La grieta que disloca el ideario

La “Grieta” es parte de la escritura argentina de todos los tiempos. Lo inaugural, en opinión del cronista, es la desconexión entre recurso doctrinario-ideológico y práctica política.

Opinión 15/07/2019 Néstor Pérez (*)
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Corre la segunda mitad del siglo XIX cuando ya lanceado cobardemente Ángel Vicente Peñaloza, se le escucha decir a Sarmiento: “No sé lo que pensarán de la ejecución del Chacho. Yo inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados aquí he aplaudido la medida, precisamente por su forma”… El Mitrismo necesitaba esa crueldad para imponer su modelo político centralista y europeo.

El domingo 1 de enero del 22: la Sociedad Rural Argentina saluda efusivamente la llegada del año nuevo con un invitado de honor, el Teniente Coronel Héctor Beningno Varela, quien desde el 11 de noviembre del año anterior comenzara a asesinar a trabajadores en rebeldía por la explotación de que eran víctimas. Cuando la matanza acaba la lista de peones trepa a 1500. 

Aún en tiempos del primer partido de masas, popular y republicano -la UCR Yrigoyenista- se masacraba por interpretar conveniencias en veredas opuestas.

En el invierno de 1955 trescientos argentinos caían muertos en Plaza de Mayo por bombas lanzadas desde aviones de la armada, cuya misión política era clausurar para siempre la vindicación de los “cabecitas negras”.

“Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía”, dirá un año más tarde el general Juan José Valle, leal a la Constitución Nacional, cuando los abyectos golpistas se aprestaban a fusilarlo.

En cada uno de estos brutales momentos de nuestra historia hubo confrontación de intereses, ideas, sueños, rebeldías, miedos. Conflicto ideológico en estado puro. Contrapunto. Grieta.

Pródigos en enfrentamientos políticos binarios desde los tiempos de sumisión a la corona española, los argentinos nos ocupamos hoy de un conflicto discursivo - la Grieta - subsidiario de la gran cuestión que ahoga las expectativas de millones, la hasta aquí irreparable asimetría en términos de reparto de la renta nacional, a contramano de esa diagonal pedagógica que impone el modelo económico en manos de los gerentes corporativos: “El país es como una familia”. Falso.

El país, nosotros, su pueblo, constituimos una urdimbre de intereses que rara vez concilia urgencias propias con perspectivas ajenas. Porque el PBI nacional no es el resultado de un mismo e igual esfuerzo; cristaliza tensiones derivadas de procesos de acumulación históricos en donde, casi sin interrupciones, los sectores populares perdieron a manos del capital concentrado. 

Estéril sería caracterizar cada uno de los actores en disputa desde la etapa colonial porque nos enredaríamos en interpretaciones según cada quien auspicie una lectura u otra, un autor u otro. La enunciación que abre este texto es seca y austera. Solo diremos que la brega responde a un modo de concebir el proyecto de nación, la realidad amasada con el denuedo que cada uno le puso a su propio universo de pensamiento político.

Quizás resulte provechoso desenredar el ovillo de factores que contribuyeron a cimentar este presente de necesidades, bastante más parecido a urgencias extremas que a coyunturas incidentales.

La dependencia de capital transnacional ante la fragilidad de poleas de transmisión que significaran impulsar un crecimiento autónomo, ha sido siempre un factor de discrepancia política. Tal vez más discursiva que fáctica, según nadie se privó de activar los mecanismos del capital financiero global.

Recordemos que en 2013 Chevrón comprometía los primeros 1200 millones de dólares en inversiones. Por esos días decía John Watson, su presidente, que “Vaca Muerta es un activo de clase mundial y se ajusta perfectamente a nuestro sólido portfolio de recursos no convencionales” (no intento empardar capital especulativo, migrante detrás de la tasa de interés que dispone la Reserva Federal con inversiones productivas, entiéndase el marco de análisis).

El punto es que centralizar decisiones de carácter económico, abrir mercados o cerrarlos, imponer aranceles o firmar tratados de libre comercio, suscribir alianzas políticas estratégicas, auspiciar la investigación en ciencia y técnica, menoscabar los factores de opresión laboral o impulsar desregulaciones, saludar sin reflexión el advenimiento de plataformas laborales virtuales, sucumbir ante o resistir los postulados de un capitalismo anémico de humanidad - en un mundo que agota sus chances de supervivencia sin control de los recursos naturales-, lo que hace es poner de relieve un ideario preciso, un esquema de pensamiento político que debe ser expresado con total claridad por quienes se ofrecen a conducir los negocios públicos.

El pueblo ya tiene demasiados problemas para saber quién es quién en la oferta electoral, como para prescindir de la hoja de ruta que todos eluden desde la detonación de los partidos políticos: la antigua plataforma, la más reciente hoja programática.

Para concluir, el desarrollo de prácticas pendencieras en el seno familiar, laboral o lo que fuere, es agotador, inconducente y fastidioso; pero es insumo de exámenes socio-culturales y hasta semióticos. Nada informa del real desempeño de su dirigencia política ante los grandes retos del momento. 

La “Grieta” es parte de la escritura argentina de todos los tiempos. Lo inaugural, en opinión del cronista, es la desconexión entre recurso doctrinario-ideológico y práctica política.

Estamos llamados a exigir qué y cómo se hace para salir de este atolladero en el que nos metieron de cabeza los nuevos intérpretes de un viejo compromiso, la división internacional del trabajo. Como destino inexorable, otra vez.

(*) Periodista

 

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