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El Golpe de Estado llevado a cabo por las Fuerzas Armadas el 24 de marzo de 1976 puso a la Argentina dentro de un molde perverso de sometimiento que aún impera.
Ed Impresa24/03/2023 Flavio ColazoEspecial para La Nueva Mañana
A 47 AÑOS
Golpeando las puertas del infierno.
La realidad argentina está íntimamente ligada a aquel propósito basal que llevó a los poderes fácticos a empujar a las FF.AA. a dar el golpe de estado en marzo de 1976. Desde la desquiciante situación económica que transitamos, pasando por la flacidez de la dirigencia política, y llegando hasta el estado de putrefacción en que se encuentran importantísimos sectores de la Justicia, más todas las opresiones que impiden que el país pueda desarrollar a pleno su potencial -en economía, cultura, soberanía, etc.-, todo está atravesado por la implementación del modelo impuesto -a sangre y fuego- por dictadura cívico-militar de 1976, y que, 40 años después de haber recuperado la democracia, la política no ha podido resolver definitivamente.
En 1977 el periodista Rodolfo Walsh -mediante una Carta Abierta- le realizó un conjunto de denuncias, críticas y señalamientos al régimen militar detallando los cómos y porqués del plan que estaba siendo instalado. Walsh advertía lo que se pretendía – y se pretende hoy con igual o mayor fuerza- instalar: económicamente, una reprimarización de la economía (extarctivismo y venta a granel de materias primas -junto a una fuerte desindustrialización-) y una puesta en valor de las finanzas muy por encima de la economía (“…con la economía se puede dialogar, con las finanzas no”, declaró Francisco recientemente); en el ámbito socio cultural: recortes en salud (quien ya ha sido exprimido es mejor que muera y sea reemplazado por sangre joven) y educación (“…porque cuando un pueblo sabe no lo engaña un brigadier”); y en los ámbitos del poder: tener disciplinados (mediante el terror y/o la recompensa económica) a jueces y abogados; a dueños de medios y periodistas; a dirigentes políticos y sindicales; y preparar fuerzas del orden público dispuestas a reprimir ferozmente a cualquier colectivo popular –o individuo particular- que se oponga a la implementación brutal del saqueo y del empobrecimiento.
Walsh reservó para el espacio final de la Carta Abierta un puntilloso detalle de las barbaridades que estaba realizando el gobierno de facto en el ámbito económico y social, y en cuanto a las consecuencias futuras para nuestro país. No se equivocó en nada al expresar que: “… han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación”. Pues bien esas ideas siguieron operando con Raúl Alfonsín; luego, con Carlos Menem, el modelo se profundizó a niveles de espanto; más tarde continuó con el gobierno de la Alianza (De la Rúa -y luego con Duhalde)-; hasta encontrar un muro de contención en los 12 años posteriores -con el peronismo en el poder-. Pero los martillos y las mazas del neoliberalismo que llegaron en 2015 derrumbaron aquel muro, y en solo 4 años restauraron, en mayúscula medida, el modelo neoliberal del 76 (expoliador, explotador y saqueador); para ello destrozaron todo lo que pudo haber ganado Argentina en tres mandatos presidenciales, cuando pudo y supo ponerse de pie. Destacaba Walsh en su carta de 1977: “En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”. Las mismas palabras podrían haber sido expresadas por cualquier periodista que le hubiera escrito una carta abierta a la administración a cargo de Cambiemos durante 2015-2019. Por su parte, la actual administración no ha sabido restituir el estado de situación imperante antes del 2015.
Para implantar el modelo económico neoliberal -pauperizante y extranjerizante-, siempre se necesita reprimir fuertemente a la población mediante el uso del monopolio de la fuerza dando golpes y repartiendo porrazos a diestra y siniestra; por eso casi siempre se intenta llegar a la conducción del estado -de los países/víctimas- mediante mecanismos disruptivos que interrumpan a los ciclos democráticos. Desde el golpe de estado militar -como en Argentina en 1976, pasando por el impeachment o golpe palaciego (como Dilma Rousseff en Brasil, o Fernando Lugo en Paraguay), y llegando hasta la proscripción y/o encarcelamiento de los dirigentes políticos (Lula en Brasil), o empujando al exilio a líderes populares (como al ecuatoriano Rafael Correa). Esta necesidad de represión feroz explica que hoy algunos candidatos a la presidencia en Argentina amenacen con tomar tanquetas - y/o motosierras (como los narcos/paramilitares en Colombia), y/o balas, y/o” metras” (por ametralladoras)- para arrasar y destrozar a todo aquello que se interponga entre sus planes y sus objetivos. Pero volvamos a Walsh; en la Carta Abierta remarca las brutales palabras del genocida Hugo Pascarelli: “La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal”. Cualquier parecido entre estas expresiones del genocida y las de algunos postulantes a presidentes de la derecha actual -aludidos anteriormente- no es, ni por poco, casualidad.
Uno de los aspectos más perniciosos y dañinos que dejó la dictadura es el disciplinamiento mediante el terror que quedó instalado en los cuerpos y en las mentes de toda la población (desde entonces y hasta la actualidad); porque la memoria del castigo despiadado -al que puede ser sometido quien pretenda oponerse al modelo- atraviesa a todos, desde los abogados que desaparecieron durante la dictadura por defender a detenidos/desaparecidos, pasando por la eliminación física -o por la condena al exilio- de periodistas, artistas y/o cualquier funcionario -y dirigente político o sindical- disidente con el régimen. Como mutación hereditaria de aquel método terrorista, el nuevo orden basa su mecanismo de implementación y acción mediante el uso del Poder Judicial encarcelando a dirigentes, funcionarios y empresarios discrecionalmente, al arbitrio descarado de los poderes fácticos reales, y con sentencias que se redactan en los medios hegemónicos para que el sistema judicial las ejecute.
Por su parte, el periodismo presente en los inmensos medios hegemónicos es hoy un cúmulo de operadores, con un bajísimo nivel de formación, carentes prácticamente de moral o ética profesional, y capaces de los actos más abyectos -y las bajezas más indignas- con tal de sostener su pasar acomodado. El mismo Papa Francisco señaló –en una reciente entrevista- los cuatro pecados que el actual periodismo profesa: “la desinformación, digo lo que me conviene y lo otro no lo digo; la calumnia, se calumnia que da calambre; la difamación, que no es lo mismo, porque puede haber tomado un pecado de juventud que ya no está más, pero te lo echan en cara continuamente; y la cropofilia que es el amor al escándalo”.
Lo que ayer fue un rol a cumplir por las FFAA -en los países de la región- hoy ha recaído en los funcionarios de la justicia. El lawfare ha reemplazado –quizás más eficientemente- a los golpes de estado llevados a cabo por tropas de las FFAA. A 40 años de la recuperación de la democracia –y a 47 de aquel inicio del descenso a los infiernos que fue el golpe del 76- solo resta salir a las calles a recordarnos que la sociedad argentina en su conjunto pudo en 1983, primeramente, sacar del poder a los militares, y luego, juzgarlos; y después impedir indultos, o perdones del tipo del 2x1. Estos logros de la sociedad en su conjunto quizás debieran ser tomados en cuenta por quienes hoy se sienten tanto o más impunes que los genocidas del golpe del 76.
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