Mauricio Macri y el fin de mandato: la conjura de los necios

Abrazado a la sed de ser el primer Presidente no peronista en terminar un mandato, el actual mandatario quema las reservas del Banco Central y deja a la Argentina al borde del default.

Ed Impresa30/08/2019 Agustín Álvarez Rey
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Hernán Lacunza, agarra fuerte el volante de la economía argentina consciente de la colisión inminente. (Foto: NA)

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Especial para La Nueva Mañana

Encerrado en su relato, preso de un discurso esquizoide, haciendo política dentro de una cabina de teléfono, y apostando a una cada vez más peligrosa polarización, Cambiemos quema las naves y se aferra a la posibilidad de poder finalizar su mandato.

Mientras el subsuelo de la patria emerge en la Ciudad de Buenos y de cara al obelisco sale a gritar su hambre, el gobierno se arrodilla ante los mercados y suplica clemencia. Mientras las Pymes siguen cerrando de a miles por mes, el gobierno responsabiliza al candidato a Presidente del Frente de Todos, Alberto Fernández, de la profundización de una crisis que comenzó en mayo de 2018 y que aun no termina.

En medio de la turbulencia y con la brújula rota, el Presidente oscila entre el éxtasis y la agonía. De la furia post-Paso con reto a los votantes incluido, al pedido de disculpas y llamado al diálogo. Del llanto en el balcón de la Casa Rosada a denunciar un intento de desestabilización por parte de la fuerza que ganó por una ventaja superior al 15% hace 20 días.

Los vaivenes presidenciales fueron descritos de manera brillante por el escritor Jorge “El Turco” Asís quien en su página Asisdigital sentenció: “Pero de pronto, entre los altibajos, emerge el turno de la euforia. Gracias a los convencidos que lo vivaban, que gritaban que aún «se podía». Desde el balcón del General, el Ángel sentía de nuevo la ambición, las ganas de vencer. Se agrandaba, volvía la sed de poder y el explícito deseo de revancha. El proyecto perverso de enredar al volteador, Alberto, y a la volteadora, La Doctora. Ambos atrapados entre las redes del propio colapso. Para alcanzar una segunda vuelta y vencer en el difuso balotaje”.

Hernán Lacunza, agarra fuerte el volante de la economía argentina consciente de la colisión inminente.

En medio de la desorientación interna y el nerviosismo general que atravesó otra semana negra, Hernán Lacunza homenajeó al Domingo Cavallo modelo 2001. Anunció el fracaso del programa económico de Cambiemos, vaticinó el “reperfilamiento” de la deuda y sirvió la mesa para el default. Lacunza sabe, como todos los economistas, que hay vida para Argentina después del default pero también sabe, como todo los políticos, que no habrá vida para Cambiemos después de la cesación de pagos.

Si bien distintos referentes políticos aún tienen dudas sobre el significado del reperfilamiento no hace falta más que ir a las fuentes para saber de qué se trata. En su blog personal el ex Ministro de Economía Domingo Cavallo detalló hace algún tiempo el proceso vivido en 2001. En ese marco recordó: “En el segundo semestre del 2001, quedó claro que la Argentina había perdido el acceso a los mercados internacionales de capitales. Esto pasó a pesar de todos los esfuerzos previos realizados para lograr un reperfilamiento voluntario de la deuda (los llamados `blindaje´ y `megacanje´)”. Así las cosas, Hernán Lacunza, apenas un salieri de Cavallo, agarra fuerte el volante de la economía argentina consciente de la colisión inminente.

En medio de la catástrofe social en la que vive la Argentina y la incertidumbre institucional y financiera en la que naufraga el Gobierno, Marcos Peña sacó a la cancha a sus cuadros más mediocres, entre ellos el diputado Fernando Iglesias, para intentar poner la responsabilidad de la crisis en el imaginario del peronismo destituyente.

El fin de un breve ciclo trágico y empobrecedor parece inexorable. Cambiemos se enamoró de su jugada, un error que en política cuesta caro y se paga con elecciones. Se creyó su propio relato, que siempre debe ser para los otros, y leyó como una sociedad complaciente a una sociedad que solo esperaba paciente.
Los datos que mes a mes muestran los indicadores económicos dan cuentas claras de la magnitud de la crisis. El deterioro de la Argentina se puede ver sin pisar la calle. Alcanza con una rápida mirada desde cualquier ventana para ponerle rostro a esos números que asustan.

Cambiemos se enamoró de su jugada, un error que en política cuesta caro y se paga con elecciones. Se creyó su propio relato, que siempre debe ser para los otros, y leyó como una sociedad complaciente a una sociedad que solo esperaba paciente.

La creación de 4 millones de nuevos pobres, el cierre de cientos de empresas, el aumento de la desocupación, y la caída del consumo en todas sus versiones son la radiografía de una Argentina paralizada y devastada por el plan económico que comenzó a ejecutarse en 2015. Los datos del Indec revelan que en el primer semestre de 2019 el consumo de carne cayó un 32% y el de leche un 12%.

Ante este escenario, que es el corolario del ajuste permanente que vive la sociedad argentina hace cuatro años, la figura de Jaime Durán Barba se agiganta. En el seno de Cambiemos cuestionan al consultor ecuatoriano y le endilgan la derrota. Salvo, Elisa Carrió y Fernando Iglesias, el resto de los referentes del oficialismo todavía cuentan con la capacidad mínima necesaria para saber que eso no es cierto. En todo caso Durán Barba no es responsable de la derrota sino el artífice de haber conseguido poco más de 30 puntos en las Paso y de haber podido realizar una convocatoria masiva a la Plaza de Mayo para “defender” al Gobierno.

Detrás de las críticas hacia el consultor, la campaña y la comunicación lo que hay que ver en realidad es la defensa irrestricta de un modelo de salarios bajos, tarifas dolarizadas y libertades para el mercado financiero. No hay error en los “defensores del cambio”, y Marcos Peña lo sabe.

Cambiemos, como señala el analista Martín Rodríguez, en su columna de opinión en La Política On Line, se transformó ya “en una nueva desilusión argentina” y “su peso, su caída, cae sobre todos, no sólo sobre aquellos que lo sostuvieron, que creyeron, que votaron. Las ilusiones son exclusivas, las caídas son democráticas. Escuchen ese ruido. Es el ruido de lo que estamos arrastrando: el macrismo al galpón argentino de los fracasos”.

Aún faltan dos meses para las elecciones, si es que se cumple el cronograma establecido, y Macri pelea para que su gobierno no termine de manera anticipada por la magnitud de la crisis y, al mismo tiempo, busca entorpecer los primeros 100 días del próximo gobierno. Después de todo esto es política y Macri no está dispuesto a ser el Eduardo Duhalde de Alberto Fernández.

Por su parte, desde su lugar de candidato Fernández trata de despejar los primeros 100 días de lo que imagina como su gobierno. El primer objetivo es no dilapidar capital político antes de asumir, algo que a esta altura parece imposible, y el segundo, no ser el Presidente de un nuevo default.

 

 

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