El secreto de sus ojos

En el verano de 1984, a dos meses del regreso de la democracia en Argentina, después de casi ocho años de oscurantismo el represor Luciano Benjamín Menéndez ingresó al Poder Legislativo de Córdoba utilizando un ardid. Encontró lo que nunca hubiera imaginado.

Córdoba 27/02/2018 Gastón García Daponte
Menéndez córdoba

Verano de 1984, a dos meses del regreso de la democracia en la Argentina, después de casi ocho años de oscurantismo, sucedió algo tan inesperado como surrealista en el Poder Legislativo de Córdoba. Unos hombres se presentaron en la mesa de entrada identificándose como pertenecientes al MÁS y pidieron hablar con los legisladores del bloque de la Unión Cívica Radical (UCR).

Cuando la recepcionista le comunicó al entonces vicepresidente de bloque, Miguel Ortiz Pellegrini quiénes solicitaban un encuentro, el legislador radical no dudó en recibirlos ya que suponía eran dirigentes del partido Movimiento al Socialismo.

Por eso, el impacto fue mucho mayor cuando ingresó a la sala del bloque del centenario partido, el represor Luciano Benjamín Menéndez junto al general Fernando Santiago, que efectivamente eran del MAS, pero del Movimiento de Reafirmación de la Soberanía por la reivindicación de la nacionalidad del canal de Beagle, espacio donde se agrupaban los militares ante un inminente conflicto bélico con Chile.

Ortiz Pellegrini reemplazaba al presidente de la bancada oficialista, Alfredo Orgaz, que en ese momento no se encontraba en el Palacio Legislativo. Lo secundaban Mario Negri y Rubén Américo Martí, quienes fueron los encargados, en nombre de la UCR, de recibir a la siniestra comitiva.

Cuando Javier Lafuente y Liliana Montero, empleados del bloque radical, se enteraron lo que estaba sucediendo, instintivamente comenzaron a construir carteles improvisados que decían “Cárcel a Menéndez” con las hojas disponibles y a pegarlos con adhesivo en todas las paredes que encontraron durante el recorrido que los llevaba hacia la sala donde estaba Menéndez. 

“Sistemáticamente esos carteles eran arrancados por los mismos empleados del bloque porque no querían tener problemas con el que era en ese momento legislador provincial, (Miguel) Ortiz Pellegrini que, en la ausencia de Alfredo Orgaz que era el presidente (del bloque de la UCR)”, recuerda Lafuente en una entrevista con La Nueva Mañana.

Pero el impacto era doble, porque se trataba de uno de los más feroces represores y porque había utilizado un ardid para ser recibido por los legisladores. Quizás por eso, la reunión no llegó a los tres minutos y cuando finalizó, Lafuente y Montero junto a dos correligionarios ingresaron a la sala con alguno de los carteles que les quedaban, se pararon frente al verdugo y los levantaron.

“El general Menéndez es avisado al oído por el general Santiago que nosotros estábamos haciendo una manifestación en su contra. Menéndez se da vuelta y nos dice ‘Comunistas de mierda van a quedar a un metro ochenta’”, cuenta.

La primera reacción que recuerda Montero en ese preciso instante, fue el salto que pegó Rubén Américo Martí para sortear un sillón, tomarlo del brazo a Menéndez y decirle “No le voy a permitir que insulte a los militantes de la Unión Cívica Radical” mientras lo retiraba de la sala donde estaban reunidos.

En el lugar donde radica el poder del pueblo se lanzó aquella amenaza de tumba que penetró los oídos de quienes lo enfrentaban. La cara de Liliana Montero en la foto del “Mono” Carrizo que inmortalizó aquel momento, no es un rostro que manifieste miedo, es la cara que cualquier ser humano pone frente al horror.

“Nunca más en mi vida volví a sentir esa sensación”, afirmó Montero en diálogo con La Nueva Mañana. El caso de Javier Lafuente, que por entonces tenía 29 años, fue distinto. Su mirada se mantuvo firme y fija, clavada sobre la de Menéndez, sostenida tal vez por el mismo horror pero con una profunda necesidad de mostrarle a uno de los tristes íconos de la dictadura militar que la sociedad argentina sabía lo que había sucedido en esos cruentos años y no estaba dispuesta ni a olvidarlo ni a repetirlo.

“En aquel momento era una mezcla de bronca porque mi ex mujer estuvo detenida unos días en el Campo la Rivera así que yo estaba totalmente al tanto de lo que habían hecho, tengo amigos desaparecidos que luego cuando se hizo la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), donde yo alguna participación tuve, reconocimos el que era mi amigo, el que había sido desaparecido porque le estaban haciendo el submarino húmedo, se les fue la mano y se les ahogó. Sabía quién tenía al frente y sabía que él había sido no solamente quien había liderado este genocidio dentro del Tercer Cuerpo que es lo que sería Córdoba, sino además que había estado presente en más de una de las torturas, de los fusilamientos y pseudo fusilamientos. Tenía mucha bronca y además tenía mucho miedo porque sabíamos que (piense que esto fue en el verano del ´84 a unos pocos meses de la democracia) según los datos que conocimos posteriormente, aún quedaban detenidos desaparecidos en la ESMA. Quiere decir que no era menor el poder, no era el abuelito que vemos hoy por ahí en las fotos, era un tipo con muchísimo poder y muchísima ascendencia de los cuadros que quedan en el Ejército”.

Los levantamientos militares culminaron y la democracia fue encontrando su rumbo. Muchos años más tarde, el destino entre Javier Lafuente y el represor Menéndez volvió a juntarlos por última vez. Esta vez, el actual concejal tenía cosas que decirle. “Me lo encontré en la calle…, una cuadra lo estuve insultando, lo seguí insultando otra cuadra esperando que me pegara para tener la posibilidad de poder pegarle yo. No soy un tipo violento, soy de levantar muy poco la voz cuando me enojo, muy poco, pero en ese momento me saqué. Fue en el Pasaje Garzón al lado de la Casa Radical, desde bulevar San Juan hasta Montevideo creo, toda esa cuadra”. 

Cuando uno le pregunta a Lafuente si se arrepiente de haber actuado de esa forma en aquel verano de 1984, en los albores de la democracia argentina moderna, en su respuesta hay contundencia y reflexión: “En el tema de Derechos Humanos, que actualmente ya no milito más, hice todo lo que sentí, que los juzguen los otros, yo no me arrepiento absolutamente de nada. Quizás en el momento que estuve amenazado de muerte tuve alguna inquietud muy fuerte sobre la vida de la que fue mi mujer y mis tres hijos, que no tenían derecho a sufrir lo que tenía que sufrir yo que había tomado esa decisión. Creo que eso también me dio la posibilidad de ser un poco más tolerante, de pensar siempre que uno puede estar equivocado y no todos los otros estar equivocados y uno tener la razón, y que nunca más creo en palabras sino únicamente creo en hechos”. 

Actualmente Javier Lafuente es concejal de la ciudad de Córdoba y está cerca de jubilarse. Liliana Montero cumple su segundo mandato como legisladora de la Provincia de Córdoba. Luciano Benjamín Menéndez cumple 14 condenas judiciales de las cuales 12, son de prisión perpetua.

Cuando la figura tenebrosa de Menéndez se retiró del Poder Legislativo hubo tensión y discusiones entre los que tuvieron que vivir este momento. Pero para Javier Lafuente, la historia recién comenzaba: “Estuve casi un año o un año recibiendo amenazas telefónicas de muerte. Siempre cuento que una vez atendió el teléfono mi hijito, ahora ya grande, y le dijeron: ‘Decile a tu papá que si se sigue portando mal, lo vamos a matar´. Fue un quiebre, me ofrecieron custodia que yo no acepté porque si alguien te quiere matar, te mata”.

Las cosas decantaron a lo largo de otro año y Lafuente tuvo la sensación que era una cuestión superada; pero faltaba algo más.

El 14 de abril de 1987 el mayor Ernesto “Nabo” Barreiro se negó a prestar declaración ante la Cámara Federal de Córdoba cuando fue imputado por torturas y asesinato a militantes secuestrados durante la última dictadura en el centro clandestino de detención La Perla, el más grande del país detrás de la ESMA. Barreiro era un hombre de la inteligencia militar con mucha influencia en importantes sectores de la oficialidad y dirigía los interrogatorios.

El miércoles 15 de abril, Barreiro inició un amotinamiento entre sus sublevados cuando la Policía intentó trasladarlo por la fuerza al Tribunal; 130 efectivos, entre ellos soldados y oficiales, se acuartelaron exigiendo el fin de los juicios y el cese de la persecución. Comenzó el primer levantamiento carapintada.

“Me llamaron del Gobierno nacional dándome un número de teléfono para que yo me comunicara en el caso de que se profundizara el levantamiento para que me saquen del país, la verdad es que me sorprendió porque ya había pasado un tiempo importante y creía que no estaba en ninguna lista pero me di cuenta que seguía estando, en aquel momento tuve una reacción que era lo que realmente sentía”, cuenta. 

El domingo de Pascuas registró una de las movilizaciones más masivas de la historia argentina. Millones de personas salieron a las calles en todo el país a rechazar los levantamientos, miles de ellos se agolparon en los alrededores de Campo de Mayo y sobre la ruta 8 que bordea el enorme territorio castrense. Alfonsín fue personalmente a negociar con Aldo Rico y los carapintadas y, horas más tarde, volvería a Plaza de Mayo donde diría la famosa frase: “Felices Pascuas. Los hombres amotinados han depuesto su actitud. La casa está en orden”.

(Nota publicada en la edición impresa de La Nueva Mañana el 21 de noviembre de 2017)

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