
Milei y Macri acaparan la atención política en las elecciones legislativas en CABA
Pocas veces una elección tan irrelevante en sí misma, como la que este domingo tiene lugar en CABA, concentra tanto poder en juego.
Raúl Barón Biza es legitimado como un escritor maldito, un excéntrico, un "apasionado" que construyó un mausoleo en la ruta 5. Sin embargo, si viviera estaría imputado por “intento de femicidio".
Opinión07/03/2018"Eligia no gritaba; se arrancaba la ropa y gemía en voz baja. Yo hubiera querido que gritase con fuerza para que algunos peatones dejaran de sonreír, estúpidos o salaces, y nos permitiesen pasar. Pero Eligia solo gemía, con la boca cerrada, y se arrancaba sus ropas mojadas con ácido quemándose también las palmas, una de las pocas partes de su cuerpo que hasta entonces no habían ardido con la humedad traicionera. Una buena cantidad del ácido que Arón había arrojado a los ojos –porque su intención había sido dejarla ciega y con la imagen de él grabada como última impresión– pudo detenerlo ella con el dorso de sus manos, en un movimiento rápido de defensa que delató la inquietud alerta con que había asistido a la entrevista, pero las palmas se salvaron al comienzo, solo para terminar quemándose así, durante el striptease ardoroso, en el coche que la llevaba a los primeros auxilios”.
Eligia no es otra que Rosa Clotilde Sabattini, segunda esposa de Raúl Barón Biza, o Arón. Quien escribe es el hijo de ambos, el periodista Jorge Barón Biza, quinto integrante de una familia signada por la violencia de género y sus consecuencias: cuatro suicidios, uno tras otro, como en un dominó donde ni el amor, ni la locura, ni el arte, como se ha escrito tantas veces, fueron protagonistas. Sino, que por el contrario, fue la violencia de un hombre contra su esposa, contra sí mismo, y contra sus hijos.
Antes que el hijo de Barón Biza escribiera "El desierto y su semilla” y decidiera luego, en 2001, tirarse de un piso 12 en la ciudad de Córdoba, existieron una serie de hechos que actualmente son narrados, en distintos medios de comunicación e incluso en ámbitos académicos, como si se tratara de una de esas historias de "amor, locura y muerte”. Como si el agresor, Raúl Barón Biza, fuera más un "escritor maldito” o un hacedor de monumentos al amor y no un hombre que de vivir, hoy estaría imputado por "intento de femicidio” al arrojarle ácido en la cara a su segunda esposa aquel 16 de agosto de 1964, en Buenos Aires, cuando ambos se disponían a firmar el divorcio. Un vaso de whisky lleno de ácido, de lleno en la cara, entrando por la nariz, la boca y los ojos de Clotilde, hija del ex gobernador de Córdoba, Amadeo Sabattini. 33 años antes, Myriam Stefford, su primera esposa, había muerto de forma trágica en un accidente aéreo, al estrellarse la avioneta en que viajaba junto a quien tal vez era su amante. ¿Pero fue un accidente? Hay distintas hipótesis al respecto.
Para entender quién fue Raúl Carlos Barón Biza, se han escrito al menos tres libros, uno de ellos por su propio hijo y titulado "El desierto y su semilla”. Otro de Candelaria De la Sota, hija del exgobernador, quien publicó "El escritor maldito” y "Barón Biza, el inmoralista”, de Christian Ferrer. También se han realizado ensayos, que han llegado hasta a ser presentados en ámbitos académicos, como el de Federico Alejandro Minolfi, donde se reivindica la figura de Barón Biza como escritor.
Y si bien su prolífica obra existe y existió, en tiempos del Ni Una Menos, al menos resulta llamativo que no se cuestione la difusión de su persona en espacios culturales oficiales, como ser por ejemplo el Buen Pastor, donde, en 2016 la Provincia de Córdoba montó una muestra fotográfica sobre él y su primera esposa, Myriam Stefford.
Sin ir más lejos, en los últimos meses se han generado intensos debates sobre si el personaje cordobés Jardín Florido merece o no tener su propia estatua. Distintas voces a favor y en contra circularon por los medios e incluso hasta la Legislatura de Córdoba llegó a pronunciarse al respecto. Sin embargo, del nombre de Raúl Barón Biza nadie dice nada. Si hasta en la Feria del Libro, uno de los stands llevó su apellido y aunque la Municipalidad de Córdoba indicó que se trataba de un homenaje a Jorge, periodista y autor de "El Desierto y su semilla", es llamativo que al nombrarlo sólo se diga el apellido, teniendo en cuenta que tanto el padre como el hijo fueron escritores. Lo cierto es que en un país donde ocurre un femicidio cada 30 horas, hay detalles que a esta altura debieran ser tenidos en cuenta.
Y aunque resulte increíble, si se pone en Google la palabra Raúl Barón Biza, se pueden leer extensos artículos periodísticos en los diarios de mayor tirada en Córdoba y el país, y que a pesar de haber sido publicados hace apenas unos meses, continúan hablando de "pasión, locura y muerte” en vez de violencia de género. Casi como si lo de Raúl Barón Biza hubiese sido un intento de "crimen pasional”. Aquella vieja forma de titular los femicidios en los diarios, que cambió hace apenas unos años atrás, pero que todavía pega coletazos en la boca de conductores/conductoras, locutores/locutoras de la radio y televisión. Y es que los siglos de patriarcado no se borran de un día para el otro. En la esfera pública, siguen ahí, agazapados en eufemismos, chistes, modos discursivos, omisiones. En la esfera privada, siguen pegando, matando.
Si la historia fuera justa y la lucha contra la violencia de género no fuera sólo un discurso estratégico del Estado, sino una realidad, este hombre dejaría de ser recordado como aquel que construyó un monumento sobre la ruta 5, a su esposa muerta, Myriam Stefford. O como el escritor maldito del cual se horrorizaría hasta el mismo Charles Bukowski. Raúl Barón Biza sería un agresor, un violento, que terminó provocándole la muerte a la su segunda esposa y madre de sus hijos, Clotilde Sabattini. Raúl Barón Biza sería el título de una noticia de policiales: "Intentó asesinar a su esposa tirándole ácido y luego se suicidó". O: "Barón Biza estaría implicado en la muerte de Myriam Stefford", tal como sostiene la historiadora Carina Villafañe Batica. Y el motor del Chingolo II, el avión donde la actriz suiza nacionalizada argentina, se mató en 1931, a los 26 años, y junto al piloto con el que alguna vez se dijo eran amantes, no sería exhibido en el Paseo del Buen Pastor en una muestra llena de palabras, donde ninguna menciona la violencia de género.
Por eso es urgente, como un primer paso, desnaturalizar el nombre de agresores, y exigirle a los Estados municipal y provincial, que cesen de legitimar a quienes atentan contra las mujeres, aunque sean los más brillantes escritores o construyan el mausoleo más grande de América Latina, paradójicamente, en nombre del amor. Y hasta por qué no, pintar de violeta el ala de cemento de 80 metros de altura, de forma que todas y todos sepamos que allí, a pocos metros, descansan los restos de un presunto femicida.
*Columna publicada originalmente en Sumario.
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