Palabras prestadas: “Concentrate en la distracción”

En esta nueva publicación de Palabras Prestadas el juego tomó la delantera. Porque no se trata de “cosas de chicos” sino de una actitud fundamental para conservar el alma joven.

Ed Impresa 17/01/2020 Barbi Couto
Libros

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Especial para La Nueva Mañana

Para jugar hace falta tiempo, un buen lugar y los compañeros indicados. Para que funcione debe incluir siempre una merienda. Por supuesto que no hace falta aclarar que la edad no tiene nada que ver en este asunto. Es, además, imprescindible tomárselo en serio, por eso voy a comenzar con las palabras de una autora a la que siempre acudo cuando necesito justificar mis ganas de jugar: “Todo el que juega, todo el que ha jugado”, dice Graciela Montes “sabe que, cuando se juega, se está en otra parte. Se cruza una frontera. Se ingresa a otro país, que es el mismo territorio en que se está cuando se hace arte, cuando se canta una canción, se pinta un cuadro, se escribe un cuento, se compone una sonata, se esculpe la piedra, se danza. (...) Un árbol. La esquina. El fondo del jardín. La cueva. El rincón de los juguetes. Los escondites secretos. (...) La hora de la siesta. Las vacaciones. Las largas esperas. Las noches de verano después de la cena”.

Durante el verano es más fácil encontrar el tiempo. Y las chicas y chicos que tengamos cerca, están de vacaciones y suelen ser excelentes compañeros siempre dispuestos. Hurgué,entre mis libros, fragmentos no de juego sino que encendieran la mirada y llenaran de cosquillas las puntas de los dedos, que nos dejaran con ganas de plaza, de circo o de merendar con ese hambre niño que viene después de mucho jugar. 

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El comienzo, por lo general, era el caos. ¿Quién no recuerda esos movimientos erráticos, esa manipulación nerviosa del juguete, ese ir y venir sin sentido, esa cierta excitación desordenada propia del comienzo? Echábamos los muñecos sobre el suelo sin saber de qué historia los haríamos protagonistas. Nos poníamos un disfraz y después otro. No nos decidíamos por el rol que nos tocaría. En los juegos compartidos nos dábamos órdenes y sugerencias contradictorias, a veces nos peleábamos francamente. Hasta que el jugar por fin encontraba su centro y su sentido. Ése era el mejor momento de todos. Habíamos creado un cosmos.

“Juegos para la lectura”, de Graciela Montes en “La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético”.

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Roberto el arquitecto construyó una fuente enorme en una especie de patio interno que está lleno de plantas como si fuera un invernadero, en el fondo de la fuente colocó un espejo y dentro de la fuente enorme viven los pececitos Koi, duplicándose bajo el efecto del espejo y multiplicándose bajo el efecto del amor.
Al principio los peces eran pocos y chicos pero con el tiempo crecieron como casi todo en este mundo. La trampa es que con el espejo son el doble de los que son. Mi mamá se baña en la fuente, los días de mucho calor se pone la malla de color turquesa y sobresale entre el color negro, blanco y naranja de las mallas escamadas de los pececitos koi. Yo la miro, la veo doble y allí desde el agua me cuenta que leyó en una revista que koi significa en japonés dos cosas a la vez, amor y pez.

“Un juego de espejos” de Verónica Laurino en “Alimañas en la casa nueva”

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Un pececito se fue a nadar… / andando muy contento por el mar / pero olvidó el camino 
que recorrió / vino un tiburón / y se lo comió / el tiburón Kanishka / Ka ka Kanishka.

“El tiburón Kanishka”, Koufequin

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En el circo, el trapecio / pone felices a los chicos: / comen más pochoclo / que en otros números. / Mi hermana usa tutú / de bailarina rojo / con estrellas para / hamacarse bien alto.
Aprendió / a balancearse / con un secreto: / “hay que ser como un junco”. / Por eso ella piensa en las lagunas / para que le salga bien.

“¡Tengo una hermana trapecista!” de Natalia Fortuny y Cristina Schmidt

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El perro corrió desacompasado. Se paró a un metro y los miró fijo. Ladró de felicidad.
Esperó un rato más, hizo un círculo alrededor de ellos. Y después se acercó a Dolores y le pasó la lengua. Parecía baba de diablo. O telaraña del infierno.

Dolores igual le acarició la cabeza y el perro movió la cola y ella le hizo cosquillas atrás de las orejas, aunque babeara más.

Luis le palmeó el lomo. Si iban a ver a ese abuelo, mejor que empezaran por caerle bien a sus mascotas, no importaba lo feas que fueran.

El perro los escoltó por el camino —escoltar era una manera de decir, iba atrás, se distraía y miraba el paisaje, buscaba ovejas, o estrellas, las primeras, esas que parecen un hueco en el cielo, y le ladraba a un bulto achicando los ojos, miope, porque recordaba algo que no se sabía qué era— y Luis dijo que era una buena señal.

“Fantasmas” de Marina Berri

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Hay una cuarta sandía que nadie se atreve a comer / me asalta por las noches / está posada sobre la mano izquierda de Marquitos / hombre de cuatro años que vive / sin dudar demasiado / yo juego con él / él juega a que es grande y lo es / el fruto rojo / sandía / le trae al niño la tranquilidad de la sed calmada.

“Sandías”, de Alexis Comamala y Jorge Cuello

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Para cerrar la nota les pido que sigan las instrucciones a continuación. Como un primer casillero del juego, al que después sigan incontables más.

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Sorpresa / Escribir una palabra sin saber cuál es.

Cerrá los ojos. Agarrá una hoja de papel y un lápiz. Concentrate en la distracción. Escribí sin pensar. Abrí los ojos, leé y pensá en lo que acabás de escribir. Vas a descubrir que tu lápiz sabe tantas cosas sobre vos como vos sobre él.

“Un árbol crece y nadie le pregunta por qué” de Eugénio Roda y Cecilia Afonso Esteves, traducido por Magdalena González Almada y Leticia González Almada

 

 

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