Los Hornillos, Traslasierra: una cooperativa que se multiplica

Un listado de sueños a la medida de un gran equipo de gente que trabaja junta y junto a su comunidad. Crónica de una visita al espacio cooperativo La Ronca en Los Hornillos, Traslasierra.

Ed Impresa 08/03/2019 Barbi Couto
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“La experiencia de compartir un espacio de producción con una multiplicidad de proyectos es interesante porque compartimos el espíritu, laburar colectivamente, horizontalmente, asambleariamente, buscando la mayor autonomía posible" cuentan los miembros de esta cooperativa.

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Especial para La Nueva Mañana

En Traslasierra los colores parecen más nítidos y brillantes que en la ciudad. El cielo es un azul más intenso, el verde de los árboles tiene innumerables tonalidades, la banda de sonido incluye pájaros, el correr del río, por la noche los grillos, o el croar de las ranas. Pienso también que puede haber otra explicación: en esa zona se alcanza a ver una porción infinitamente más grande de cielo, hay más árboles y la naturaleza nos encuentra no solo en el caminar sino también adonde alcanza a llegar nuestra vista.

Me dirijo a Los Hornillos, el colectivo me deja en la ruta y tengo que caminar algunas cuadras más allá de la plaza. Es media mañana, amaneció fresco pero ahora el sol pega con ganas, al punto que tengo que achinar los ojos para ver el mapita que guardé en el celular. Al final de una calle de tierra encuentro el cartel sobre una pirca pintada de colores: “El grito 95.5 fm”.

Una vez traspasada la pirca, los árboles se funden en un bosquecito. En el claro más allá asoma una construcción tapizada de enredaderas, con tejas coloniales, engalanada con banderines. No hay nadie a la vista. Subo los escalones de la galería y me asomo. La única presencia es la radio, entro a la habitación esperando encontrarme con un estudio pero no, de algún sitio brota la voz del locutor y la música viaja por los ambientes de una casa vivaz y colorida pero que a primera vista parece vacía. Decido esperar afuera. Le mando un mensaje a Pablo López y me dice que está al aire, que acaba ese bloque y sale a recibirme.

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Radio “El Grito” es una radio comunitaria que funciona de manera cooperativa y que transmite en el 95.5 desde Los Hornillos para todo el Valle de Traslasierra. También se puede escuchar por streaming desde su web. “La diferencia entre una radio comunitaria y otra que no lo es, es que es una radio de gestión abierta y participativa”, explica Pablo, “quien lo desee puede venir, ser parte, hacer un programa. Todo se decide en forma colectiva, los contenidos, los programas, la forma en que la radio se relaciona con la comunidad”.

-¿Cómo encaran el desafío de su financiamiento?
El financiamiento tratamos de hacerlo a través de algunas publicidades, de negocios de la zona, de gente que conoce la radio, no hacemos publicidad de empresas ni nada por el estilo, si no una cuestión más relacionada con la comunidad. También hay un Club de Oyentes, donde un montón de gente aportan algo de plata, aunque es poca, suma. Y después también en la feria vendemos algunos productos: un libro sobre la historia del Valle de Traslasierra que editamos desde la radio, un cd con músicos y grupos del Valle, y también vendemos algunos productos de la economía solidaria: miel, aceite de oliva, una yerba que hacemos trueque.

Pablo me cuenta que la programación 2019 la anunciarán en abril. “Básicamente a la mañana hacemos colectivamente el informativo, periodístico, musical que es el programa editorial de la radio. A la siesta se retransmiten programas de otras radios y a la tardecita hay otra vez programación en vivo: programas de música, de entrevistas, algunos temáticos. El fin de semana se retransmiten los programas que se hacen en vivo en El Grito más la retransmisión de otros programas”, termina Pablo. Pero intuyo que es solo el comienzo, porque la radio es solo uno de los cinco proyectos cooperativos que funcionan en ese predio, llamado “Espacio Comunitario La Ronca”.

Cuando salgo del estudio hay más gente en la casa. Pablo tiene que seguir con el programa y alguien deslizó que podìa ir a chusmear si quería, así que me acompañan a la construcción pegada a la casa principal y ahí me quedo.

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Editorial Tierra del Sur

Editorial Tierra del Sur es una cooperativa de trabajo editorial con un funcionamiento bien interesante. Tiene tres sedes, una en Buenos Aires, otra en el sur (Puelo y El Hoyo) y una tercera en Los Hornillos, Córdoba. Si bien cada sede tiene sus dinámicas propias y problemáticas relacionadas con la localidad en la que está inserta, constituyen un único sello, que encontró de esta manera una estrategia para encarar la producción, distribución y logística. En cada sede se producen, imprimen y encuadernan los títulos que conforman su catálogo, compuesto por una variedad de temáticas: feminismos, educación popular, culturas originarias, resistencias, movimientos sociales latinoamericanos, emancipatorios, entre otros, siempre buscando buenos textos que no están circulando por otras vías. Las tiradas son pequeñas, el acabado es artesanal y a veces son las mismas editoras las que viajan a trabajar de una sede a otra.

En el espacio hay un clima de trabajo cotidiano, luminoso y cálido. Anahí enseguida me ofrece un mate, mientras marca los lomos en los pliegos de tapa del libro que está encuadernando: “La Carniolita, Apicultura de familia”. Me cuenta que el espacio es nuevito, autoconstruido al lado de la casa principal, ampliando un sector donde antes funcionaba la panadería. El espacio se inauguró en agosto del 2018 y es un taller-editorial-imprenta al que no le faltan ni impresoras, guillotinas (de las chicas y de las grandes), estantes llenos de libros, posters y un par de ventanas por las que entra el aire del Valle. Diego entra a saludar y Anahí, que justo me está señalando una puerta que sale hacia atrás y desemboca en un senderito que se pierde en el verde, le pregunta si no me acompaña a conocer donde está la panadería y la galletitería. Salgo con Diego, desde ese momento mi guía oficial, mientras Anahí agrega, cómplice, que seguro allá me convidarán galletitas. Y allá vamos.

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Pan, galletitas, un molino y una escuela de oficios

El resto de mi visita es un tour inolvidable. Voy caminando y me detengo a sacar fotos, mientras Diego cuenta y contagia. Una huerta, un espacio abierto en el que me cuenta que acamparon un montón de feriantes cuando se hizo la FLIA (Feria del Libro Independiente y Alternativa) hace unos meses, más allá una construcción sin acabar, siempre mingas, siempre lo comunitario en cada oración y mucha gente haciendo cosas juntas. Me cuenta de la escuela de oficios, donde los talleristas son gente del pueblo, se dieron talleres de electricidad, mecánica, carpintería, apicultura, radio, inglés, tejido, herrería. Este año se agrega gasista, zapatería. La escuela arranca el primero de abril y el 31 de marzo van a hacer una peña para juntar plata y comprar los materiales necesarios.

El paseo se llena de anécdotas cuando llegamos al espacio de atrás, un lugar con dos habitaciones, en la de adelante el Topo y Pablo amasan pan, y me cuentan que son músicos y están pensando formas de financiar su próximo disco, en la habitación de atrás Paula hornea galletitas y me comparte una con un mate.

Me cuentan cómo distribuyen entre los negocios locales, mientras cae alguien a dejar unos mensajes y comprarse un pan. Tomo notas pero pienso que la magia del espacio es dejarse contagiar esa energía alegre que manejan todos. Esa certeza de que hacen lo que les gusta y lo hacen juntos. Compro un pan, me eligen uno de una bandeja de abajo, que se ha enfriado un poco y pienso en lo mucho que va a gustar ese pan a mi gente en el almuerzo. Y en la crónica llena de proyectos que me llevo para contar.

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Espacio comunitario  “La Ronca”

Una vez más en la casa principal del predio, me entero que la vivienda y sus zonas aledañas funcionan como espacio comunitario desde hace 12 años. Lo van mejorando y refuncionalizando para que existan allí una multiplicidad de proyectos, todos cooperativos, que no paran de crecer y multiplicarse. Radio comunitaria El Grito, la editorial Tierra del Sur, la panadería Los Hornitos, la cooperativa de galletitas integrales El Faro, una huerta, un vivero de plantas nativas, una carpintería y desde este año, un proyecto de molienda y una escuela de oficios.

“La experiencia de compartir un espacio de producción con una multiplicidad de proyectos es interesante”, cierra Pablo, “porque compartimos el espíritu, laburar colectivamente, horizontalmente, asambleariamente, buscando la mayor autonomía posible, es buenísimo porque podés ver distintas perspectivas. Por otro lado, tenés que ponerte de acuerdo para convivir y llevar adelante el espacio, que al ser comunitaria y abierta es algo que se re discute y se va construyendo todo el tiempo. El principal desafìo que tenemos capaz que es ese justamente: que el proyecto sea verdaderamente abierto, que la comunidad se apropie, cosas que no son fáciles. En un pueblo como este donde no hay tanta gente, es un poco más simple, es más fácil saber quién es el otro y decidir en qué querés participar o no”.

Me voy pensando que en la ciudad a la que vuelvo la cosa se complejiza. Porque somos muchos más y es difìcil conocernos, pero quizás, además, nos ande faltando tiempo y espacio -así, lleno de cielo y árboles- para una ronda de charla y mate donde los proyectos cooperativos encuentren tierra para brotar y multiplicarse.

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