“En pandemia, aprendimos a tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad”

Mar Lucas, directora de Innovación Estratégica de Fundación Huésped, analizó cómo poner en palabras desde la salud mental lo que nos pasa desde el inicio de la cuarentena.

Ed Impresa 17/09/2021 Mónica Hernández
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Hemos aprendido a tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad y de la interdependencia que tenemos como seres humanos, porque nos necesitamos mutuamente y que la vida aislada no existe y que la salida es colectiva. (Foto: Javier Imaz / LNM)

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Desde que se decretara la primera cuarentena, vivimos como humanidad y al mismo tiempo en aislamiento, eventos cargados de dolor pero también de esperanza. La pandemia nos impactó en mayor, menor o diferente medida.

Para Mar Lucas todavía es necesario hacer un seguimiento sobre el impacto en la pérdida de familiares, así como lo que supone socializar con un barbijo, “no se percibe si sonreímos o no, que implica para la sociabilidad crecer sin el reconocimiento facial de las emociones, aún está por verse el impacto en la subjetividad de una generación a la que le ha tocado casi dos años, por ahora, de una realidad tan diferente. A lo que se debe añadir el estrés interno de la casa lo que ha implicado compatibilizar trabajo, escolaridad, en un mismo ambiente junto a las enormes diferencias de conectividad y de accesos a los diferentes dispositivos. La pandemia lo que hizo también es generar un abismo que dejó a mucha gente afuera de la posibilidad educativa y laboral”, analizó Mar.

Volver a salir

“Una de las características de este posaislamiento es la irritabilidad, lo que hace que uno no se banque lo que antes nos gustaba o lo sabía manejar, pero que ahora no se soporta o no tenemos resto para bancarlo”, explica la psicóloga.

En este momento hay mucha energía que no se descarga, manifestado en enojos con los vínculos. “Otra manera de notarlo es no dormir bien, tener todo el biorritmo modificado aunque haya gente que ya no dormía bien en la prepandemia, lo cual afecta al ritmo básico de tu vida”, sostuvo.

El hecho de que no se pueda comer ni dormir bien o de dormir o comer en exceso, son desvíos del ritmo natural o del modo de manejarse con los vínculos en las tareas cotidianas que se vieron alterados son una señal de impacto y que “está bueno darse un tiempo para revisar y para nombrar o poder hablarlo; lo primero, es importante tomar conciencia de que algo está pasando, por lo que es más fácil verlo en cosas que se han descolocado que registrarlas en noción, pues no estamos bien entrenados emocionalmente desde niños, y a veces poder notarlo en esas desviaciones de la cotidianeidad de algunas formas que podrían ser más graves. No sé, de pronto no tener ganas de levantarte de la cama, no sentir energía para afrontar el trabajo o cuidar de las personas que están a tu cargo o cuestiones más físicas, como que se te caiga el pelo mucho, tener dificultades en la piel o problemas gastrointestinales, donde a cada uno se nos refleja en el cuerpo de modos diferentes ese impacto emocional”, explicó la experta.

Asimismo resaltó que “es importante darnos bola, tener algo de registro propio y mirar a la gente con la que nos vinculamos y nos quiere, y eso ha sido una dificultad en pandemia, cuando mucha gente quedó sola y aislada y no tuvo ese reflejo de la mirada del otro, entonces muchos te pueden decir ‘no te veo bien’, eso también hace falta”.

Ante la pregunta acerca de que si ante estas dificultades hubo un grupo más afectado que otro, la especialista respondió: “Sí, creo que hubo grupos que tuvieron un impacto más profundo y uno de ellos resultó aquellos que presentaban una comorbilidad previa, antes incluso que se supieran cuáles eran las que afectaban especialmente el Covid. Todo esto respecto a quienes necesitaban una medicación especial o movilizarse para alcanzarla; afectó sostener ese cuidado y fue uno de los hechos por los cuales el estrés y los miedos acerca de si se podrían seguir cuidando, en especial en una población difícil de ayudar y contener en un primer momento. Desde Fundación Huésped trabajamos en especial con personas con VIH, con población trans que debía sostener su tratamiento y armonización. Población con algún otro seguimiento médico que de alguna manera requiere una visita al profesional para sostener la medicación para lo cual se debió realizar un esfuerzo extra”, comentó.

Asimismo, otras poblaciones con una infraestructura de vida, sin vivienda o con una casa muy precaria, con hacinamiento en el hogar, es decir todo lo que fue la vida en barrios populares sin abastecimiento de agua potable, cuando por todos los medios se decía que había que lavarse muy frecuentemente las manos o con la distancia de dos metros, cuando habitaban 7 personas en una pieza. En estas situaciones estructurales la pandemia puso más de relieve las desigualdades. 

Obviamente, también el personal de salud sosteniendo y al servicio de la comunidad, lo cual la ubicó como una población desgastadísima y con un estrés superlativo, con muchas pérdidas de vidas tanto de pacientes como de compañeros, más aquellos con muertes muy cercanas, que no pudieron acercarse ni acompañar en los momentos finales de la vida. Mar Lucas © Red Accion

Colectivos

Para algunos colectivos quedarse en la casa supuso un peligro en sí mismo, porque constituía una convivencia muy violenta y de pronto se vieron obligadas a quedarse encerradas las 24 horas. 

También personas que sufren violencia de género o con una sexualidad disidente que de repente por el hecho de no tener una salida con espacios afines o lugares donde poder encontrarse con pares les afectó sobremanera. 

El otro colectivo que tuvo mucha dificultad fue el que trabaja en la calle, desde personas en situación de calle a cartoneros/as que transitaban o trabajadoras/res sexuales que de pronto encontraban una gran limitación de sostener su medio de vida, a lo cual se le puso un freno, en contraposición a quienes tienen una casa y fundamentalmente con acceso a Internet. 

Con respecto a la gente que vive en la calle “costó mucho llegar porque había mucho miedo, porque la mayoría tenía una rutina de ayuda en cuestiones básicas, durante todo el primer momento no pudieron hacerlo, quedando muy desprotegidos además de que había mucho temor de ir a los paradores y la resistencia a dejar sus pertenencias o mascotas”, acotó. 

A la vez, desde la Fundación “nos hemos encontrado con colectivos y personas que no conocíamos antes de la pandemia y con quienes venimos pensando como comunidad y abriéndonos a pensar esta realidad que nos ha abierto a una empatía diferente, pues también se ha visto que la discriminación fue tremenda, el descuido en general y las grietas se siguieron ampliando también. Lo que sí creo es que hemos aprendido a tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad y de la interdependencia que tenemos como seres humanos, porque nos necesitamos mutuamente y que la vida aislada no existe y que la salida es colectiva, incluso para quienes no acompañan de modo activo eso y su círculo ha necesitado de la ayuda de otros, de otras y de otres”, contó Mar.

La otra gran enseñanza es que se necesita del Estado al servicio de la población y de la ciencia amplia y abarcativa. 


Camas critias © NA

“Necesitamos hablar de la muerte”

La muerte en pandemia es otra cosa que tenemos y sin embargo “nadie nos ofrece una posibilidad de hablar sobre la muerte y eso para niños/as, adolescentes y adultes es una necesidad: conversar. Porque nos ha pasado y nos sigue pasando. Cómo puede ser que hayamos naturalizado que siguen muriendo cientos de personas a diario. Es necesario este duelo colectivo. Además ya se superpone con una necesidad medio esquizofrénica, si se quiere, de querer salir o negar lo que pasó, o dilatar otras cuestiones como concurrir a los controles de salud. No es una película ni una serie, es la realidad”, concluyó.


Claves para salir

Una de ellas es poner en palabras, poder “abrir la escucha y darle a cada uno su tiempo y su ritmo, pero dar la posibilidad que haya espacios donde hablemos de lo que nos pasa, lo cual no es fácil y para lo cual no estamos entrenados ni entrenadas. Se deben generar espacios para construir el encuentro que no tenga una perspectiva disciplinadora o de aconsejar o de arreglar nada, ¿no? Solamente abrir el espacio a la palabra o a través de encuentros donde el arte nos ayude a expresarnos”, aseveró la psicóloga.  

   

 

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