Intento de magnicidio y después: al final, ¿la vida sigue igual?

A horas del repudio por el intento de magnicidio, el mapa político volvió a mostrarse inconmovible y la polarización impuso sus condiciones.

Ed Impresa 09/09/2022 César Martín Pucheta César Martín Pucheta
CFK Casa © NA
El magnicidio fallido y los interrogantes abiertos. Foto: NA

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La gira de Sergio Massa por EEUU da cuenta de que la vida sigue. La metáfora no es menor en un país que agudizó su crisis política al extremo luego de que un hombre haya apuntado y gatillado contra la cabeza de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el pasado jueves 1 de septiembre. 

La semana pasada, en una nota que quedó vieja por los dramáticos hechos acontecidos sobre el cierre de la edición, decíamos aquí que el despertar de la movilización popular en defensa de CFK y el endurecimiento del discurso opositor habían hecho trizas las esperanzas de alcanzar “una gran acuerdo político” para sortear la crisis económica y social que vive el país y que se llevó puesto a un puñado de funcionarios considerados intocables apenas meses atrás. 

Nada cambió. Lamentablemente. El repudio políticamente correcto de la mayoría de los opositores durante la noche del jueves se diluyó con el pasar de las horas para virar en una serie de acusaciones cruzadas que casi que pusieron en segundo plano el intento de magnicidio. 

Por lo que se sabe, sólo tres opositores se comunicaron con la vicepresidenta para manifestarle su apoyo. Gerardo Morales, Emiliano Yacobitti y Martín Lousteau. Todos ellos, radicales. La titular del PRO, Patricia Bullrich, no sólo no repudió sino que arremetió contra Alberto Fernández, primero, para luego diferenciarse del resto de sus compañeros y compañeras de espacio, siempre por la salida más dura. Cristian Ritondo dijo luego que se había comunicado con personas cercanas a CFK y había expuesto su postura respecto a los hechos. 

Macri, dando la nota

Mauricio Macri, que encabezó la seguidilla de tuits opositores en la noche de los hechos, escribió una extensa carta en la que acusó que el atentado “está siendo ahora utilizado por el kirchnerismo de forma partidaria para iniciar una cacería de enemigos simbólicos a los que les atribuye, sin ninguna racionalidad, la instigación a ese ataque”. El kirchnerismo, pero no sólo el kirchnerismo, habla desde la noche del jueves de discursos de odio emanados desde medios y dirigentes opositores como caldo de cultivo de lo que sucedió en el barrio porteño de Recoleta. 

Tampoco fue menor lo sucedido en el Congreso, el pasado sábado, donde la polarización y la incomodidad que implica poder romper con esa lógica de construcción política quedó expuesta en una sesión convocada especialmente para repudiar los hechos. Allí, el ala dura de Juntos por el Cambio empujó al PRO a votar el repudio y levantarse del recinto. En línea con la postura de Macri, que todavía no había escrito su carta pública, denunciaron una supuesta estrategia del kirchnerismo para utilizar el intento de magnicidio como elemento de presión para “poner trabas” en el proceso judicial que tiene a la vicepresidenta en el banquillo. 

“Nosotros creemos que no es la calle ni el recinto el lugar para determinar los culpables de un delito. Es el Poder Judicial el único que tiene el deber de investigar, juzgar y condenar. No queremos que este hecho gravísimo sea utilizado con el objetivo de generar más dicciones, asignar culpables y mucho menos convertirse en una tribuna para atacar a la oposición política, poder judicial y los medios de comunicación, como lamentablemente vinimos escuchando en las últimas horas. Esperamos que este discurso no se replique de ahora en adelante”, aseguró Ritondo, en su rol de jefe de la bancada amarilla. Al cierre de esta edición, el FdT había convocado a una sesión especial en el Senado y el PRO anticipó que no iba.

¿Cómo sigue?

Mientras la investigación judicial avanza a los tumbos, con “errores no forzados” que enturbian el proceso, y sospecha que el atentado pudo estar planificado desde algún grupo antisistema, el Frente de Todos parece haber encontrado una razón más para dejar las diferencias de lado y refundar la unidad que llevó al peronismo a ganar las elecciones del 2019. Serán semanas de movilizaciones permanentes, con actos y plazas públicas que aguardarán por el regreso a la escena de Cristina Fernández de Kirchner, obligada a medir puntillosamente cada una de sus palabras para no caldear los ánimos al momento (por ahora incierto) en que decida volver a hablar en público. 

Lo que nadie sabe a ciencia cierta es cómo la dirigencia política toda podrá reacomodarse ante el cimbronazo que significó la pistola gatillando contra la cabeza de la vicepresidenta. El gobierno convocará a una mesa amplia en la que estén representados todos los sectores de la vida civil para intentar, al menos, sostener una discusión menos incendiaria, más no por eso menos polarizada. 

La propia Cristina Fernández de Kirchner ya dio el ok para una convocatoria que busca encauzarse institucionalmente desde las áreas del Ejecutivo. La foto recorrerá el mundo y (punto aparte) también impactará fuertemente en el resultado de las conversaciones que Sergio Massa y su equipo económico puedan llevar adelante con organismos, empresas e inversores. Todo, siempre, tiene que ver con todo. ¿O alguien imagina qué tipo de seguridades le puede generar a un inversor la imagen de un ciudadano x intentando asesinar a la vicepresidenta del país con el que pretende instalar algún tipo de relación comercial?

Las barbas en remojo

Sí sería esperable una menor prevalencia de las iniciativas extremas, como las que expresan diferentes ramas del libertarismo cuya presencia más destacada es la de Javier Milei, que en la sesión de Diputados cuestionó a los gritos lo que denominó como “un circo dantesco de la política”.

También sería saludable que todos los actores involucrados pongan las barbas en remojo y cada cual se haga cargo del pedazo de culpa que les toca. Las partes odiantes, quienes responden a esas acciones, quienes promueven ese tipo de manifestaciones y quienes la replican buscando alimentarlas o por el sólo hecho de perseguir algún fin de tipo económico o político. 

¿Hay límites?

Queda abierto el dilema en torno a los límites. Los que se pasaron y los que aún están a punto de romperse. Mientras están quienes hablan de recuperar los consensos básicos sobre los cuales se debería construir nuestra democracia, están quienes replican teorías conspirativas, cuestionan la veracidad del intento de magnicidio o enseñan a cargar armas en portales y programas de televisión. Esa accionar no sólo es un comportamiento que simula amnesia sobre las responsabilidades previas sino, lo que es aún peor, desnuda una total displicencia respecto a la gravedad de lo ocurrido. 

Desde hace unas semanas, las charlas cotidianas giran en torno a la pregunta respecto a lo que pudiese haber pasado si la bala salía del arma que empuñó Fernando Sabag Montiel. Ninguna respuesta sintoniza con expectativas positivas. El desafío entonces, es preguntarse qué es lo que hay que hacer para que ese infierno tan temido del que se mofan muchos agoreros quede solamente en las fantasías trasnochadas de una minoría enardecida que se espeja en los movimientos radicalizados que desde hace años crecen en otros lugares del mundo y que crecieron de modo preocupante en la Argentina de los últimos años. 

La clase dirigente, sin mayores preocupaciones dejó avanzar esas manifestaciones ¿sin imaginar? las consecuencias que eso podría traer aparejado; y tras el deseo de querer acercarse a ellos, incorporaron sus formas a un discurso público que terminó por arrasarlo todo en la conversación política nacional. 

La Nueva Mañana - Edición Impresa 275

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