Juicio por delitos de lesa humanidad: “Decile a mi mamá que estoy vivo”

Un testigo citó palabras del desaparecido Eduardo Bicocca, antes de ser ingresado a la UP1. Dos hermanos relataron una historia familiar signada por el dolor.

Córdoba 19/11/2020 Adrián Camerano Adrián Camerano
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El testigo Roberto Argüello relató el secuestro de su hermano con lujo de detalles. Foto: captura de pantalla.

Roberto Argüello, Estela Sánchez, Graciela Aostri y Alberto y Marta Mamaní fueron los cinco testigos que este miércoles protagonizaron la duodécima audiencia del juicio por delitos de lesa humanidad en Córdoba. El proceso oral y público ventila las causas Diedrichs/Herrera y es encabezado por el tribunal conformado por la jueza Carolina Prado y sus colegas Jaime Díaz Gavier y Julián Falcucci.

“En el estado en el que estaba, la gente le tenía miedo y escapaba”

En sala, Roberto Argüello se explayó con relación al secuestro ilegal de vecinos de las Sierras Chicas, especialmente de Eduardo Bicocca, trabajador del Frigorífico Mediterráneo, quien fue detenido en la vivienda familiar de Unquillo.

El testigo precisó: “mi hermano, Miguel Ángel Argüello, fue detenido en junio de 1976 y llevado a Campo de la Ribera, y en ese centro clandestino de detención, tortura y muerte estaba en una cuadra con otros detenidos y reconoció a personas que eran de Unquillo”. “A él lo tiran entre Albornoz y Biccoca” refirió, y precisó que en el sitio había otros detenidos, como el abogado Carlos Hairabedián, padre del fiscal Maximiliano, que actúa en el juicio.

“Conversaron entre ellos, todos estaban golpeados, todos habían sufrido tormentos. Fueron unos 15 días intensivos de tortura y golpes y después medio como que se olvidaron de ellos” explicó, para relatar luego un traslado de La Ribera a la UP1. “Lo bajan a Bicocca y lo llevan para adentro del penal, y a mi hermano le dicen que se quede en el camión; lo tiran en un descampado de Octavio Pinto y Caraffa, se levantó y desató como pudo y en el estado en el que estaba la gente le tenía miedo y escapaba, no querían acercarse ni decirle dónde estaba”, relató.

Gracias a la solidaridad de una mujer, Argüello pudo regresar a Unquillo y “Bicocca quedó en San Martín y pudo decirle a mi hermano: ´Decile a mi mamá que estoy vivo´. Mi mamá al día siguiente fue a ver a la mamá de Bicocca y le comentó eso, pero nunca más supimos de él”, recordó.

“¿Por qué nos llevan si nosotros no hicimos nada?”

Vía remota, los hermanos Alberto y Marta Mamaní testimoniaron con relación al secuestro, desaparición y asesinato de su hermana Olga y su esposo Luis Torres, el 30 de junio de 1976. Los dos eran estudiantes –una de Medicina, otro de Agronomía- y Torres revistaba como trabajador ferroviario.

Alberto, arquitecto, señaló que “Luis era delegado estudiantil en Agronomía” y que pudo recabar que su hermana, al ser secuestrada, dijo: “¿Por qué nos llevan si nosotros no hicimos nada?”.

El testigo señaló: “Vivíamos cerca de ruta 20 y sentíamos tiroteos por todos lados”, además relató el periplo de búsqueda de los secuestrados y confesó: “No pudimos hacer nada” para dar con su paradero. “La Policía manifestó no saber nada, fuimos a la D2, las seccionales no existían” refirió, y detalló gestiones infructuosas ante el Tercer Cuerpo de Ejército, hasta que un comisario conocido de la familia que “se resistió siempre" a recibirlos y darles información, un día les dijo “prepárense que van a tener que reconocer los cuerpos”.

A 44 años de aquel suceso, Mamaní recordó que un pariente reconoció los cuerpos de la pareja asesinada, y al salir de la morgue les dijo: “Son ellos, han sido ametrallados”. “Estaban casi desfigurados por la cantidad de disparos que tenían”, completó.

En su declaración ante el tribunal, el testigo reivindicó a su generación –“éramos jóvenes y queríamos un mundo mejor”-, recordó “la imagen de esa juventud hermosa y sonriente” y conmovido dio cuenta “del horror, del espanto de verlos tan jóvenes, y no volver a verlos más”. También contó que el diario La Voz del Interior publicó que los jóvenes habían muerto “en un enfrentamiento”, y señaló: “Nosotros, inermes, no podíamos hacer nada”.

En otro tramo de su declaración recordó a algunos compañeros de estudios que también fueron víctimas de la represión, y puntualmente a los hermanos Salles y Hugo Oyarzo, cuyas detenciones también se juzgan en este proceso.

“Con el paso del tiempo aprendí el origen de esa represión contra esa juventud hermosa, ojalá nunca más estos acontecimientos vuelvan a reiterarse”, finalizó.

A su turno, Marta Mamaní abrió su testimonio señalando que el principal acusado por el hecho, Jorge González Navarro, falleció a fines de abril, y en ese punto dijo que “por ahí estos juicios llegan tarde”. “De todas maneras yo siento que algo estamos logrando, a través de nosotros las víctimas pueden pedir justicia, en este caso no está el inculpado principal pero sí el sistema represivo que cometió un genocidio”, destacó.

Con tono didáctico, la testigo fue relatando la historia familiar, desde sus orígenes en Salta hasta la mudanza a Embalse, marcada por la temprana muerte de su madre. Ya radicadas en Córdoba, las hermanas Mamaní contactaron a militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo –“teníamos un montón de ideales, un montón de utopías”- y señaló: “Estábamos de acuerdo con la lucha armada”, pero detalló que las actividades que realizaron en esa época no estaban vinculadas con esa metodología política.

La testigo precisó que su hermana “fue detenida en 1974, por averiguación de antecedentes” y que tras ese episodio cortaron la militancia orgánica. Contó la historia de amor entre Olga y Luis, precisó que el joven militaba en la Organización Comunista Poder Obrero y que en un momento “ellos se casaron, pero la felicidad duró poco”.

“En julio del 75 los fueron a buscar a su casa, ellos no militaban ya pero seguro tenían publicaciones revolucionarias, nosotros no dejábamos de leer. Estaban con una pareja amiga y los llevaron a todos a la D2; a la pareja amiga los liberaron a las 48 horas, a ellos algunos días después. La pareja amiga había sido brutalmente golpeada, mi hermana me negó que a ella le hubieran golpeado o violado”, relató.

Y finalmente sobrevino el secuestro del 30 de junio de 1976, del que la familia se enteró porque habían pasado varios días sin tener noticias de los jóvenes. La testigo relató el periplo familiar por comisarias, Tercer Cuerpo de Ejército, hospitales y otras oficinas, buscando noticias sobre el matrimonio secuestrado, hasta que, según contó: “El 6 de julio nos toca la puerta un vecino, que con la cara desencajada apenas pudo transmitirnos que acababa de escuchar el comunicado del Tercer Cuerpo que decía que un móvil de la Policía Federal había interceptado a un Fiat con tres personas, entre ellas Manuel José Campos a quien nunca conocimos, junto a mi hermana Olga y Luis, abatidos en un enfrentamiento en Ciudad Universitaria”.

Tras relatar el posterior reconocimiento de los cuerpos, explicó: “Durante años esperé a mi hermana” y agregó: “Los familiares de víctimas y los sobrevivientes hicimos con nuestra historia no lo que quisimos, sino lo que pudimos”.

“Yo sentía que solo sobrevivía, que la vida me pasaba por el costado” dijo, criticó a los imputados –“ellos nunca pensaron en el dolor que causaron”- y destacó: “Junto a los organismos de Derechos Humanos seguiremos construyendo sin pausa Memoria, para que Nunca Más siga siendo Nunca Más”.

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Conmovedor relato de la testigo Marta Mamaní  - Foto: captura de pantalla. 

 “Fue la última vez que lo vimos”

Gabriela Aostri, a su turno, compareció ante el tribunal por el secuestro de su hermano Amado Vicente, abogado, el 10 de septiembre de 1976 a las 13.30. Aquel día, varias personas de civil y armadas, que aseguraron ser policías, irrumpieron en la vivienda y estudio jurídico de la víctima, en el centro de Córdoba- Arturo Bas 321-, para detener de modo irregular al letrado, y dejar al resto de la familia encerrada con llave.

El padre de la víctima, Amado Washington, también abogado, había sido fichado años antes por la Side como “izquierdista”, y con relación al secuestro y desaparición de su hijo, la familia aseguró en sede judicial que podría haber estado relacionada con la defensa de un caso de apremios ilegales en la comisaría de Cosquín.

La mujer recordó que aquel día la patota irrumpió en la vivienda y su hermano y contó que antes de ser apresado, “nos pide su cigarrillo y su saco, y fue la última vez que lo vimos, nunca más pudimos saber, hasta el día de hoy”.

“Nunca entendí lo que pasó, él se había recibido el año anterior, en diciembre, y ejercía con mi papá, y esto fue un golpe terrible; mi padre falleció a consecuencia de esto que habíamos pasado”, relató.

La complicidad de Angeloz

También de modo presencial, Estela Sánchez declaró con relación al secuestro y desaparición de Ángel Gustavo Jaeggi, quien fue secuestrado junto a su amigo y compañero de militancia en la UCR y el PRT Edelmiro Cruz Bustos Benavídez, el 23 de abril de 1976.

“No es casual el día que me toca declarar, hoy cumpliría 49 años de casada” dijo, y refirió que previo al secuestro de su esposo, en el barrio San Rafael, donde vivían, “dos motos daban vueltas, y mi esposo me dijo ´parece el escuadrón de la muerte´”. “Nos acostamos a la 1, y a las 2.40 o 2.45 nos despertaron a tiros y a los gritos e insultos”, repasó. Aquella madrugada de terror “entraron dos civiles con armas largas, me llevaron apuntando a la habitación de los chicos, me hicieron acostar boca abajo en la cama, me encerraron con llave, y sentí que a mi esposo lo golpeaban”, afirmó.

Tras secuestrar a Jaeggi, los represores se dirigieron a la vivienda de Bustos Benavídez, adonde llevaron también al primer capturado, que estaba “desnudo, descalzo, con un poncho rojo que no era de él, la cabeza agacha y mojada”.

En el interin, la mujer logró salir de su vivienda gracias a la ayuda de vecinos –había sido encerrada con llave, junto a los pequeños hijos- y permaneció muchas horas en estado de shock. “Yo estaba zombi, tartamuda; ellos se ocuparon de los chicos, yo no sabía qué hacer” dijo, y recordó que en las gestiones posteriores para intentar dar con su esposo fue ayudada familiares.

Según pudo reconstruir, en el operativo irregular actuaron “cuatro autos sin patente”, y dijo que “los vecinos vieron que mi esposo salió caminando con los ojos vendados, lo alzaron como una bolsa, lo metieron en el baúl de un Falcon y lo cerraron; pegaron un tiro al aire y se fueron”.

También refirió que a un tío suyo, que era policía y le ayudó en la búsqueda, “los mismos compañeros en la Jefatura lo metieron preso y lo torturaron, le quebraron costillas”. Que desconoce si el secuestrado estuvo en La Perla. Y que las secuelas del horror no se disipan pese al tiempo transcurrido.

“Yo estaba sin trabajo y me ayudó la familia. Fuimos al banco, para ver si podía tomar su puesto de trabajo, y me dijeron que mujeres en el banco no querían y que el puesto no era hereditario y no sabían en qué había andado mi esposo. Pasaron como diez años y yo no podía dormir; esto me pegó en el cuerpo. Solo el que lo vive sabe cómo te atraviesa el cuerpo, más cuando atraviesa el cuerpo de tus hijos”, completó.

En otro tramo de su declaración, relató un episodio en el que compañeros de su esposo pidieron una audiencia con el dirigente radical Eduardo Angeloz, para indagar sobre el paradero del secuestrado, y que en un segundo encuentro, a un mes del hecho, el futuro gobernador les informó que “´no los busquen más, ya no están´”. “Y a mi cuñado le dijo: ´Vos morocho cuídate, que te tenemos en la mira´”.

En el cierre, dijo ante los jueces “que esto sirva para que no haya hijos sin padres ni padres sin hijos, y que no haya gente tan malvada contra quienes piensan distinto”.

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Jaeggi sigue desaparecido. Foto: Espacio para la Memoria La Perla.

La próxima audiencia será el martes 24 y podrá seguirse por el canal de YouTube del tribunal.

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