El regreso de los indios de Alta Gracia

Hace unos cuatro años nació la Comunidad Comechingón de Paravachasca, uno de los 1500 agrupamientos originarios argentinos. Visitan escuelas, organizan actos y talleres de hierbas medicinales.

Córdoba03/05/2018 Adrián Camerano
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Elvio era un indio solo. Hasta que conoció a Juan Bustos, un ex ferroviario que también se reconocía originario. Halló un grupo de aficionados que buscaba yacimientos arqueológicos en la zona. Encontró a otros hermanos, los Arroyo, por Potrero de Garay.

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De chico, Elvio Altamirano se sentía distinto a sus compañeros de grado en la escuela Santiago de Liniers, de Alta Gracia. ¿Quién soy?, se preguntaba. Junto a las dudas sobre su origen, a la vez “sentía como un llamado, que ya de grande me di cuenta que era el llamado de los ancestros”, dice. Encima en la escuela le enseñaron que los originarios eran el pasado, pero cuando se portaba mal las maestras le decían “no seas indio”.

Cuando terminó el secundario Elvio se casó con Viviana, y pronto llegó Constanza, la primera hija. Por esa época su única lucha era sobre los rings, pero ya estaba vinculado a la tierra: era Maestro Mayor de Obras, y pronto sería laboratorista de suelo, de asfalto y de hormigón; topógrafo y calculista de volumen. Durante años, mientras inspeccionaba obras para Vialidad Provincial, aquella duda sobre sus orígenes seguiría resonando en su cabeza. Hasta que lo atravesó la crisis de los 40 y decidió abocarse a sus raíces; recordó que su abuelo narraba sus andanzas entre los indios, siguió preguntándose sobre el ser y debutó en un congreso de pueblos originarios.

“Con los hermanos cruzamos datos y me di cuenta de que había vivido en una mentira, en un circo de arena”, dice Elvio, y cuenta que en una web encontró, escaneadas, las fes de bautismo de la Iglesia en todo el mundo. Las navegó una por una, tratando de descifrar las actas escritas en cursiva antigua, y descubrió que lleva el apellido de un encomendero, porque en el siglo XVIII se marcaba a la gente como si fuese ganado y se la anotaba con el nombre del patrón.

Así, gracias a Internet, Elvio confirmó que era un comechingón, un hijo de la tierra. Esto ocurrió hace apenas cinco años. Hoy, a los 45, Elvio Altamirano es Naguán. En comechingón, cacique.

El cacique comechingón de Alta Gracia.

Era solo el comienzo. Había hallado su identidad y comprendido “algunos rasgos de conducta que antes no entendía”; principalmente la rebeldía. Pero según la web, en su ciudad tenía que haber decenas de naturales, y él no los encontraba. En la jesuítica Alta Gracia -la Iglesia en el ADN, cuatro siglos negando a aborígenes y afrodescendientes- Elvio era un indio solo. Hasta que conoció a Juan Carlos Bustos, un ex ferroviario que también se reconocía originario. Halló un grupo de aficionados que buscaba yacimientos arqueológicos en la zona. Encontró a otros hermanos, los Arroyo, por Potrero de Garay. Caminó preguntando orígenes y juntó datos, hasta que en 2014 se rompió la dispersión y nació la Comunidad Comechingón de Paravachasca, uno de los 1500 agrupamientos originarios argentinos.

En estos tres años, los comechingones de Alta Gracia –profesionales, docentes, jubilados, obreros, empresarios, estudiantes- visitaron escuelas, organizaron actos y talleres de hierbas medicinales, y relevaron yacimientos. Elvio cree que la irrupción de la comunidad fue un punto de inflexión en la historia del Valle de Paravachasca. Que cada vez hay más gente que profundiza en sus raíces. Y que no es vergüenza llamarse indios, porque un congreso originario acordó esa denominación.

Un gringazo rubio, de ojos claros y apellido alemán

Según un estudio de la Universidad de Buenos Aires, el 56% de los argentinos tiene sangre originaria. En Córdoba, el censo de 2010 relevó 51.142 indígenas, que mayormente viven -reza un informe oficial- “en casas del tipo ´B´, con piso de tierra o ladrillo suelto u otro material o no tienen provisión de agua por cañería o no disponen de inodoro con descarga de agua”. La cosmovisión indígena prioriza la propiedad comunitaria, y está respaldada por la Ley Nacional 26.160, que establece la regularización de tierras pero rara vez se cumple. Córdoba es de las provincias que no ha cedido ni un metro cuadrado a sus pueblos originarios.

Darío es marplatense y se reconoce indio pese a su apellido europeo. “Desciendo de alemanes de parte de padre, pero de parte de madre desciendo de indio americano”, explica. Arqueólogo de vocación, para él el apellido “es lo de menos”. “Yo no quiero ser Wendeler, no quiero ser alemán: eso desapareció de mi mente”, completa. Lo acompaña Arturo Heredia, un jubilado con más de cuatro décadas “cazando” vestigios aborígenes y hermano de quien fuera dueño de la colección más grande de la zona.
“De chico mi hermano estudiaba arqueología, y me interesó a mí también. Con él recuperamos muchas cosas durante varias décadas, por las sierras, por el dique Los Molinos, por todos lados. Cuando murió yo dejé un tiempo, hasta que volví”, cuenta como quien confiesa una adicción.

La colección del sodero José Heredia fue noticia en 2013. La Policía Ambiental de Córdoba decomisó de su vivienda 4.355 vestigios originales, que entregó a la Municipalidad de Alta Gracia y que dieron origen al Museo Arqueológico Municipal. La “estrella” de esa colección es una urna funeraria de un metro, que sigue embalada, y también hay estatuillas, cerámicas y restos óseos. El caso fue presentado como una donación, pero el hijo de José y sobrino de Arturo tuvo que entregar los objetos, porque el Estado es el responsable de resguardar el patrimonio cultural.

“Nosotros recuperamos cosas de nuestros ancestros”, justifica Heredia. Otros integrantes de la comunidad también “recuperan” objetos; Wendeler, por caso, también pasó una madrugada con la Policía Ambiental requisando su hogar.

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En política, Altamirano se define como “un anticapitalista que sale y entra del sistema cuando le es necesario”



Un valle con nombre indio

Cuando el conquistador llegó a Córdoba, los dos grupos comechingones principales eran los Henia, al norte, y los Kamiare, al sur. Las crónicas los describen morenos, altos, delgados, de cabeza alargada, y con barba. Desarrollaron una vida sedentaria, de economía mixta: se dedicaban a la agricultura, recolectaban frutos y cazaban con armas de piedra y hueso. Vivían en cuevas y aleros, pero más tarde construyeron chozas y térmicas “casas-pozo”, excavando hasta formar paredes que cubrían con madera y cueros. Creían en el Sol y la Luna, practicaban la magia y danzaban para conjurar los males.

Antes de ser sometidos por los Sanavirones, los Comechingones alcanzaron a imponerle nombre al valle de Paravachasca, vocablo que significa “lugar de vegetación enmarañada”.

Aún hoy hay vecinos de Alta Gracia que sitúan a los indios en un pasado lejano y ajeno, y que creen que los tributos a la madre tierra que se realizan cada año son “un rito pagano”, contrario a esta ciudad católica, apostólica y romana. xIgnoran que el pueblo que hizo famoso el Virrey Liniers está levantado en tierras del antiguo dominio comechingón, en un valle con un nombre indio que nunca nadie pudo borrar.

Al principio, en la Comunidad eran los Altamirano, Bustos y pocos más, y se reunían donde podían. Fue en uno de esos encuentros cuando decidieron que tenían que tener un cacique. “Unánimemente me eligieron”, cuenta Elvio, para quien ser naguán es una misión, y que en el rol de cacique sabe calzar vincha y vestir un poncho rojo y negro.

Elvio señala que la gente “todavía tiene el concepto del indio con el arco, la choza y la flecha”, y sabe que encarna un caso de interculturalidad, la convivencia tensionada de dos culturas diferentes.
Anticapitalista

En política, Altamirano se define como “un anticapitalista que sale y entra del sistema cuando me es necesario”. Critica el oficialista Consejo Provincial Indígena –“estuvimos un tiempo, nos condicionaban mucho”, dice- y denuncia que en Córdoba “algunos trabajan de indio”.

Tras la elección del naguán, la segunda decisión importante que tomó la Comunidad fue la de confeccionar una bandera, aunque sus antepasados no usaban estandarte. La diseñó Silvio Fernández, un entusiasta que es presidente y único integrante conocido del Centro de Simbología Argentina Heráldico y Cultural Alta Gracia (Cesahycag). El emblema presenta un algarrobo, con un yaguareté a cada lado y el nombre de la comunidad sobre una suerte de cinta –explica- que es “un procedimiento muy extendido en los emblemas usados por las ´primeras naciones´ de Norteamérica”.

“El indio sin tierra no es nada”

En 2017, la desaparición de Santiago Maldonado puso a la lucha originaria en la agenda pública. Para los originarios, vida y territorio son inseparables. También para los comechingones de Alta Gracia, que luchan por su propio Pu Lof: en pleno debate nacional por la desaparición de Maldonado, aparecieron en el diario más importante de la provincia proponiendo la recuperación de un lote municipal, al que consideran “un lugar sagrado”. Los vestigios originarios que hay en el predio son un alero y tres morteros en altura. “Interpretamos que fue un lugar ceremonial”, señala Elvio, y dice que “la idea es que nos cedan el lugar en comodato, y podamos armar nuestro museo”. Para Heredia, los antepasados llenaran esos morteros con agua y los usaban como “espejo” para mirar el cielo.

El cacique no desconoce que la demanda de la comunidad trae polémica. Que en Alta Gracia muchos creen que los indios son cosa del pasado. Que cuesta romper un proceso de invisibilización de más de 400 años. Elvio lo sabe. Pero la tierra llama. El indio sin tierra no es nada.

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