Cinefilia asfixiada

Durante el mes de enero, las salas comerciales de Córdoba insisten con una programación refritada y poco diversa. ¿Cómo mantener viva la cinefilia en medio del verano en la ciudad? "La mula" de Eastwood, y los films sobre vacaciones en MUBI.

Ed Impresa 11/01/2019 Iván Zgaib
Balnearios - Mariano Llinás
Balnearios (2002) de Mariano Llinás

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1. Es el verano, estúpido
Córdoba, enero 2019. Quedarse en la ciudad parece siempre la opción más deprimente. O trabajás con el chillido de un ventilador viejo que escupe aire a la fuerza o tomás sol sobre el asfalto raspado, sin escapar al calor aplastante ni a las malas noticias (Bullrich, tarifazos, la imagen mental de Macri esparciéndose protector solar por sus piernas peladas en Villa La Angostura).

Mientras tanto, elegir una película de la cartelera comercial (¡y escribir sobre ella!) se vuelve una hazaña difícil de sortear. ¿Habrá alguna relación extraña entre quedar pegado a la humedad de la ciudad y adentrarse en el estado decrépito que adoptan los cines comerciales? Todo lo que sucede allí durante enero parece peor que de costumbre: el aire acondicionado que se corta y convierte la sala en un sauna incómodo, el movimiento mecánico del boletero mientras corta la entrada con una sonrisa helada, la programación deprimente que se repite de manera automática de un cine a otro.

En las pantallas burocráticas de Córdoba se siguen viendo los refritados del mes pasado (la biopic homofóbica y formulaica de Freddie Mercury, el embrollo ridículo de Animales Fantásticos) y los nuevos estrenos son olvidables (Jennifer López haciendo de jefa, los ejércitos animados de Gokus, Spider-Mans, Grinchs y Ralphs lanzados por los estudios para conquistar la atención de los niños).

En medio de ese paisaje decadente aparece La mula, la nueva película de Clint Eastwood celebrada por muchos críticos que leo y admiro, pero que para estos ojos se destaca más por su pobre competencia que por su propio mérito. La simpleza formal del director (contra-planos, paneos y planos en grúa) son de una practicidad por momentos desinspirada, mientras su habilidad para construir el universo dramático oscila entre la efectividad en el manejo de los tiempos narrativos y la obviedad con que se presentan ciertas situaciones (especialmente, aquellas donde utiliza diálogos pomposos y situaciones gastadas para observar la distancia entre el protagonista y su familia).

La mula ofrece, en cierto sentido, una mirada gentil sobre un héroe que pierde sus sueños e intenta reacomodarse antes que el mundo lo deje atrás (allí entran en juego las figuras caricaturescas de los narcos, el fantasma de Internet que amenaza las viejas formas de trabajo y las nuevas identidades de poblaciones homosexuales y negras que el protagonista no comprende). Hay una verdadera paradoja en la película de Eastwood, ya que uno de sus mayores hallazgos se diluye con los rasgos más conservadores que marcan la filmografía del director. Lo que en principio se presenta como un personaje lleno de matices (entre su libertad, su placer despreocupado por la vida y su imposibilidad por reconocer a los otros) pronto se deshace con el curso narrativo opuesto: el protagonista logra redimirse en un giro moralista que clausura cualquier mirada ambigua.

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"La Mula" protagonizada y dirigida por Clint Eastwood

2. Cinefilia subterránea por la red.
Al otro lado de Netflix, MUBI se asoma triunfante. La plataforma de cine de autor anunció hace unas semanas que durante 2019 será gratis para usuarios de Argentina, una novedad que con suerte le otorgará más popularidad por estos lados. Ante la falsa diversidad del catálogo que ofrece la gigante empresa estadounidense, MUBI propone una programación de treinta películas simultáneas que se va renovando a lo largo de cada mes. Su manera de operar emprende una forma de lucha silenciosa: así discute que la curaduría de películas trasciende la lógica empresarial de algoritmos y que detrás de cada programación hay una mirada acerca del cine y de su historia.

Ahora mismo, dos películas de tiempos y tierras distantes ofrecen allí aproximaciones sobre el verano: Balnearios (2002) de Mariano Llinás y Las vacaciones del Señor Hulot (1953), de Jacques Tati.

La primera utiliza el desplazamiento como una estrategia narrativa para observar las playas argentinas. En uno de sus episodios, Llinás cruza viejas imágenes del mar con una voz en off que describe el espacio de las vacaciones en tono estridente, como si se tratara de una criatura desconocida; parecen los gritos de un presentador de TV anunciando la presencia de un monstruo clase B en alguna película de Jacques Tourneur o Jack Arnold, pero las imágenes son completamente ordinarias. Es decir, pertenecen a nuestro mundo más cercano, al registro de la cotidianeidad. Esa es la yuxtaposición que emplea el director: la épica y la extrañeza se descubren en los hechos más comunes, donde pocos se atreverían a encontrar grandezas. Puede ser un grupo de viejos haciendo ejercicios en la arena o en las mujeres que emplean estrategias complejas y calculadas para obtener un mejor bronceado.

En Las vacaciones del Señor Hulot, el mítico director francés prescinde de las palabras que aparecen de manera constante en Balnearios. No importa que haya sido realizada medio siglo atrás, porque la película de Tati conserva una vigencia impactante con su capacidad de expansión óptica para observar un lugar; un microcosmos dramático donde la comedia se instala a través de la simultaneidad de acciones cotidianas, de pequeños accidentes que tuercen la armonía de la convivencia social y exponen todas sus fisuras.

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Las vacaciones del Señor Hulot (1953), de Jacques Tati

La puesta en escena está hecha a base de una coreografía de errores y deslices: planos lo suficientemente abiertos que encuadran distintos grupos de turistas habitando su propia burbuja, sin saber de los otros, pero que tienen incidencias misteriosas entre sí. De esa manera, Tati dispone los cuerpos en el espacio, evidencia sus movimientos particulares y la manera en que, más allá de su rasgo individual, conforman un mundo compartido en el que todos juegan y toman parte.

Aquellas dos películas, con sus elecciones audaces, proponen una definición acerca del cine: éste puede conformarse por historias y narraciones, pero además puede acercar una manera de redescubrir el mundo circundante. La cámara y la sala de edición son los dispositivos para construir esa mirada-otra, quebrando nuestra percepción ensimismada del día a día. Y la cinefilia es una relación amorosa entre aquellas dos esferas, siempre en contacto: el cine y lo real, las proyecciones en la oscuridad y la vida con los otros. Lamentablemente, el negocio de algunas salas comerciales suele sostener una ceguera que parece desconocerlo. Pero la cinefilia siempre resiste, contra viento, marea y salas decadentes que se pudren en medio del verano.

* Balnearios y Las vacaciones del Señor Hulot pueden verse en este enlace

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