Mujeres en la niebla: Caperucita Roja, la nueva película de Tatiana Mazú González

Invoca el imaginario de los cuentos infantiles y el documental familiar para componer una fábula feminista. Se estrena el próximo jueves en el Cineclub Municipal.

Ed Impresa 05/11/2021 Iván Zgaib
Caperucita Roja 1

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Especial para La Nueva Mañana

Caperucita Roja, la suave película de Tatiana Mazú González, prueba nuevos giros dentro de ese molde favorito que posee el documental argentino contemporáneo: el del cine familiar, que tantas veces se fabrica en piloto automático y en pocas ocasiones encuentra a cineastas torciendo sus aceitados engranajes. 

Una de las decisiones más encantadoras es que, al acercarse a filmar a la abuela, Mazú no sólo se preocupa por embalsamar sus recuerdos y las arrugas de su rostro, sino también por llevar al frente todos los objetos que la rodean en su departamento de Buenos Aires: las extrañas telas que cose durante el día y que deja reposar por la noche, como si fueran pócimas de bruja que maduran al resplandor de la luna. Allí hay tapados de hilo que se enhebran como una telaraña, bordados que brotan en forma de flores silvestres, carteras de lentejuelas que brillan como un anillo de oro en medio de la noche. Hay cabezas rotas de muñecas de porcelana y libros de cuentos con ilustraciones de otra época.

Mazú filma todos esos materiales con un nivel de atención que delata su fascinación por ellos. Y no es simplemente porque pertenezcan a su abuela, con quien demuestra una relación amorosa durante toda la película, sino porque son reliquias que le permiten liberar una atmósfera fantasiosa. Son tratadas como objetos mágicos, de otro tiempo y de otro lugar. Remiten a la infancia de su abuela, criada entre los cuerpos incinerados de la Guerra Civil Española. Pero además, el montaje lo teje junto a otras imágenes curiosas que atentan contra las coordenadas transparentes del film: la aparición de unas praderas en el bosque, las cáscaras de manzanas húmedas o las vacas encerradas en un establo.

De pronto, la vida acorralada en el departamento porteño se confunde con los horizontes despejados del campo, y la forma realista del documental familiar (usualmente obnubilado por la castidad de los materiales de archivo y las voces en off de sus directores con ataques de melancolía) deriva hacia el imaginario de los cuentos de hadas que la abuela recita de memoria. Su propia historia está teñida por ese halo de oscuridad que se camufla con las fábulas: el recuerdo del día en que empezó la guerra, cuando ella tenía ocho años y debía llevar un burro de un pueblo a otro mientras escapaba de los tiros, podría ser una ilustración de aquellos libros que guarda en su biblioteca. Lo que hace Mazú es encontrar una forma precisa para encauzar esa experiencia: más poética que directa, menos terrenal que soñadora.

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La ambigüedad de los tiempos y espacios (esa suerte de agujero negro donde el siglo XXI coexiste con el XX, la Buenos Aires macrista con la España del franquismo y las movilizaciones de mujeres con las viejas serenatas de anarquistas) es la piedra fundante sobre la cual se sostiene Caperucita Roja.

La ambigüedad de los tiempos y espacios (esa suerte de agujero negro donde el siglo XXI coexiste con el XX, la Buenos Aires macrista con la España del franquismo y las movilizaciones de mujeres con las viejas serenatas de anarquistas) es la piedra fundante sobre la cual se sostiene Caperucita Roja. Mazú hace un documental personal, es cierto. Está inspirado en la intimidad con su abuela, pero la pulsión que recorre su espina también tiene que ver con vislumbrar una constelación intergeneracional. Cada integrante está unida por la experiencia común de ser mujer en un mundo que las desprecia, y está distanciada por las maneras divergentes de interpretar esa realidad oscurantista. Los tiempos confusos de la película, como si estuviera cubierta por la niebla, se doblan y desdoblan, se confunden y se separan: corresponden al pasado y al presente de la abuela, y a las distintas camadas en el linaje de mujeres dentro de esa familia. 

Hay una sensibilidad muy singular que define este retrato, porque Mazú reconoce las diferencias generacionales sin clausurar a cada una de las mujeres en categorías cerradas. A lo largo de la película, la abuela repite ideas conservadoras con respecto al mundo del trabajo y de las mujeres (un imaginario que sus nietas le discuten abiertamente). Pero la directora siempre asume esa tensión en vez de destruirla. Mira dulcemente a aquella vieja; recupera con interés genuino las historias de su vida y marca los límites necesarios cada vez que las diferencias políticas se exponen como heridas viscosas. 

Si el mundo está hecho de sombras que nos desconciertan, Mazú se anima a adentrarse a la espesura del bosque. No ilumina: habita los grises. Con su abuela, con su hermana, con las mujeres, con el cine. Y ese es un gesto de valentía que difícilmente consiguen las películas.

Caperucita Roja se ve desde 11 al 17 de noviembre en el Cineclub Municipal. La función del jueves 11 a las 20.30 contará con la presencia de la realizadora, Tatiana Mazú, en diálogo con el público.

 

 

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