó 19% sólo en diciembre. Todo parece indicar que la agenda de este año electoral estará signada por los precios de los alimentos, los salarios y la tensión que siempre añade a la economía nacional el valor invariablemente alcista del dólar.
Ergo, en consonancia con los intereses del establishment, habrá innumerables notas periodísticas, columnas de opinión, editoriales y mucho más, exponiendo las causas de la inflación en la Argentina. Mediante explicaciones autodenigrantes, arraigadas teorías carentes de evidencia empírica y dogmas indemostrables, afirmarán que la región logró superar la aceleración de los precios resolviendo sus desequilibrios fiscales. La primera afirmación es verdadera, puesto que hay pocas economías en el mundo con dos dígitos de inflación, no así la segunda. Hay una discusión aún no saldada sobre las causas de los aumentos de los precios que teorías hegemónicas intentan soslayar.
Para los discípulos del laureado Milton Friedman, la inflación es siempre un fenómeno monetario. De este modo asumen que frente a un aumento de pesos en la economía, al no poder la oferta privada acompañar esta dinámica, la demanda se calienta. Por tanto, al haber una demanda desbordante, los precios terminan por sufrir ese desequilibrio. La inflación sería un mecanismo que se activa frente al aumento de pesos en la economía, para esterilizar la demanda. Y el aumento de la emisión monetaria sería consecuencia del déficit fiscal de los Estados que gastan más allá de sus posibilidades. Ecuación que se reduce en la efectiva metáfora: “le dan a la maquinita”. Una explicación sencilla para una compleja problemática.
Sin lugar a dudas que una economía sin déficit fiscal es más sana que aquella que recauda menos de lo que gasta. Sin embargo, la evidencia empírica existente tira por tierra la explicación monetarista del fenómeno inflacionario. No está comprobada la existencia de una relación significativa entre el déficit y los aumentos de precios generalizados como para que se difunda con tanto empeño. Al contrario. Mientras que el déficit fiscal parece ser la regla general, puesto que la mayoría de los Estados gastan más recursos de los que obtienen mediante tributos, son relativamente pocas las economías con alta inflación. En todo el mundo, no son más de 20 los países que acumulan inflación de dos o más dígitos.
Según información de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el año 2018 sólo dos países de América Latina y el Caribe obtuvieron superávit fiscal. En la vereda de enfrente, fueron 22 las economías de la región que cerraron el año con déficit. Esta no es la excepción a la regla, si tomamos el período 2007-2017 nos encontraremos con valores similares tanto en el continente como en el mundo. En el período señalado, los países miembros de la OCDE tuvieron un déficit público promedio de 4,6%, dentro de los cuales se destaca el saldo fiscal negativo de los Estados Unidos, cuyo promedio supera los 7 puntos porcentuales, llegando a tener déficit del 13% de su PBI en el 2009. En el mismo sentido, las finanzas españolas mostraron un desequilibrio por arriba de la media, al igual que Japón, Grecia, Inglaterra e Irlanda, por mencionar solo algunos casos.
El caso de Japón es emblemático, puesto que en el año 2012 tuvo su mayor desequilibrio en el balance fiscal (-9% del PBI), sin embargo sus precios lejos de subir, experimentaron una deflación. A juzgar por estos saldos fiscales negativos, de ser consistente la teoría monetarista y no patrañas, todas estas economías deberían de estar sumidas en feroces procesos inflacionarios. En el mismo sentido, en la región, vemos que la economía brasilera acumula los mayores desequilibrios fiscales. En el interregno 2007-2017 su déficit promedió poco más del 4% del PBI, mientras que la inflación media anual es de alrededor de 6 puntos porcentuales.
En el periodo analizado, el balance fiscal de la Argentina va en línea con el déficit promedio de los países miembros de la OCDE, no así su inflación. En el país se dan los dos fenómenos, altos precios y desequilibrio fiscal, por eso los sofismas monetaristas parecieran tener asidero. Sin embargo, no se puede explicar un fenómeno desde la excepcionalidad. Si ponderamos las economías más inflacionarias del mundo, vemos que casi ninguna tiene serios problemas de déficit. Por caso, Irán se caracteriza por tener picos inflacionarios elevados y un balance fiscal que sería la envidia de los monetaristas.
Así las cosas, la evidencia empírica nos obliga a buscar las causas de la inflación en otros fenómenos que en el balance fiscal. Los países de la región superaron los problemas de las subas de precios pero no así su déficit. Como ya vimos, en nuestro vecino del norte la inflación se mantiene relativamente estable, lo mismo en Chile, México y Paraguay, por mencionar otros. Es posible que hayan podido resolver este problema acabando con la puja distributiva y la indexación de la economía. Sin embargo, vale mencionar que esto no tiene efectos neutros. Acabar con la puja disciplinando al salario contribuye a la concentración de la riqueza y al fomento de la desigualdad. Según información del Banco Mundial, las economías antes mencionadas son de las más desiguales de la región. Brasil llegó a tener record de desigualdad de renta en el 2018, cuando el 1% más rico alcanzó una renta mensual media de 27.744 reales (u$s6.700, aproximadamente), mientras que el 50 % de menores ingresos obtuvo únicamente 820 reales (unos 200 dólares).
En efecto, en Argentina no podemos perder de vista dos elementos de comprobada incidencia en los precios de la economía: el tipo de cambio y la puja distributiva entre el capital y el trabajo. En ese sentido, el Gobierno tiene que resolver una ecuación compleja, que consiste en reducir sostenidamente la inflación sin esmerilar al debilitado poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones. En otras palabras, equilibrar la puja entre el capital y el trabajo sin disciplinar a éste último, como sí ocurrió en los países antes mencionados. Por otro lado, también tiene que evitar cualquier salto del tipo de cambio que termine repercutiendo fuertemente en los precios internos y en el nivel de actividad, como lo vimos en los últimos cuatro años.
“La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario”, viejo apotegma de la ortodoxia, pareciera no llevarse muy bien con la realidad. Quizás sí lo sea en un escenario con las fuerzas de la oferta y la demanda en equilibrio, en donde la primera trabaja utilizando a tope su capacidad instalada. Es posible que en este caso, frente a una inyección de pesos producto de la emisión del Estado para financiar gasto social, la expansión monetaria termine por repercutir en los precios. Pero nada de esto ocurre en la Argentina, donde la industria apenas utiliza poco más del 50% de su capacidad. De modo tal que la inflación se enciende cuando un beneficiario de alguna asignación va al mercado a comprar víveres, algo que solo ocurre en un relato de realismo mágico.
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