Luna de Alta Córdoba

El cumpleaños de la Gloria es una gran oportunidad para reflexionar sobre el valor de los clubes que generan sentido de pertenencia y tratan de vivir equilibrando lo social y lo competitivo.

Deportes 11/08/2018 Eduardo Eschoyez
Instituto

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Por: Eduardo Eschoyez

En nuestra geografía sociológica, tres nunca son multitud: seguro están hablando de fútbol o de otros temas menores, como política o chicas lindas. En cada rincón, en cada fecha del campeonato, en cada sombra que te abraza en los veranos de la Córdoba siempre de pretemporada, a los muchachos les encanta hablar de fútbol e inevitablemente, los caminos conducen a un interrogante que germina bromas, folclore y hasta burlas. Existencial y quirúrgico: ¿qué es ser un club grande?

No nos importa, en este caso, si Boca es más grande que River, o si los méritos que ellos ostentan en el micromundo que se agita desde la tevé porteña, son equivalentes a los que se consideran fuera de él. Acá, es la cosa. En nuestra provincia, en particular. ¿Qué necesita un club de Córdoba para ser (el más) grande? ¿Títulos? ¿Cantidad de hinchas? ¿Ladrillos? ¿Jugadores famosos? ¿Finales ganadas? ¿Partidos heroicos? ¿Tribuna con buenos pulmones? ¿Tribuna paciente? ¿Tribuna ingeniosa? ¿Historia? ¿Antigüedad? ¿Presente? ¿Beneficios sociales? ¿Arraigo popular? ¿Ir primero en la tabla? ¿Clásicos ganados? ¿Trofeos más altos? ¿Haber jugado más lejos? ¿Haber salido del país antes que los demás?

El menú es tan amplio, que podemos estar una vida discutiendo los criterios, para llegar siempre al mismo lugar. El análisis del tema se parece a los equipos que nunca patean al arco…
Lo que sabemos es que todos esos requisitos cotizan, aunque de diferente manera, para generar el orgullo que el hincha necesita para que la piel no se le destiña.

Más allá de lo que grita una tribuna, de aquella final recordada, del espacio libre en las vitrinas o de los clásicos memorables, nuestros clubes construyeron su esencia de tales a partir de la relación con la gente. La cantidad de hinchas capaces de pelear por la camiseta es otra cosa: hablamos de la manera en que los colores se volvieron epidérmicos, sin necesidad que otros lo aprueben o lo dimensionen. Te amo y listo. No sé si mi chica es la más bella para los demás; sólo sé que me hace feliz. A esa realidad, los clubes la edificaron con un valor simple, maravilloso, que pareciera estar en extinción: el sentido de pertenencia.

¿Usted sabía que nuestros chicos saben de memoria la formación del Manchester United y conocen hasta cuánto calza el arquero del Milan, pero no tienen en claro cómo es la camiseta de Argentino Peñarol? ¿Dónde queda El Trébol? ¿Rieles Argentinos, fue campeón de algo? ¿Cuál es el justificativo para que hoy, un changuito de mi barrio sea hincha de Juniors o vaya a tirar al aro de Poeta Lugones?

En ese universo, por momentos resbaladizo y que lastima el corazón, surge la imagen nítida de un club que sobrevive al tsunami de estímulos foráneos. Un club en serio. Que es de la gente, porque la gente quiere que así sea y lo defiende como propio. Un club que siempre comprendió el valor medular del fútbol, pero no se detuvo ahí sino que intentó e intenta consolidarse en las propuestas que atraen y enamoran toda la semana; no sólo el día en que hay fútbol competitivo. Y si bien cada tanto las tormentas lo despeinan un poco, el club está ahí. Sacando pecho, aceptando su condición de falible y llamando al abrazo permanente, mientras se despeja el GPS hacia eso tan intangible pero visceral, que llamamos felicidad.

Instituto es un orgullo de Córdoba. Por Kempes, por Ardiles, por Beltrán y tantísimos otros… Pero fundamentalmente por la idea, por el camino, por el concepto. Por su lucha hasta romántica, para sobrevivir con sus valores de club social sin fines de lucro, entre tanto tiroteo de los intereses privados, del fútbol profesional que todo lo devora y atrae a tipos sedientos de espacios fértiles para los negocios.

Cumplir 100 años es emocionarse. ¿Vio la película Luna de Avellaneda? No habla de Instituto pero sí habla de Instituto, y de todos los clubes de barrio. En este caso, decir “clubes de barrio” no es peyorativo, sino todo lo contrario. Es una distinción, porque hace referencia a la institución que late, se refleja y se retroalimenta en la vida de las personas de una comunidad. Porque, en definitiva ¿para qué queremos los clubes que no son de nadie, o son de tipos a los que no conocemos, o de personas que lo ven como una oportunidad de pasarla bien?

Por el equilibrio entre lo social, lo deportivo y lo competitivo; por el esfuerzo para ser sustentable desde la base; por la grandeza que nace en la fidelidad a la idiosincrasia; por ser de ahí y crecer ahí, Instituto es un orgullo que nos pone en movimiento a todos. El afecto es patrimonio y millonarios somos los cordobeses, de tener una institución así.

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