Lecturas de verano: "Mirar desde la Piedra"

De cada línea y cada historia que dejó Liliana Bodoc, brota una fuerza contundente, anclada en algún lugar entre la música, la poesía y la verdad.

Ed Impresa 09/03/2019 Liliana Bodoc y Gonzalo Kenny
Mirar-corte
Ilustración: eL Esperpento

Zabralkán, hijo y nieto de grandes astrónomos, creció en la Casa de las Estrellas. Los cristales pulidos, los instrumentos de medición y los mapas estelares fueron parte de su infancia. Y aunque jamás le fue permitido jugar con ellos, el niño tuvo con el cielo un trato familiar.

De tanto en tanto, lo admitían en el observatorio principal, aquel donde estaba la mesa de piedra. Se trataba de un bloque rectangular atiborrado de altorrelieves, que se levantaba un palmo del suelo. Así fue como Zabralkán aprendió que la serpiente tallada sobre la piedra era mucho más que un ornamento: girando la cabeza, la piedra se movía sin perder su centro, hasta dejar dos espacios triangulares por los que entraba una persona. 

Girando la cola anudada, la piedra regresaba a su sitio.

Tendría Zabralkán ocho años de sol cuando escapó a la vigilancia de su madre con una intención clara. El niño anhelaba estar solo en el observatorio, ante la piedra adornada con imágenes de pájaros y venados, estrellas y lunas, signos inabarcables, guirnaldas de malva… 

Zabralkán giró con cautela la cabeza de la serpiente y el rectángulo de piedra comenzó a moverse. Pronto, el misterio tuvo dos aberturas en forma de triángulo.

El niño se asomó y vio una habitación alargada y vacía.

No era momento de detenerse, así que bajó los cuatro escalones.

En uno de los muros se abrían dos orificios que dejaban entrar aire y luz. Eso le gustó a Zabralkán, que se subió a la punta de sus pies para mirar el exterior y ver, desde aquel ángulo, la explanada frontal de la Casa de las Estrellas, los caminos que salían desde ella, y el comienzo de la selva. Con seguridad habría también muchos jóvenes astrónomos yendo y viniendo, conversando algunos, pensativos otros.

Eso creía, pero no fue eso lo que vio. ¿Ya caía el sol? ¿Tanto tiempo había transcurrido? ¿Y esos hombres con extrañas vestimentas? ¿Qué sucedía? ¿Por qué nada era como pocos instantes atrás, cuando burló la vigilancia materna? Aquellos extraños alzaron de pronto sus espadas, vociferaron frente a la Casa de las Estrellas y, con expresiones brutales, juraron la muerte de sus habitantes. ¿Quiénes eran? ¿Cuándo habían llegado?

Tembloroso, el niño subió los escalones. Ni siquiera pensó en girar la cola anudada para que la piedra volviera a su sitio. Tampoco se atrevió a abandonar el observatorio.

Se acuclilló en un rincón, paralizado por el miedo. La puerta se abrió, y él cerró los ojos.

—¡Aquí estabas! —dijo su madre, casi sonriente.

La mujer cerró la piedra rectangular.

—Vamos pronto —dijo.

El niño apretó la mano de su madre.

—¿No ocurre nada malo? —preguntó.

—¡Claro que no! Eso sí, tendremos que guardar este secreto.

Nunca contó Zabralkán lo que había visto. Y en cambio, se esforzó por olvidarlo.

miar desde la piedra
Ilustración de EL Esperpento




Canción de Zabralkán


Llegó para Zabralkán el tiempo de componer su propia canción: aquella que lo acompañaría su vida entera.

Todos los zitzahay lo hacían: hombres y mujeres, campesinos y astrónomos, jugadores de pelota y vendedores del mercado.
Como cualquiera de ellos, Zabralkán debía permanecer en soledad el tiempo necesario, bebiendo agua y comiendo frutas, hasta que la canción estuviese lista.
Recién entonces podría salir, transformado en adulto.

Si el cielo es la otra cara
de la tierra
puedo ser campesino,
y arar el campo
de las constelaciones.
Si las nubes son barro
quiero ser alfarero
para moldear la luna,
cada noche.
Porque el sol es el ojo
que no duerme
debo trepar por
un cordel de números
y entregarle mi alma.
Si las nubes son barro
que no duerme
quiero ser alfarero
para moldear mi alma
cada noche.
Si el sol es 
la otra cara de la noche
debo trepar por un
cordel de barro
y entregarle la luna.
Si la tierra es el ojo
que no duerme
puedo ser campesino
y arar la otra cara
de las constelaciones.

Fragmento de “Venado - El arte de los Confines”, de Liliana Bodoc y Gonzalo Kenny (edición de los autores, 2017).


Liliana Bodoc nació en Santa Fe, pero creció y vivió muchos años en Mendoza. Su primer libro publicado fue “Los días del Venado” primera parte de La Saga de los Confines en el año 2000 y desde entonces publicó novelas y cuentos de gran diversidad temática. Murió a los 59 años el pasado 6 de febrero de 2018 y dejó libros, conferencias, discursos, videos. De cada línea y cada historia que tiene su firma brota una fuerza contundente, anclada en algún lugar entre la música, la poesía y la verdad.

Este cuento se publicó en la edición impresa Nº 88 de La Nueva Mañana, correspondiente a la semana del  8 al 
14 de febrero de 2019.

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