La noche más larga: el retrato de la violencia como parte de su reproducción

El largometraje generó grandes expectativas. Sin embargo, la poca claridad de objetivos, las decisiones efectistas  y poco justificadas, hacen emerger varios interrogantes.

Opinión 27/01/2021 Melanie Guarrera
la noche mas larga
El estreno del segundo largometraje de Moroco Colman generó grandes expectativas.

El estreno del segundo largometraje de Moroco Colman generó grandes expectativas. Se trata de una película que intenta reconstruir la historia de las decenas de casos de violaciones perpetradas en Córdoba por Marcelo Sajen, conocido como “el violador serial”, desde 1994 hasta 2004, cuando acorralado por la policía decide quitarse la vida.

Sin embargo, la poca claridad de objetivos, las decisiones efectistas  y poco justificadas, hacen emerger varios interrogantes cuyo hilo conductor es la pregunta sobre qué aportan este tipo de producciones y en qué medida ayudan a reproducir las desigualdades y la violencia social de género.

En la apuesta de La noche más  larga lo único que no se puede poner en duda es que la historia y la temática abordada por el realizador cordobés ya implican en sí mismas un enorme desafío, por la profundidad y la sensibilidad social que invocan. Desde el equipo del film se habló de una búsqueda realista y de apegarse a investigaciones de gran prestigio en el periodismo, pero es ampliamente sabido que ninguna producción puede ser objetiva: siempre es necesario recortar, hacer foco en una porción de realidad, elegir destacar un ángulo y no otros, qué involucrar en el campo o dejar por fuera.

No solo por una cuestión de tiempos, presupuesto o el afán de priorizar una búsqueda comunicacional y artística, sino porque, naturalmente, hacer lo contrario, es objetivamente imposible. Como cualquier retrato, una película es una actitud adoptada, en este caso, por el individuo frente a lo que rueda: jamás se esconde  el vínculo técnico de esta operación con una visión del mundo.

Es por esto que esta espectadora, mujer y militante feminista, considera que la mayoría de las decisiones epistemológicas, ontológicas y artísticas tomadas fueron ampliamente desacertadas en una variedad de sentidos. En principio, se trata de una pieza que no logra aportar claridad sobre su posicionamiento y objetivos, tan necesarios por la temática abordada: ¿por qué se cuenta esta historia? Quiero decir ¿para qué? contra quién? ¿a favor de qué?

ALERTA  SPOILER: pueden leer tranquilxs porque si bien contamos muchos detalles de la película, no recomiendo verla. Sobre todo para quienes ir al cine hoy implica un esfuerzo económico y de tiempo en el que buscan ampliar y nutrir sus perspectivas.

Son varios los interrogantes surgidos alrededor de 70 minutos de una película que construye la historia de una manera efectista, poco cuidada y revictimizante. Al verla, es inevitable que nos pase por el cuerpo fundamentalmente a todas las identidades de género oprimidas por este sistema patriarcal. En una mezcla de dolor, bronca y empatía que entumecen los músculos durante todo el visionado, emerge la pregunta recurrente ¿para qué estoy viendo esto? ¿Es necesario escenificar una y otra vez las distintas violaciones a las que fueron sometidas decenas de mujeres? 

No hago referencia a lo “moralmente perturbador” del asunto, a evitar la molestia que podría  ocasionar a la “salud pública” porque ciertamente los abusos sexuales son un tipo de violencia que existe, y que hay que mostrar porque continúan representando la desigualdad de género hecha cuerpo y en su versión más horrorosa. Sin embargo creo que este tipo de decisiones artísticas y políticas profundizan la morbosidad con que la sociedad argentina mayoritariamente habla y piensa sobre estos casos.

Por ejemplo Colman decide realizar planos cortos en un genital dentro de la boca de la víctima, el miedo, el sufrimiento, las mujeres de espaldas, las penetraciones en tiempo real, constituyendo una suerte de pornografía estética en la cual la perspectiva que parece primar es la del violador y no la de las mujeres que son, predominantemente, retratadas como victimas.

Si la pedagogía del la crueldad, ejercida por la apropiación de la violencia patriarcal, sobre nuestros cuerpos, se enuncia estéticamente desde su propia lógica, entonces constituye una revictimización al servicio de la espectacularización de un tema que trasciende ampliamente las escenas en sí de violencia sexual explicita. Este forma parte de una profunda problemática social que involucra un entramado de violencias sistémicas. 

Vinculado a lo anterior nos preguntamos ¿Era necesaria la pollera corta?.

A lo largo y ancho de Latinoamérica y el mundo  venimos luchando al son de un canto que dice  “y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía, el violador eres tu”. Esta es una certeza de quienes ejercemos las praxis feministas, pero considerando que gran parte de la sociedad aún no está vinculada a los sentidos que desde estás se construyen, me pregunto cuán acertado es escoger ese vestuario cuando las jóvenes de los casos reales regresaban de la universidad o caminaban por la calle en su cotidianeidad con ropa sport, como es el caso de Milena (nombre ficcional), la única querellante de los más de cien abusos perpetrado por este hombre, a quien agredieron de tarde mientras vestía joggins.

Por qué, entonces, en “La noche más larga” se insiste estéticamente en que la violencia sexual tiene que ver con el “placer sexual” de hombres con mujeres de cuerpos hegemónicos y pollera corta cuando las investigaciones profesionales y nuestras  experiencias diarias nos enseñan que la búsqueda de los machos a la hora de violarnos y humillarnos es moralizar nuestra libertad y fundamentalmente realizar y confirmar su mandato de masculinidad en la participación en una comunidad de pares. Individuos cuyas practicas fueron producidas en el marco de una sociedad que deifica la denominada “cultura de la violación” a través de sus medios de comunicación, la publicidad y la industria pornográfica, entre otros dispositivos.

En el mismo sentido, la interpretación de Araoz, cuyas dotes actorales confirmadas una vez más en esta personificación, son incuestionables, nos parece representativa del tipo ideal del “depravado” en el que la sociedad puede alienar todas sus responsabilidades. Se construye a Sajen como un sujeto permanentemente desorbitado, claramente poco “normal”, como un “malandra” profesional que afana pero que se dedica fundamentalmente a violar mujeres mientras que de refilón se muestra al Sajen padre y marido, matizado con el acento puesto en que no era ni siquiera “buen marido” porque tenía otra mujer. Pero ¿Fue Sajen un monstruo?. independientemente de cual sea la respuesta que podamos ensayar, según nuestro posicionamiento teórico - político, si esa es la concepción más difundida, la pregunta primaria podría ser:  ¿Tenemos algo que ver con él?

En la investigación periodística de Dante Leguizamón y Claudio Gleser, en la que está basada la película, cuyo desafortunado título es “La marca de la bestia” (2005),se reconstruye con pericia la historia vital de este hombre que lejos de ser un monstruo era un hijo sano del patriarcado.

Según el mismo Leguizamón, entrevistado recientemente, la película La noche más larga, no es certera a la hora de perfilar a Sajen, ya que dista mucho del espíritu de su investigación que buscaba precisamente  terminar con una tendencia presente en los medios contemporáneos, en los cuales ni Sajen ni las víctimas eran reales. Sajen no era un tipo desorbitado, no tenia apariencia de monstruo, era un hombre común que de joven había sufrido violencia intrafamiliar y la reproducía tanto en su hogar como en la violencia sexual hacia mujeres desconocidas, ya había estado preso por delitos sexuales y hurtos, continuaba robando e incluso tenia vínculos con la policía que no aparecen en ningún momento.

Para Leguizamón, la decisión de Colman se alinea con los medios y con el relato estatal de ese entonces (gobernado por el mismo partido hasta la fecha) donde se oculta la impericia, decidía y nula voluntad policial, y por lo tanto política, que hacen del Estado el principal responsable y participe fundamental de la perpetuación de la violencia sexual, entre muchas otras, que sufrieron estas mujeres y que seguimos sufriendo en la provincia y en todo el país.

Y desde otro ángulo, insistimos : ¿Dónde está la  sociedad?

En "La noche más larga" aparecen fugazmente algunas instituciones, por ejemplo, la policía cuando  toman declaración a Milena, revictimizandola en todo momento, volviendo a relatarle los hechos, sin ningún tipo de cuidado ni empatía, preguntando incisivamente si había o no había sido penetrada, como si la comprobación de una violación consistiría únicamente en la cuestión genital. Este tipo de escenas bien construidas entran en contradicción con las que articulan la totalidad del film. Es por esto que no podemos responder el para qué: ¿dónde interviene la responsabilidad social si los medios de comunicación son retratados como alarmados por las violencias de este “monstruo”, si el Estado y la policía aparecen permanentemente movilizados y en ningún momento se intenta una mínima contextualización explicativa del funcionamiento de un entramado social patriarcal?

Retomamos a Segato (2010) para entender que “el violador no es un ser anómalo. En él irrumpe un contenido y determinados valores que están presentes en toda la sociedad. Cuando eso sucede, nos espantamos y transformamos al violador en un chivo expiatorio, pero él en realidad fue el actor, el protagonista de una acción de toda la sociedad”.

Y agregamos, que como arte y parte de ella, creemos firmemente que si las oportunidades de contar nuestras historias y disponer de recursos y premios políticos y artísticos, no son utilizadas para profundizar en las raíces de las desigualdades y en las diversas formas de reproducción en la que participamos cada unx de nosotrxs, un guiño sobre el final al movimiento Ni Una Menos o a los pañuelos verdes acumula menos de lo que ayuda a  transformar. Además cabe mencionar que el hecho de instrumentalizar nuestras herramientas organizativas lavadas de su profundidad es como mínimo una falta de respeto y de comprensión histórica hacía las mismas. 

Es por esto que al no involucrar los múltiples protagonismos y responsabilidades sociales en la producción de los diversos Sajenes ( padres, maestros, médicos,etc), como la punta de un iceberg de este flagelo social, esta ficción basada en hecho reales tan vigentes y acuciantes, no solo termina siendo una peli pochoclera de suspenso más, sino que además es parte del problema, montada en el gran engranaje que hace que todo siga como está. 

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