“Los peruanos votantes de Castillo quieren una cultura más fraterna”

Pedro Castillo resultó electo como nuevo presidente del Perú tras derrotar a Keiko Fujimori días atrás. Un especialista analiza el nuevo destino político e institucional de ese país.

Ed Impresa 18/06/2021 Flavio Colazo
Castillo © NA

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Especial para La Nueva Mañana

A raíz de las recientes elecciones presidenciales en el Perú, La Nueva Mañana obtuvo un panorama sobre la política institucional del país andino - diacrónico y sincrónico a la vez- del especialista en temas de integración latinoamericana, y en pensamiento nacional y popular americano Domingo Ighina (*), doctor en Letras Modernas de la UNC. 

-¿Cuál puede ser una primera lectura del presente institucional peruano partiendo de las recientes elecciones presidenciales?

-Perú en estos días ha recuperado la centralidad continental que tuvo durante casi trescientos años. Si bien ahora es circunstancial, debido a las elecciones, Perú no debería ausentarse de los esfuerzos y miradas sobre la integración sudamericana.

-¿Cómo evolucionó la política institucional en Perú hasta llegar a este momento? 

-Desde 1940 hasta hoy, las condiciones de explotación en la Sierra han obligado a cientos de miles de personas a bajar a los arenales limeños para buscar mejor vida. José Matos Mar, sociólogo peruano, veía una transformación imparable de la capital, a tal punto que el Estado se encontraba superado para manejar estas mudanzas culturales profundas y constantes.

-¿Funciona el pacto entre las polis hegemónicas peruanas? ¿Cuáles son estas?

-Antiguo centro del imperio andino más extenso de América, Cuzco sigue siendo una ciudad importante. No solo por su pasado de esplendor, y de mito de justicia, sino también porque sigue siendo el centro simbólico y germinativo de la “cultura de la Sierra”, es decir de los saberes, sentires y pensamientos de millones de peruanos que habitan la zona andina, desde Ecuador hasta Bolivia y que penetra, incluso, en nuestro NOA. Se trata de configuraciones geo-culturales andinas  que tienen a la reciprocidad y a la economía de amparo como ejes centrales de su vida comunitaria. Hay una marca étnica sin dudas en la Sierra –como la hay en la costa peruana -, pero es sobre todo un entramado de culturas andinas que asumen y transforman la modernidad de modo distinto al que las grandes urbes practican. Por eso no debe sorprender el voto por región en Perú. La división tajante entre costa,  –Lima y algunas otra ciudades -, por un lado, y sierra y selva por otro, puede explicarse no violentamente, como propone Mario Vargas Llosa, sino de modo menos agresivo y más comprensivo asumiendo que los pueblos andinos buscan equilibrar la economía del desamparo que el capitalismo impone como única posibilidad para estos pueblos, si algo de la antigua cosmovisión andina perdura, como fuerza aún valiosa, es la idea de comunidad.

Ighina
Domingo Ighina: "Perú en estos días ha recuperado la centralidad continental que tuvo durante casi trescientos años. Y no debería ausentarse de los esfuerzos y miradas sobre la integración sudamericana".

-¿Cómo ha coordinado históricamente el poder político en Perú las tensiones entre las diferentes regiones? 

- José Carlos Mariátegui, cuando propuso que el socialismo en América Latina no debía ser calco y copia, sino creación heroica, encontró en la antigua comunidad agraria, el ayllu, el fundamento para el Perú socialista, soberano y moderno. Pareciera que esta persistencia andina ha bajado -o está bajando- a la costa. Desde 1940 hasta hoy, las condiciones de explotación en la Sierra han obligado a cientos de miles de personas a bajar a los arenales limeños para buscar mejor vida y, en su migración, han reconfigurado la otrora orgullosa ciudad capital de un continente entero, y la han obligado a abrirse a “pueblos jóvenes” y barriadas que desbordaron el entramado urbano, y al mismo estado. José Matos Mar, el sociólogo peruano, veía una transformación imparable de la capital, a tal punto que el Estado se encontraba superado para manejar estas mudanzas culturales profundas y constantes.

- ¿Cuáles son los grandes rasgos e hitos de la historia política de Perú, los momentos bisagra? Al decir del personaje de “Conversación en la catedral”: ¿Cuándo empezó a joderse el Perú? 

- El poder establecido y conformado desarrolló  formas de control: cooptando y apropiándose de un partido nacido como popular y revolucionario, y transformándolo en todo lo contrario: El APRA.  Fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, terminó en manos de Alan García como una herramienta neoliberal y corrupta; y luego de la última presidencia de García, que concluyó en 2011, prácticamente desapareció.

-¿Y así sencillamente se encaminó hacia ese modelo de neoliberalismo “ejemplar” y “ejemplarizante”?

- No, también fue imprescindible una política de medios concentrados que colaboró a forjar un sentido común liberal en la ciudad para adormecer –aunque no eliminar- las miradas críticas sobre las políticas extractivistas, represivas y banales de un estado en crisis. 

-Hasta llegar a la “experiencia” Fujimori…

- El Fujimorato fue la “feliz experiencia” que logró que esas políticas fueran aceptadas e incluso propiciadas. Recordemos que Fujimori llevó adelante la esterilización forzada de mujeres andinas, que fue justificada por vastos sectores de la gran urbe. Nunca durante el siglo XX - y anunciando lo que los primeros años del XXI trajeron- Lima y la Sierra fueron tan opuestas. La salud y la educación se disolvieron en manos de presupuestos paupérrimos; y el extractivismo en la selva obligó a mayores migraciones. Luego de Fujimori, la gran capital y el gran capital no encontraron un rumbo claro. Divisiones entre los grupos de poder, disputas personales, ambiciones fujimoristas, enriquecimientos oscuros, se empeñaron en presentar una macroeconomía pujante, mientras el país se partía más que nunca. El “Período de la Violencia” producido por Sendero Luminoso y su represión, se amalgamó con una memoria selectiva, limeña, que condujo a una suerte de caza de brujas permanente contra la izquierda que aún perdura – y que Keiko Fujimori utilizó con bastante eficacia en las recientes elecciones, aunque no le fue suficiente. 

Los dos presidentes “serranos” del siglo XXI, ¿Qué hicieron y qué dejaron cada uno?

- Grandes expectativas, convertidas en falsas esperanzas, llevaron al poder a Alejandro Toledo (2001-2006) –quien llegó a autotitularse Pachacútec, el transformador del mundo, y además el más grande de los Incas- y a Ollanta Humala (2011-2016), ambos votados por la Sierra, pero no fueron sino más que parte de una maniobra del establishment costeño. El primero fue un fraude similar al de la administración a cargo en la última década del siglo XX en Argentina; el segundo decidió fluir, no transformar casi nada en ese Perú dividido, y menos aún responder las demandas de quienes lo votaron.

-¿Y las “otras” presidencias del siglo XXI?

-Lo que vino después –García, sin sucesor; Kuczinsky; Vizcarra; Sagasti- no son solo síntomas de la inestabilidad política de la clase hegemónica peruana, sino signos de su desborde. Pedro Castillo es, de manera positiva, signo también de ese desborde que pensaba Matos Mar. No podemos saber cómo se moverá, pero la desesperación que toda la vieja Lima, todo el racismo y el poder hegemónico han demostrado en esta campaña y en esta última semana, crean la expectativa de que por fin la Sierra haya llegado a la hostil Ciudad de Los Reyes. Vargas Llosa se pregunta: “¿Eso quieren los peruanos… censura, incompetencia económica, una policía política creando una dictadura feroz y sanguinaria…?”. Dios o Viracocha sabrán qué quieren los peruanos, pero los que votaron a Castillo saben lo que no quieren: racismo civilizatorio, desprecio, negación y violencia. Tampoco enfermedad ni hambre. Quieren otras culturas, más fraternas. 


(*) Profesor de Pensamiento Latinoamericanos de la FFyHH. Director de investigaciones sobre muchedumbre y desborde en las literaturas del Cono Sur. 

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