Mamá, te corté los pétalos

Las siamesas, la nueva película de Paula Hernández, sigue a una madre y su hija en un viaje en colectivo que se convierte en pesadilla. Se ve en el Cineclub Municipal hasta el próximo miércoles.

Ed Impresa 24/09/2021 Iván Zgaib
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Especial para La Nueva Mañana

Dos camisas floreadas sellan el juego dramático de Las siamesas. Clota y Stella, madre e hija, se ven espejadas y al mismo tiempo diferentes. La vegetación de seda que cubre sus cuerpos las hace camuflarse como si estuvieran en un bosque espeso, pero también las repele: entre las hojas selváticas que lleva una y las flores exóticas de la otra, se comportan como dos especies que compiten por poblar el mismo paisaje verde. 

En su nueva película, Paula Hernández imagina una familia que tiene ese aspecto de terreno incierto, lleno de trampas para conejos y pequeños oasis en medio de la sequía: no hay blancos ni negros, sino la tensión natural de estar hundido en un charco de sangre filial que puede ser bendición y castigo. A veces, al mismo tiempo. Cuando Stella y Clota viajan desde Junín hasta la costa, el proyecto de una utopía vacacional pronto se devela pesadillesco: estar encerradas en un colectivo, que es sinónimo de cárcel, que es sinónimo de madre. Al menos, por momentos. 

Hernández elige esa espesura emocional como su tono y resulta el mayor acierto. Que recicle el prisma hueco del cine argentino es, al contrario, un acto fallido: después de transcurrir los primeros cuarenta minutos, la película sigue atrapada en las paredes del colectivo y delata todos los tics nerviosos de cierta ficción nacional contemporánea. La predilección por construir narraciones acotadas a un tiempo breve; las vueltas en círculos alrededor de una intimidad que se examina en los pequeños gestos (¡que muchas veces no expresan nada o siempre lo mismo!); la puesta en escena de una estética naturalista que ocasionalmente ensaya un guiño tímido hacia el extrañamiento, sin nunca conquistarlo por completo.  

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Paula Hernández imagina una familia que tiene ese aspecto de terreno incierto, lleno de trampas para conejos y pequeños oasis en medio de la sequía: no hay blancos ni negros, sino la tensión natural de estar hundido en un charco de sangre filial que puede ser bendición y castigo.

Para poner en órbita esos ojos secos, Las siamesas demuestra una atracción por sus actrices, lo cual suele descartar todo aquello que hay a su alrededor: las rutas fantasmales, los bares grises de las estaciones de servicio, los baños públicos con olor a pis vencido; cada uno de esos espacios queda reducido apenas a un decorado-extra de cartón. Están allí, en un fondo olvidadizo, drenados de su fuego viviente y sin incidir en un drama que adopta la forma de una pequeña sala del teatro off porteño. 

Lo que adquiere peso en Las siamesas son los diálogos: los movimientos sigilosos dentro de las conversaciones bélicas de madre e hija, que sirven como situaciones mínimas en las que se advierte una grieta hacia problemas más profundos. Hernández se vale de ese tiempo cotidiano y lo trata como una banda elástica a la que puede estirar hasta encontrarle nuevas formas y tamaños. Pero lo paradójico es que esa conjunción (de diálogos y pequeños gestos) no abren la película hacia una forma liberadora, que rompa con las estructuras narrativas como si se tratara de una vieja tradición familiar. Por el contrario, las conversaciones están formateadas por una lógica de planificación efectista: van de la distensión a la irrupción de los conflictos no dichos, evitando el gasto y sometiéndose a un ajuste utilitarista donde la palabra siempre cumple una función predeterminada. 

Ni la delicada danza de Valeria Lois y Rita Cortese, las actrices que capitanean la película, alcanza para escapar al encorsetamiento. Quizás, las cosas encontrarían consuelo si hubiera una idea de cine que sirviera como control de daños para la teatralidad. Pero la aproximación formal desemboca en un callejón de caprichos sin salida: los encuadres desequilibrados, con las protagonistas empujadas a la esquina de la imagen, las hace ver envueltas en el aire vacío. Son una serie de planos corridos de lugar, que no hacen más que ensayar su metáfora forzada de la inestabilidad y las ausencias. El facilismo de la obviedad se come a las emociones complejas. Ah, pero qué linda era la idea de las camisas floreadas. 

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Las siamesas se ve en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. 

 

 

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