
Ficha Limpia ensució la imagen de Milei, que habría intervenido para no aprobarla
En medio de acusaciones del PRO y una defensa frágil del oficialismo, quedó flotando la idea de que Milei intervino para que Ficha Limpia naufragara en el Senado.
Declararon de forma remota los padres de Gustavo Torres, una compañera de otra de las víctimas y, de modo presencial, el hermano del desaparecido José Akselrad.
Córdoba22/10/2020La séptima audiencia del duodécimo juicio por delitos de lesa humanidad en Córdoba se desarrolló este miércoles en los tribunales federales, con dos testimonios conmovedores: el de los padres de Gustavo Torres, joven estudiante del Manuel Belgrano secuestrado y desaparecido por la dictadura militar. De similar valía fueron las declaraciones del contador Hugo Akselrad, hermano del desaparecido José, y de la arquitecta Victoria Solís, compañera de estudios de Alfredo D´Angelo, otra de las 43 víctimas.
En la apertura delas testimoniales de la jornada, Carlos Torres (87 años) y su esposa Adelina Barrio relataron el operativo ilegal que se cobró la libertad y a posteriori la vida de su hijo Gustavo, de 16 años. El hombre relató que aquel 11 de mayo de 1976, en la casa familiar de Alta Córdoba, “eran las 4 de la mañana, toda la familia dormía y golpearon fuertemente las puertas de entrada. Entraron 4 o 5 personas encapuchadas y con camperas, de civil y con armas cortas”.
A 44 años del hecho, el hombre relató el extensísimo periplo de búsqueda y gestiones ante organismos provinciales, nacionales e internacionales; religiosos, estatales y militares, tras el cual “no tuvimos ninguna confirmación de nada”. Y contó que, siendo empleado de años de la empresa Renault, decidió un día renunciar atento a la gran cantidad de permisos solicitados para indagar en el paradero del joven. En ese sentido, Torres agradeció el apoyo incondicional de su ex empleadora, dio cuenta del impacto familiar que produjo la desaparición y aseguró que, por datos recabados en esa búsqueda de años, pudo saber que su hijo permaneció cautivo en el ex centro de detención, tortura y exterminio La Perla.
Tras Carlos, su esposa Adelina brindó un testimonio conmovedor. “Si esa noche hubieran tirado una bomba sobre la casa, el daño no hubiera sido tan grande. Todo se vino abajo” dijo la mujer, que hilvanó un relato extenso y preciso, que no omitió ningún detalle.
La madre de Torres contó cómo fue la infancia de sus hijos y dijo que Gustavo “era demasiado estudioso y delegado”, pero en un momento se enteraron que “en la escuela pasaban cosas feas”.
“Un día nos citaron para decirnos que Gustavo era un revoltoso, un indisciplinado; había un ambiente muy feo en la escuela, y cuando estaba en quinto año no quiso ir más. ´Se han llevado a algunos compañeros presos, a otros los han echado. Yo no quiero ir más´, nos dijo”, detalló.
Fue así como Gustavo dejó el colegio y se dedicó a trabajar como ayudante de un conocido de la familia. Adelina contó que meses más tarde, el día en que enterraron al dirigente lucifuercista Agustín Tosco en el cementerio de San Jerónimo -noviembre de 1975- “vinieron dos policías a preguntar por él. Yo me enteré después de que él estaba allá, en el cementerio. Entraron a casa, me asustó mucho”.
Luego relató la fatídica madrugada del 11 de mayo, señaló que los intrusos que a mano armada realizaron el operativo en su casa “golpearon a Carlos” y robaron distintos elementos. “Se llevaron todos los reeles y todas las cañas de pesca, la música, equipos de cassettes, todo lo que les gustaba a mis hijos” dijo conmovida, pese al paso de más de cuatro décadas de aquel hecho. E incluso precisó que los delincuentes comieron una torta que ella había cocinado y se limpiaron con el paño del violín de un amigo de la familia, que quedó pegoteado.
“Nos dijeron que contáramos hasta no sé cuánto sin levantarnos; cuando nos levantamos, Gustavo no estaba, se lo habían llevado”, relató, y graficó que “si esa noche hubieran tirado una bomba sobre la casa, el daño no hubiera sido tan grande. Todo se vino abajo”.
Con lucidez y claridad, refirió el impacto familiar del Terrorismo de Estado, relató la visita del conscripto César Massera, ya fallecido, que tenía remordimientos por el secuestro de Gustavo y cerró con un párrafo al parecer intrascendente, que resultó conmovedor: “Mi esposo y yo vivimos solos en un lugar muy lindo, en el campo, en La Granja. Acá las calles no tienen nombre, pero las casas sí. La casa nuestra se llama Gustavo”.
En sala, Hugo Akselrad contó al tribunal encabezado por Carolina Prado que proviene “de una familia judía muy tradicional”, relató historias de sus antepasados perseguidos por los nazis y de algún modo trazó un paralelismo entre ambos procesos históricos.
Con lujo de detalles detalló el operativo que devino en la detención de su hermano José, estudiante de Agronomía, el 26 de marzo de 1976 en el departamento familiar del centro de Córdoba.
“Eran 5, 6 o 7 personas, fuertemente armadas, y solo se identificó el coordinador. Me mostró una credencial de la Policía Federal, con el apellido Villarreal”, dijo. Detalló las extensas gestiones familiares ante religiosos de distintos credos, a través de las cuales se pudo determinar que José estaba cautivo en La Ribera, pero “mi madre fue a La Ribera y en dos o tres minutos la echaron”.
Hugo Akselrad refirió haber recibido también en 1976 “una llamada anónima en la que me dicen que lo habían trasladado al sur.” Y contó que un amigo odontólogo igual que su padre, de nombre Oscar David, refirió a la familia que el detenido “había estado en La Perla y fundamentalmente en José de la Quintana”. Así se refirió al ex Grupo de Artillería con ese nombre, ubicado en Villa San isidro, un ex centro clandestino que tiene por primera vez a un ex militar imputado.
Finalmente el testigo hizo un racconto de la vida de su hermano, que tenía 20 años al momento de la detención y estaba culminando de rendir el tercer año de Agronomía y era ayudante-alumno en la cátedra Botánica I. “Nuestra familia sufrió la violencia y a José a los 20 años le interrumpieron todos los sueños, de hacer una Argentina mejor, más igualitaria. Se llevaron una vida” dijo, y refirió una temprana militancia del joven en la Liga de Acción Socialista y luego en el centro de estudiantes universitario.
Con respecto a la búsqueda, dijo que como familia “nuestro objetivo era tratar de averiguar el paradero de mi hermano, rescatarlo con vida y tratar de sacarlo del país. Con el paso del tiempo todo se fue diluyendo, y la meta era tratar de rescatar los restos de mi hermano”.
Y en el tramo final de su testimonio, Akselrad citó un pasaje del Antiguo Testamento y pidió al tribunal “que haga luz y disperse tanta oscuridad que reinó en nuestro país por tanto tiempo. Nunca más; justicia, justicia perseguirás”.
La jornada de declaraciones la cerró Victoria Solís, convocada en orden a la desaparición de Alfredo D´Angelo, detenido por efectivos del Ejército Argentino la tarde del 26 de marzo de 1976 de su departamento ubicado en Chubut 270, Córdoba.
Solís no se refirió al operativo ilegal en el que secuestraron al muchacho, sino que centró su relato en un episodio anterior. “Conocí a Alfredo D ´Angelo en la Facultad de Arquitectura” contextualizó, y refirió haberlo visto detenido en el D2 “el domingo de Pascua de 1975”.
La testigo señaló que ambos eran “militantes de los grupos de militancia de base en la Facultad de Arquitectura”, aunque no eran del mismo ámbito; nombró a otros compañeros perseguidos, antes y durante la dictadura y señaló que tras aquella detención compartida en cercanías del Cabildo “no supe más de él”. “Luego supe que él había desaparecido” contó, y relató que estando presa en el D2 otra detenida le confesó que había sido violada en ese lugar. “Creo que eso fue absolutamente generalizado” consideró, ante lo que el fiscal Facundo Trotta –reemplaza ocasionalmente a Maximiliano Hairabedian- la comprometió a prestar declaración en otra causa de delitos de lesa humanidad con eje en violencia de género.
“Las mujeres hemos sido victimizadas por nuestra condición de mujeres, nos quisieron imponer el silencio con acciones que pasan por el cuerpo” señaló, y relató que en el D2 estuvo “desnuda, esposada y asfixiándome, encapuchada”.
Su testimonio cerró con palabras celebratorias de la realización de los juicios, al considerar que “la ley es la única barrera que se le puede poner a la barbarie”.
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