Recorre el purgatorio de sueños rotos

En Buenos Aires al Pacífico, Mariano Donoso propone un ensayo onírico sobre los trenes abandonados en Argentina, el progreso de la sociedad industrial y los orígenes del cine. Hasta el miércoles en el Cineclub Municipal.

Ed Impresa 10/08/2019 Ivan Zgaib
Bs As al pacifico © El cinematógrafo
El film es ensayístico. Se lanza a re-explorar los espacios cadavéricos de los ferrocarriles olvidados en Argentina. Foto: El cinematógrafo

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Especial para La Nueva Mañana

Mariano Donoso sueña con trenes perdidos. Las vías de anhelos desbarrancados, convertidos en baldío. Las promesas de un tiempo pasado: creer en un futuro lineal, estancado como el destino en una borra de café, y comprometer la Argentina a seguir el faro opaco de Occidente. Los sueños rotos. De una civilización y de un país entero, pero también de una familia. La del mismo Donoso, protagonista y director soñador, que recuerda a su madre fallecida. Y algunos desencuentros: esa mujer que nunca conoció a su nieto y ese nieto que nunca vio pasar los trenes a orillas del océano.

Buenos Aires al Pacífico es un film ensayístico que hace de esa fluctuación su arma poética. Se lanza a re-explorar los espacios cadavéricos de los ferrocarriles olvidados en Argentina, pero lo hace de un modo más suspendido que terrenal. Entre el documental y el artificio, entre la vigilia y el sueño, entre lo familiar y lo colectivo.

La voz en off del narrador se encarga de sellar esta cuestión, al igual que las imágenes de Donoso tirado en su cama, en un estado de somnolencia que lo lleva al pasado remoto: este es un film y un viaje que ha soñado, con fracciones de la historia de un país y de la vida propia. Pero la cualidad onírica no se detiene en las declaraciones explícitas de esa voz, sino que se imprime en el armazón formal de toda la película.

Es, en ese sentido, una pelicula rota, fragmentada, llena de desvaríos y asociaciones libres. No como una clase expositiva que busca informar al espectador sobre la historia del país y sus ideales quebrados de progreso e industria. Más bien, como una evocación poética de aquellos espacios olvidados. Gran parte de sus pasajes llevan al equipo de filmación a seguir el camino de un tren antiguo, utilizando tiempos acelerados que hacen correr cortinas de neblina sobre la imagen, sonidos de un viento que acarrea la desolación y desplazamientos de cámara que recorren los paisajes desiertos, con huellas de un pasado borroso.

La evocación del film es entonces onírica y fantasmal. La creación de climas para mirar aquellos espacios suele estar confrontada por un sentido de desubicación. La voz de un trabajador que supo vivir de la actividad ferrocarril se va antes de tiempo, dejando su testimonio inconcluso.  La imagen y el sonido por momentos se desarticulan: el narrador relata un sueño con su madre muerta, pero en las imágenes se ve el nieto que la mujer no llegó a conocer. Hay una dislocación. El sentido de no estar del todo, como la memoria frágil del país.

Acá no hay pretensión de conseguir una mirada objetiva ni una captación sintomática de lo real. Esa es, en algún punto, su mayor fortaleza: que a partir de una aproximación errática crea otro itinerario posible para mirar los espacios argentinos. No son espacios que están dados por completo allá afuera, en la realidad, sino que son construidos a través del cine.

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Gran parte de sus pasajes llevan al equipo de filmación a seguir el camino de un tren antiguo. Foto: Gentileza



La película elabora plásticamente esa espacialidad-purgatórica, tendiendo puentes inesperados. El cine, por ejemplo, encuentra su origen en el ferrocarril; faraón del movimiento. Que la narración del film se rehuse a seguir una linealidad narrativa no lo adecúa sólo a la deriva de los sueños, sino que lo constituye como un relato y una forma de conocimiento sin destino y sentido clausurados. Encarna, desde ese lugar, la contra-cara al progreso asegurado y la evolución histórica que predicaba Occidente en la era industrial. Es más contemporánea que moderna, más rizomática que progresiva.

Incluso con aquellos hallazgos y pretensiones titánicas (la narración se mueve convencidamente de una historia íntima a la historia del país, del mundo y del cine), el film se tropieza con ciertas limitaciones. Su visión sobre las implicancias del abandono de los trenes son prácticamente nulas; es decir, sin un aporte sustancial para pensar qué significa en el proyecto de vivir juntos, de fundar una comunidad. En ese sentido, el relato no habilita demasiadas posibilidades para interrogar el peso de aquella historia en relación al presente. ¿Por qué este pasado adviene en nuestro tiempo?

Aunque alguna voz en off asegure que la película no es sobre la historia argentina sino sobre la geometría, toda configuración espacial humana (por su carácter construido) es social. Supone una manera de estar con otros. Y en ese aspecto, Buenos Aires al Pacífico permanece elusiva, con un abordaje espacial que la empuja obstinadamente a la abstracción. No hay que exigirle, de ningún modo, que recurra a la lógica expositiva de la cual escapa. Quizás simplemente se trate de disponer otros elementos que le permitan escarbar hondo, más allá de las superficies geométricas que obnubilan su mirada.

 

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