El mural que sobrevivió en un cementerio de trenes

Hace 40 años, el dictador Jorge Rafael Videla y su ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz firmaban el decreto 2164/78, que ordenaba el cierre y demolición del taller ferroviario de Cruz del Eje.

Córdoba22/05/2018 Alexis Oliva
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El trauma ferroviario en Cruz del EJe también inspiró las obras de muchos artistas plásticos, poetas y músicos. Fotos: Laura Oliva

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Hasta ese 15 de mayo de 1978, el terrorismo de Estado había asesinado o desaparecido a una veintena de hijos e hijas del pueblo, y decenas resistían la prisión o el exilio. Desde ese día, la decadencia económica y social convertiría a la Cuenca del Sol en la Cuenca del Desamparo.
Cruz del Eje ejemplificaba entonces la binaria criminalidad de la dictadura cívico-militar, que un año antes el periodista Rodolfo Walsh había sintetizado en su Carta Abierta a la Junta Militar: 1) represión masiva, sistemática y clandestina de toda organización popular o disidencia política (en una secuencia de secuestro, tortura, asesinato y desaparición). 2) entrega del patrimonio nacional a los grupos económicos transnacionales y “miseria planificada del pueblo argentino”.

Esta ciudad fue una víctima “integral” de la dictadura y su símbolo es lo que quedó de la estación y el taller donde hasta el día de su liquidación trabajaban dos mil obreros. Aquí el predio ferroviario no se recicló con fines culturales o turísticos, como en otras ciudades. Se convirtió en cementerio de trenes, comarca del saqueo y la violación, territorio del olvido.

Ese lugar representa el gran trauma de la historia reciente de Cruz del Eje. Lo que Marc Angenot en su estudio sobre los discursos sociales hegemónicos define como dominantes de pathos, estados de ánimo colectivos experimentados como “un sentimiento doloroso difuso”, devenido en resignación y parálisis, por lo general inducidos por el poder. En criollo, el tangazo cruzdelejeño, la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Vergüenza porque también aquí se culpó a la víctima: el ferroviario era “vago, borracho y ladrón”. Dolor por todo lo que se perdió y parece que no tuviéramos derecho a recuperar.

Como en aquel grafiti que alguna vez registramos con el fotógrafo Julio Albornoz para ilustrar una nota sobre la conflictividad latente de Cruz del Eje, poco antes de que estallara en 1997 y volviera a estallar en 2000: “Algunos nacen con suerte, otros en Cruz del Eje”. El tango local tenía también algo de himno apocalíptico, aunque después mutaría en canción de protesta.

La estación sólo revivió para el largometraje documental-ficcional Ferroviarios – Memorias de acero en una ciudad sin tren, donde Verónica Rocha investiga causas y efectos y recrea los recuerdos personales y colectivos de antes, durante y después del ferrocidio local. La película nos permitió imaginar lo que muchos de nuestra generación hacia adelante nunca vimos: un ámbito de trabajo donde convivían dos mil almas.

El trauma ferroviario también inspiró las obras de muchos artistas plásticos, poetas y músicos, como la banda de rock Estación 69 y su Fantasma de la estación (“Tiempo sin piedad / todo todo se llevó. / Solos están los viejos andenes / sin ninguna explicación. / Cartel roto y despintado / quebracho sobre hormigón / y la huella del destino / esperanza que murió”). Como César Rossi y su blues ¿Dónde hay un tren? Como Raúl Juárez y su esperanzadora canción Despierta, Cruz del Eje. Como la más conocida Ferroviario, de Jairo y Daniel Salzano. Como aquel taller literario llamado El próximo tren, coordinado en los 90 por el poeta Andrés Utello, o el actual café literario Locos de la Estación. Así, el arte se convierte en un catalizador colectivo para afrontar una realidad que duele.

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La resurrección de una obra

En esa zona muerta del tejido urbano y la memoria social sucedió un milagro: la supervivencia del mural sobre la leyenda de Cruz del Eje, pintado por Carlos Alfredo Murúa en las paredes de la estación, regalo para los trabajadores del riel en el Día del Ferrocarril Argentino, el 30 de agosto de 1972.

De seis metros y medio de extensión, colores intensos y estilo expresionista americano, la obra narra el combate entre el cacique Olayón y el colonizador Tristán de Allende, ambos muertos en una batalla que quedaría inconclusa, como expresión de las tensiones no resueltas de nuestra identidad. Los soldados españoles enterraron a su capitán bajo una cruz improvisada con el eje de una carreta, que daría nombre al pueblo.

“La cruz se mide con la forma de un cactus; ambos signos condensan las creencias y los ritos de cada bando, la fe cristiana frente a la fuerza de la tierra y la Pachamama. Los españoles armados con espadas reflejan a los habitantes originarios; ambos se observan, alertas. Olayón y Allende se miran frente a frente, desde los extremos del cuadro, firmes, orgullosos y decididos. Todos están inmersos en una tierra plana, segmentada en fértiles colores, pero inexorablemente teñida en el centro por un rojo intenso, el color de la lucha y del trágico desenlace de la batalla”. Hijo artista y homónimo del creador, Carlos Murúa nos revela en los fundamentos del proyecto de rescate del mural lo que quizás tantas veces vimos sin saber mirar.
Es el paradojal destino de esta obra. Su creador compartía con el muralismo mexicano de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros el propósito de un arte que sale del museo al espacio público para llegar a todas las clases sociales, con un mensaje “de carácter histórico, humanista y muchas veces contestatario”, en palabras de sus fundadores. Entre agosto de 1972 y mayo de 1978, ¿cuántas personas contemplaron el mural de la estación? Después del cierre del taller, ¿cuántas veces pasamos por ahí sin advertir su existencia?

A 40 años de su liquidación, por el predio ferroviario sólo pasan esporádicos trenes de carga y subsiste una oficina de la Unión Ferroviaria. Algunos sectores han sido ocupados por familias sin techo. Las locomotoras y vagones varados parecen dinosaurios fósiles de la industria argentina, decorados por grafiteros de varias generaciones y tapados por matorrales. Algunos niños juegan y andan en bici en la explanada de piedra de la estación, por donde nadie se atreve a pasar de noche. Como sustraído a ese entorno, el mural de Murúa sobrevivió incluso al incendio de la boletería, cien por ciento madera, a cinco metros de distancia. Y sigue mirando al sur, como si esperara el regreso de los trenes.

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El mural fue un regalo de Carlos Alfredo Murúa para los trabajadores del riel en el Día del Ferrocarril Argentino, el 30 de agosto de 1972.




Carlos Alfredo Murúa nació en 1932 en Córdoba, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Manuel Belgrano” de Buenos Aires y en la “José Figueroa Alcorta” de Córdoba. Desde 1958 ejerció la conducción provisoria de la que sería la Escuela Provincial de Bellas Artes “Roberto Viola” de Cruz del Eje, que luego dirigió durante otros 14 años entre 1960 y 1974. Sus obras fueron expuestas en varias ciudades del país y premiadas por el Fondo Nacional de las Artes, el Salón de Artes Plásticas de Córdoba, en salones de Deán Funes, Capilla del Monte y Cruz del Eje y en la Fiesta Nacional del Olivo. En 1980, falleció en un accidente automovilístico.
El pasado 26 de abril, el Concejo Deliberante declaró de interés legislativo y municipal y patrimonio cultural de la ciudad al mural “Leyenda de Cruz del Eje”, y autorizó al Departamento Ejecutivo Municipal a realizar las obras necesarias para la preservación, iluminación y acceso a la obra. En la misma sesión, el profesor Carlos Alfredo Murúa fue declarado pos mortem “Artista Ilustre de la ciudad de Cruz del Eje”.  Parte de la obra de Murúa puede verse haciendo clíck en este enlace.

“Estábamos bien y eso era justo”

Carlos Murúa hijo tenía 15 años cuando murió su padre. Desde que terminó el secundario, vive en Córdoba donde se dedica al arte audiovisual, la publicidad y el diseño gráfico. En su memoria quedó la estación viva que conoció en la infancia: “Recuerdo haber viajado en familia en un vagón lleno de pasajeros en verano y también en invierno más despoblado. Caminar por el andén al llegar, sintiendo ese olor particular, mezcla de combustible, tierra mojada y café, me ponía feliz de regresar a casa. No recuerdo que se notara el bienestar del pueblo, era natural estar bien. Fue una época dorada, llena de promesas y esperanzas. Estábamos bien y eso era justo. Cuando se perdió, recién entonces nos dimos cuenta”.

Después del cierre fue “como si apagaran la luz y se escucharan gritos de miedo y desesperación. De todos modos, el sol salía igual para la mayoría, incluso cuando los despedidos iban en aumento. Supongo que las pérdidas fueron tantas que el mural no fue tenido en cuenta y quedó en ese lugar doloroso que no se quiere recordar”. A él se lo recordó hace unos años otro artista visual amigo de su padre, Héctor Valentini. Así emprendió el proyecto de su recuperación, como parte del rescate de una obra vasta y dispersa .

“Como escuché por ahí, ‘uno no sabe cuál va a ser la última ropa que se va a poner’. Mi padre estaba haciendo una muestra itinerante por el norte argentino cuando murió –cuenta Carlos–. La muestra estaba en Tucumán con más de cincuenta cuadros, que hasta ahora no hemos podido recuperar. Por ende, nunca se pudo hacer una muestra retrospectiva. Ahora estoy intentando rescatarlos por vías institucionales. También tengo en mi poder muchos retratos que publiqué en la página de Facebook. En la mayoría de los casos, no sé a quién pertenecen y de acuerdo a los datos que van surgiendo estoy haciendo su restitución. En eso ando”.

La gestión para el rescate del mural sobre la leyenda de Cruz del Eje parece estar encaminada: “Tiempo atrás, lo habría pintado yo mismo con un grupo de amigos, porque me daba mucha impotencia la falta de apoyo y la escasez de recursos económicos y políticas apropiadas. Actualmente, la Municipalidad tiene un hermoso proyecto para transformar lo que quedó del ferrocarril, y el mural forma parte de ello. Hay algunas trabas burocráticas en Buenos Aires, pero ojalá salga todo bien. La buena noticia es que el Concejo Deliberante ya promulgó la ordenanza que declara ‘patrimonio cultural’ a esta obra. Además, lo distinguieron a mi padre como ‘Artista ilustre post mortem’ y por supuesto que estamos emocionados”.

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El interventor Chasseing, el Mundial 78 y el brindis

El 16 de abril pasado falleció Carlos Bernardo Chasseing, quien fuera gobernador dictatorial de Córdoba entre abril de 1976 y febrero de 1979, la peor etapa de la última dictadura cívico-militar. El ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, Germán Garavano, publicó un aviso de condolencias en el diario La Nación y diversos actores sociales y políticos lo repudiaron por agraviar la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado.

El cruzdelejeño José Romera, uno de los dos mil ferroviarios cesanteados el 15 de mayo de 1978, formó parte de una delegación –integrada por el intendente de Cruz del Eje, el segundo jefe del ferrocarril y varios trabajadores– que se entrevistó con el entonces gobernador: “En la Casa de Gobierno fuimos recibidos por personal militar que nos requisó de pies a cabeza. Luego, dentro del recinto, se hizo presente el general Chasseing, quien nos trató como a escoria humana, diciéndonos que los ferroviarios éramos los vagos y choros más grandes que existían en el país y que el taller se tenía que cerrar. Nuestros compañeros quisieron explicarle lo que estaba ocurriendo, levantando el tono de voz a raíz del trato recibido por él mismo. Y entonces escuchamos que se abrían unas puertas que rodeaban el salón en que estábamos y nos apuntaban con ametralladoras”.

La anécdota grafica las chances que pudieron haber tenido los obreros para resistir al cierre de su fuente de trabajo. No por casualidad la dictadura ya se había cobrado en el pueblo 18 víctimas. Y no por casualidad el cierre se concretó quince días antes del Mundial 78, circunstancia ideal para que el resto de la sociedad mirara para otro lado.

Incluso, en el Centro Comercial alzaron copas de champán para celebrar “el fin del proteccionismo estatal y el inicio de un caudal de inversiones privadas”, según contó a este cronista alguien que participó en el brindis. “Muchos de los comerciantes decían que en buena hora que cierren ese nido de vagos y de ladrones, que ahí se iba a producir el despegue de Cruz del Eje, y fue todo lo contrario”, dice todavía con bronca Hugo Evando Álvarez, ex ferroviario y profesor jubilado de la escuela técnica.

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