Las Madres de Barrio Ituzaingó cuentan su historia: “En este libro está un pedacito de cada una, de nuestras luchas, dolores y alegrías”

“Los derechos no se mendigan. Madres de Barrio Ituzaingó Anexo” es una edición que reúne el testimonio de este grupo de cuatro mujeres que lucharon contra los agrotóxicos en un barrio de Capital cordobesa. Una crónica sobre su presentación en una librería de Córdoba.

Córdoba21/12/2023Lucia CeresoleLucia Ceresole
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"Nosotros hemos luchado veinte años juntas", recuerdan las madres.Foto: gentileza

Catorce kilómetros separan barrio Ituzaingó Anexo del centro de Córdoba. Catorce kilómetros hicieron un grupo de cuatro madres para llegar a esta librería el viernes 15 por la noche. Es la segunda presentación de su libro. La primera fue en el centro de salud de su barrio, “en su segunda casa”, como ellas dicen. Son el Grupo de Madres de Barrio Ituzaingó Anexo, son Vita Ayllón, Norma Herrera, Julia Lindón y Marcela Ferreyra, que después de 20 años de recorridos, de tocar puertas, de marchas, de un juicio, catorce kilómetros no son nada.  

El libro nos introduce a su historia así: el barrio Ituzaingó Anexo es un barrio periférico de la ciudad de Córdoba, ubicado al sureste, por fuera de Circunvalación, limita con zonas industriales y zonas rurales. En 2002, vecinos comenzaron a notar un incremento de las muertes por cáncer y de la cantidad de enfermos en el barrio. Trece madres hicieron un mapeo comunitario y descubrieron que los casos estaban cerca de la zona agrícola. 

Al principio, pensaron que era el agua potable, pero, tras varios estudios, notaron que era la alta concentración de plaguicidas en el suelo. Así nace el Grupo de Madres y su primer logro fue que las autoridades sanitarias declararan al barrio en emergencia sanitaria. En 2002, llevaron adelante un juicio contra los productores agrícolas y generaron la primera sentencia nacional contra las fumigaciones con agrotóxicos. Los acusados fueron condenados, aunque la justicia terminó sobreseyendo a los culpables. 

Los derechos no se mendigan

Entre algunos libros cordobeses, al lado de otros de Lacan, “Los derechos no se mendigan. Madres de Barrio Ituzaingó Anexo” – o el libro de las madres, como dicen todos, porque grupo de madres hay un solo – ocupa toda una sección en la vidriera de la librería El Espejo. Es el mismo lugar donde hace años, después de las concentraciones de barbijos en Plaza San Martín y de las marchas recorriendo el centro, dejaban sus banderas guardadas a la espera de una nueva salida tras la consigna “paren de fumigar”. 

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“En ese libro está un pedacito de cada una de nosotras. Un pedacito de la vida, de la lucha, de nuestro dolor y nuestras alegrías", se emociona Vita. 

El famoso librero Antonio “Cacho” Moro, también del Espejo Ediciones, da la bienvenida e invita a acercarse. Un pequeño escenario y unas cuantas sillas aparecen como una tregua en el medio de la humedad ardiente de esa noche. Moro dice que el libro reúne transcripciones literales, que no hay edición en el testimonio oral de estas cuatro mujeres. Es decir, no es ficción, aunque lo parezca. También dice que la lucha de las madres es “fundamentalmente una historia de amor” hacia los vecinos y hacia sus familias. 

Al escenario suben las coordinadoras y colaboradoras del libro: Gabriela Olivera, Gina Lucia Aichino, Chiara Mazzucco, Agustín Costamagna, Florencia Colque, Paula Ayelén Sánchez Marengo, Marina Giannoncelli y Valentina Virga. Son quienes se reunieron durante dos años, en el patio de Vita, con el Grupo de Madres para conversar sobre su historia y transcribir sus palabras. Ahora están acá con una consigna clara: las madres les dieron tarea, pidieron que les escriban algo, que busquen entre sus recuerdos de los encuentros, que aparten sus marcos teóricos y escriban sobre sus sentimientos. 

“Como las arañas tejiendo y tejiendo, ustedes tejieron redes de utopías colectivas. Tejieron voces que no se quedaron calladas. Mujeres, madres, vecinas, trabajadoras, amas de casa, que desafiaron las relaciones de poder y cuestionaron los roles establecidos. Garabatos escritos en una hoja, papeles que se guardan en un cajón, la salud archivada. Ante la desidia, salieron a las calles, trazaron sus propios itinerarios. Ya no solo de la casa al hospital, sino también de la casa a la ruta, de la ruta a la Plaza San Martín, de la plaza al Ministerio de Salud, del ministerio a la Legislatura (…) demostraron que los agrotóxicos matan, que no están locas, que decían la verdad y hoy muchos lo reconocen”, lee Lucía. 

Gabriela Olivera dice que la preservación de la vida es el principal sentido de la lucha de las madres y lee un fragmento: “Este andar decidido, lúcido, audaz, hacia la luz, el sol, el agua cristalina, ese andar amorosamente colectivo, a pesar del dolor, la ignorancia, la violencia y el poder. Ese andar paciente y persistente que nos recuerda quienes somos, hacia donde vamos, las lleva a construir un racimo de utopías, una bandera, la reparación integral del barrio Ituzaingó Anexo, el resarcimiento de daños a los afectados en su salud”. 

En 2002, vecinos de barrio Ituzaingó Anexo comenzaron a notar un incremento de las muertes por cáncer y de la cantidad de enfermos en el barrio; trece madres hicieron un mapeo comunitario y descubrieron que los casos estaban cerca de la zona agrícola. 

“Nuestra historia en la vidriera”

“Estaba sentada allá al lado de Vita y veo nuestro libro en la vidriera. Son veinte años de lucha. No solamente el trabajo por un ambiente sano si no también lo que nos ha pasado personalmente. Veo unos libros en la vidriera y pienso cómo son las cosas, cuando uno sueña, cuando uno tiene un propósito, cuando uno quiere lograr, es cuestión del trabajo, el compañerismo, el trabajar en equipo. Nosotros hemos luchado veinte años juntas y sinceramente cuando empezó la problemática del barrio no conocía a ninguna de ellas. Se inició nuestra amistad gracias a nuestra lucha. En ese libro está nuestra historia”, dice Marcela, la primera que agarra el micrófono, que al principio no sabe qué decir, que agarra la mano de su compañera Norma y llora. 

Norma cuenta que tiene tres hijos enfermos: una tiene leucemia y otros dos tienen agroquímicos en sangre. “Yo también estaba parada y mirando la vidriera. Me parecía imposible antes y ahora que lo veo no se si creerlo. Está nuestra historia ahí. Ayer tuvimos nuestra presentación en el barrio, nuestra segunda casa, porque el dispensario es nuestra segunda casa, se hizo por nuestra lucha. No nos hacemos grandes por lo que hacemos, sino que lo hacemos de corazón”, dice. 

Vita no llora, sonríe, parece curtida de estos veinte años, pero cuando habla tiene una voz suave y dulce: “En ese libro está un pedacito de cada una de nosotras. Un pedacito de la vida, de la lucha, de nuestro dolor y nuestras alegrías. Y como nada es eterno nuestro sueño era dejarlo escrito. Dejarlo como una semilla. Desde la educación tiene que haber un cambio porque tenemos un genocidio que ya no pertenece a barrio Ituzaingó Anexo sino a todos y se ignora eso y estamos en peligro”.  

A Julia le dicen “Chavela” y cuando tuvo cáncer aprendió tres cosas: a salir, a encontrarse con otras y a escalar montañas. “Cuando vi el libro en la vidriera pensé que estaba soñando. La verdad nunca imaginé que iba a estar en una vidriera y menos en una tapa de libro. En el libro está un pedacito de mi historia. Esta lucha a mí me enseñó a crecer, a aprender a defender mis derechos”, dice. 

“Yo soy una de las locas que vos decís”

Como todo se transforma y se olvida, un día Vita se enteró que estaban vendiendo los terrenos cuyos suelos estaban contaminados. Con los estudios del Ceprocor (Centro científico y tecnológico dedicado a la investigación) en la mano, se transformó en una compradora de tierras. Se acercó a una oficina improvisada de un señor vendedor de tierras y le preguntó qué había de cierto en que esos suelos estaban contaminados. Dice que la respuesta fue así: “Hay un grupo de mujeres, unas locas, que quieren dinero y entonces le están mintiendo a la gente y nosotros tenemos estudios hechos que no es así”. Vita le pregunta quién hizo los estudios, le pide que se los muestre, ella tiene los suyos. La conversación termina cuándo ella lo decide y lo despide: “¿Vos cambiaste la tierra para que no exista contaminación? Porque el 2,4-D dura años en la tierra, eso no se va. Y yo soy una de las locas que vos decís”. 

Ahora, en pleno centro de Córdoba, con un micrófono en la mano, Vita dice: “En el campo donde antes se sembraba soja, hoy se han sembrado personas. Lamentablemente hay más de dos mil familias viviendo en esa tierra contaminada. A veinte años de empezar la lucha, no es fácil ir contra un sistema, ir contra estos grandes negocios; por eso por ahí tienen razón en decir que éramos locas, que no tomábamos conciencia contra quiénes estábamos y estamos luchando”. 

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