Paleontología imperfecta

En Un cuerpo estalló en mil pedazos, Martín Sappia erige un retrato sobre la figura elusiva de Jorge Bonino: el santo patrono que marcó la contracultura cordobesa, del cual casi no han quedado registros documentales. Se ve desde el jueves en el Cineclub Municipal.

Ed Impresa 08/10/2021 Iván Zgaib
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Especial para La Nueva Mañana

Jorge Bonino: arquitecto, artista, terrorista del lenguaje. Un fantasma. ¿Quién lo recordará, después de tanto tiempo? Justo antes de morir, cuando se recluyó en Villa María en los años ‘80, prendió fuego las fotos y los programas y los fósiles de la obra que había creado durante toda su vida. Se volvió una figura elusiva, fantasmagórica; la fuerza resbalosa que Martín Sappia intenta perseguir y cazar en su ópera prima Un cuerpo estalló en mil pedazos.

Si todas las películas poseen un esqueleto, el de ésta se encuentra sostenido sobre planos estáticos y macizos, como si hubieran sido erigidos con plomo. Aquellas imágenes, que por momentos pueden parecer gratuitas, buscan palpar esa cualidad espectral que rodea a Bonino: lo que vemos posee la peculiaridad de acontecer en espacios secos, drenados de personas concretas e identificables. Cuando observamos a alguien, apenas se trata de caminantes anónimos que andan por la calle, que habitan los lugares donde Bonino podría haber pasado en algún momento de su vida. También está la voz flotante de una amiga que intenta reconstruir la historia del artista, pero lo más singular quizás sea que Sappia conciba a los espacios como testigos silenciosos: esos pastizales del interior cordobés o esos adoquines de París. Incluso el apoyabrazos en las sillas de la facultad de arquitectura. Todos seguramente vieron y tocaron a Bonino.

Sappia reencuentra a su protagonista ahí mismo: con cada plano parece decirnos que sí sigue allí, aunque no lo notemos, su recuerdo vivo o muerto-vivo, palpitando en la historia de la contracultura cordobesa. El ejercicio consiste justamente en agitar las cortinas para que se levante la mugre; entrever las partículas de Bonino flameando en el aire y evitar que su legado quede en el olvido. 

Un cuerpo estalló en mil pedazos se ve desde el jueves 14 al miércoles 20 de octubre en el Cineclub Municipal. 

Cuando una persona ha borrado los rastros de su propia existencia, como sucedió con Bonino, el cine documental (en sí mismo, una forma de poesía sobre los índices del mundo) debe redoblar la apuesta. Toda la artillería desplegada acá parece dar cuenta de eso: entiende que recuperar a Bonino exige en parte un ejercicio de memoria, y como todo proceso vinculado al acto de recordar, se trata de uno que es impreciso, selectivo, lleno de grietas y cuartos oscuros. La estructura de los textos leídos por la escritora Eugenia Almeida apuntan a tantear en medio de esas sombras: la gente dice cosas sobre la vida de Bonino. Hay muchas historias y una enorme profusión de datos, pero lo que se dice suele ser contradictorio y por eso mismo inspira desconfianza. Sappia demuestra que debe reunir aquel coro, propositadamente desafinado, como si él fuera un paleontólogo juntando los huesos perdidos de un dinosaurio, cuyas piezas nunca encajan perfectamente. Lo que importa es el desajuste. 

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Todo el discurso de la película está ordenado para que esa peculiaridad quede a la vista: no hay ninguna duda sobre la personalidad extravagante de Bonino, pero el film raramente intenta apropiarse materialmente de esa energía caótica.

Si bien reconstruir esa figura resulta un desafío por las fuentes vaporosas y los índices extraviados, la dificultad se debe también a la personalidad del artista. Se trata de alguien complejo, lleno de costados deformes que lo volvieron fascinante durante su época: como relatan quienes lo conocieron, Bonino fue un artista dedicado a desbaratar el sentido común de su cultura. Veía nuevos pliegues allí donde el resto sólo veía chatura. Encontraba irracionalidad en aquellas palabras que el resto consideraba llenas de sentido. Era un “despabilador de almas”, capaz de hacer jugar a los niños de primaria y a las monjas de un convento parisino. 

Todo el discurso de la película está ordenado para que esa peculiaridad quede a la vista: no hay ninguna duda sobre la personalidad extravagante de Bonino, pero el film raramente intenta apropiarse materialmente de esa energía caótica. La enuncia, más nunca la hace cuerpo. Seguramente, esa sea la decisión más cuestionable, en sí misma contradictoria: uno puede ver Un cuerpo estalló en mil pedazos y encontrarse una fotografía pictórica que no quedaría fuera de lugar en un museo; un texto literario que está escrito meticulosamente con una mano de artesano y un dispositivo estético diseñado con el cuidado de una perfecta ingeniería. La suma de esas decisiones desemboca en un sistema interno profundamente aceitado y coherente. 

No hay dudas de que Sappia demuestra una sabia conciencia sobre su manejo de la dirección ¿Pero no era Bonino, como recuerdan los testigos, un personaje que nos empujaba hacia el abismo, allá donde debíamos mirar de frente al desorden de lo desconocido? Cuando se piensa de esa manera, la relación entre la película y su protagonista pareciera ser el resultado de la combinación entre huesos de dos especies distintas. Un caso de paleontología imperfecta. 

 

 

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