Conflicto bélico entre Rusia y Ucrania: tiempos de preguntas fuertes

El conflicto bélico en curso pone de manifiesto las dificultades a la hora de alcanzar entendimientos superadores por parte de las grandes potencias mundiales, que se han mostrado incapaces de mantener a raya las tensiones.

Ed Impresa 04/03/2022 Flavio Colazo
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Ucrania: incendios en la ciudad de Jarkov producidos por los bombardeos rusos. (Foto: NA)

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Especial para La Nueva Mañana

La guerra en Ucrania, se sabe,  trasciende mucho más allá del territorio en que se desarrolla y ha demostrado la inoperancia o el desinterés de los líderes de las grandes potencias para mantener a raya las lógicas tensiones políticas que se supone surgen desde el estado de situación mundial en que a una potencia hegemónica, EE.UU., le surgen otras, China y Rusia, que, o bien amenazan con arrebatarle la supremacía, o al menos compartirla. Revisar algunos pasos históricos en el presente siglo -y algunas advertencias de voces relevantes- pueden ayudar a entender  los motivos de esta guerra, y cuáles podrían ser las consecuencias del mismo.

Disolución de la URSS y las promesas incumplidas

Durante el proceso de independización de las exrepúblicas de la URSS -en 1991- las autoridades rusas y algunas de las potencias occidentales- plantearon la necesidad de la disolución de la OTAN, toda vez que el “peligro soviético” desaparecería. Las potencias occidentales prometieron en un primer momento analizar seriamente esta posibilidad; pero al demorar la determinación final al respecto, y en una nueva reunión con las autoridades rusas, se comprometieron a que al menos durante la perduración de la OTAN no avanzarían hacia el este enviando tropas y colocando bases armamentísticas en las nuevas repúblicas independientes que habían estado bajo la órbita de Moscú.

Nada de lo conversado entonces evolucionó al día de hoy como la Federación Rusa esperaba. La OTAN fue avanzando en la instalación de sus bases apuntando hacia el este.  La pretensión -de la actual administración gubernamental ucraniana- de que Ucrania pasara a formar parte de la OTAN -posibilitando de este modo la instalación de bases apuntando hacia Moscú- ha sido el argumento esgrimido por el presidente ruso, Vladimir Putin, para invadir militarmente a este país sosteniendo que la seguridad de Rusia se encuentra gravemente amenazada por las decisiones de la actual administración ucraniana.

Los antecedentes de Osetia  y Abjasia

Mucho antes del reconocimiento ruso de las independencias de Donetsk y Luhansk -en la región de Donbas-, a las que Ucrania reconoce como propias, ya la Federación Rusa en 2008 reconoció como independientes a las repúblicas de Osetia y Abjasia, a las cuales Georgia las considera como parte de su territorio. La cuestión sobre estas dos repúblicas -con mínimo reconocimiento internacional- a pesar de haber tenido en su guerra en 2008 colaboración del ejército ruso no alcanzó ni por asomo a tomar el relieve bélico del actual caso en Ucrania ya que  Georgia y Rusia acordaron continuar la disputa por vías diplomáticas. Hay que señalar  que allí nunca hubo amenaza de instalación de bases militares de la OTAN, ni nada parecido que pudiera erizar la piel de Rusia. 

Ucrania en la visión de Kissinger

En ocasión del conflicto entre Rusia y Ucrania por Crimea el exsecretario de Estado de los EE.UU., Henry Kissinger, redactó un texto con algunas reflexiones sobre el tema Ucrania como posible razón de conflicto entre Occidente y Rusia. En dicho texto advirtió sobre una serie de consideraciones que a su entender deberían ser ineludibles para que la tensión no escalara. Respecto al rol de Ucrania como objeto del deseo de Rusia y Occidente expresó: “…para que Ucrania sobreviva y prospere, no se le debe colocar como un pilar de conflicto de un bando contra el otro, sino que debería funcionar como un puente entre ambos”. En atención a la posición de Occidente se manifestó del siguiente modo: “Occidente debe entender que para Rusia, Ucrania nunca será simplemente un país extranjero. La historia rusa comenzó en lo que se conocía como el Kievan-Rus. La religión rusa se expandió desde ahí. Ucrania ha sido parte de Rusia por siglos y sus historias han estado entrelazadas desde antes”. También advirtió a Rusia:  “Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste hundiría durante décadas cualquier posibilidad de llevar a Rusia y Occidente, es decir a Rusia y Europa, a un sistema internacional cooperativo”; y convocó a la reflexión a los EE.UU., primeramente respecto a la heterogeneidad de la conformación cultural, religiosa y lingüística de las facciones Este (católica y hablante de ucraniano) / Oeste (ortodoxa y hablante de ruso)  dentro de Ucrania:  “Una política sabia de EE.UU. hacia Ucrania buscaría una manera de que las dos partes internas del país cooperen entre sí. Debemos buscar la reconciliación, no la dominación de una facción”, y luego sobre el presidente ruso: “Putin es un estratega muy serio bajo los parámetros de la historia rusa. Comprender los valores y la psicología de los EE.UU. no son sus puntos fuertes”; y más tarde sobre la capacidad de análisis del sistema político  estadounidense sobre Rusia: “La comprensión de la historia y la psicología rusas tampoco han sido un punto fuerte de los legisladores estadounidenses”. También advirtió a las administraciones ucranianas: “Ucrania no debería unirse a la OTAN”. Finalmente, analizando los comportamientos de los líderes de las grandes potencias occidentales, el exsecretario de estado norteamericano concluía que: “Para Occidente, la satanización de Vladimir Putin no es una política; es una estrategia y una coartada para conseguir aislarlo y desacreditarlo ante el mundo”. Sabiendo la atención que las diversas administraciones de los EE.UU. han prestado siempre a los pareceres de Kissinger –y el eco que suelen tener las apreciaciones de él en algunos ámbitos diplomáticos de primer orden mundial- llama la atención que prácticamente se haya avanzado –desde los distintos frentes, y en todos los ámbitos- en otro sentido al sugerido por el exsecretario de Estado.

El señalamiento de Eisenhower

El trigésimo cuarto presidente de los EE.UU., Dwight Eisenhower, en su discurso de despedida en 1961 remarcó lo siguiente: “En los consejos de gobierno debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y, ese riesgo, se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos”. En contraposición a este señalamiento por parte de un presidente electo, dentro del ámbito de época  se presentaba por parte de uno de los “hombres sabios” del establishment  estadounidense, George F. Kennan, un parecer destinado a fortalecer el complejo militar/industrial privado a toda costa: “Si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo industrial-militar estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”. Desde el día de hoy, a simple vista, parece haberse impuesto la perspectiva de Kennan.

La evolución, el desenlace y las consecuencias del conflicto en Ucrania constituyen un gigantesco enigma; quizás hoy suene con mayor acierto la sentencia de Boaventura De Souza Santos: “Vivimos tiempos de preguntas fuertes y respuestas débiles”.

 

 

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