Las PASO y la discusión por un nuevo modelo político en Argentina

Mientras los números para suspender las primarias se empiezan a achicar, Wado De Pedro propuso terminar con las elecciones de medio término. El futuro de las grandes coaliciones.

Ed Impresa 04/11/2022 César Martín Pucheta César Martín Pucheta
De Pedro Lula
El ministro del Interior Wado de Pedro fue el primer funcionario en acompañar a Lula tras su triunfo electoral. Foto: gentileza.

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Como se había anticipado, el debate respecto a la realización o no de las elecciones primarias correspondientes al almanaque electoral del año que viene entró en un tramo definitivo luego del ingreso del proyecto que propone su eliminación a la Cámara de Diputados. 

La necesidad de definiciones al respecto se convierte también en urgencia a razón de los tiempos que se aceleran y que esta semana tuvieron sus primeros movimientos con Javier Milei corriéndose de la idea oficial y complicando números que también se achican debido a la marcha atrás de muchos gobernadores respecto a la discusión abierta sobre el tema. 

En el caso de Wado De Pedro, la aceleración de los tiempos electorales trajo consigo una propuesta que necesitaría un consenso de tal tamaño que debería ser capaz de alcanzar para modificar la Constitución. El ministro del Interior no sólo quiere ir contra las primarias, sino que quiere demoler las elecciones intermedias. Del mismo modo en que Macri y Michetti, presidente y vice de la gestión anterior, propusieron en declaraciones que quedaron flotando en el aire hace apenas unos años atrás. 

El argumento es idéntico. No se puede vivir en permanente clima electoral y un gobierno necesita concentrarse en la gestión. La coincidencia de los extremos juega a favor de lo lógico de la argumentación. Sin embargo, en política, lo consistente de los argumentos va demasiado atado a lo determinante de los números. Un cambio constitucional necesitaría una mayoría agravada que hoy nadie tiene, y que no tendrá tampoco luego de la elección del año próximo, donde todo parece encaminarse a una fragmentación mayor. 

¿No estábamos tan polarizados?

La dispersión que muchos auguran como parte constitutiva del próximo Congreso hace que el tipo de propuestas que dejó trascender, y sobre la que aseguró estar trabajando, el ministro del Interior necesite un grado de acuerdo entre las fuerzas que resulta impensado en medio del imperio de la polarización. Por lo que es momento de replantear la idea que viene alimentando la expectativa sobre un escenario de batalla final entre los dos modelos que hegemonizaron la disputa en la última década. 

Luego del acto en Costa Salguero que celebró un nuevo aniversario de la victoria de Alfonsín en 1983, el radicalismo se envalentonó y profundizó el conflicto entre las partes del PRO que en público y en privado, se gritan y amenazan con “cagarse a trompadas”. Nadie se arrepiente y todos redoblan la apuesta. En el medio apareció Carrió y dijo que si no hay honestidad garantizada, ella se suma al lote de candidatos. Y se volvió a guardar.  En el Frente de Todos, la batalla por las primarias agudizó la publicidad de las diferencias internas al punto tal que las posiciones ya no se lotean por espacio, sino por personas. Un ejemplo claro se da en el kirchnerismo, donde cada vez que se trata la posible suspensión, Maximo dice no, Wado dice sí, y Cristina dice ni. La vicepresidenta volverá a hablar en vivo esta tarde en un acto de la UOM y posiblemente allí esa variable se despeje. 

Así las cosas, es muy difícil imaginar un escenario de unidad total a un año de la elección. Pero en caso de que los presagios de ruptura, de ambas alianzas, parezca apresurado, tampoco un gran mano a mano garantizaría la conformación de un Congreso de dos facciones. A lo sumo, el reparto de bancas se definirá durante las PASO y nadie podrá imponer su condición de “fuerza mayoritaria”. Como hoy, incluso más, será un parlamento de dos coaliciones que funcionarán de la forma en que puedan. Ejemplos recientes, sobran. 

Conociendo ese estado de situación es que Wado propone eliminar las elecciones de medio término “y elegir todos los cargos cada cuatro años”. Una empresa de semejante envergadura necesita de una serie de acuerdos a largo plazo de esos a los que la Argentina parece haberse desacostumbrado. De Pedro también lo imagina como piedra basal de otros acuerdos, de los que todos hablan pero sobre los que pocos avanzan. En términos concretos, Wado tiene el mapa. Quiere empezar por los gobernadores y seguir por el radicalismo más alejado del PRO halconizado. Un acuerdo que ya contemple ese grupo de dirigentes estaría mucho más cerca a ese “consenso del 70%” del que habla Rodríguez Larreta cuando planifica su plan de Gobierno. 

Brasil, ¿un espejo?

Las declaraciones del ministro del Interior surgieron en medio de una entrevista desde Brasil, horas después de las elecciones del domingo. De Pedro fue el primer funcionario argentino que abrazo al hombre que será presidente del gigante sudamericano por tercera vez a partir de enero y el encargado de mostrar al mundo la satisfacción nacional por los comicios del domingo. 

 En paralelo a los festejos que se sucedieron en los tinglados oficialistas, al Frente de Todos debería parecerle una buena noticia la buena performance de Jair Bolsonaro. Como se viene advirtiendo en el último tiempo, esa actitud se inscribe en una situación en la que las simpatías ideológicas dejan lugar a la praxis política en su estado más extremo. En un continuismo de elecciones desfavorables a los oficialismos desgastados por la gestión, por la pandemia y por un electorado que se presenta proclive a los golpes de timón por su descontento con las clases gobernantes, el empate técnico entre Lula y el controvertidísimo Presidente brasilero podría representar una oportunidad para conjugar sentimientos y modificar el estado de ánimo derrotista que parece ir ganando casilleros en la coalición gobernante. 

Así, a la épica de un Lula perseguido y apresado por la Justicia que vuelve y encara una campaña marcada por la batalla contra la operación de desprestigio y desgaste que lo tuvo como víctima, se suma una parte del electorado que balancea sus decisiones a partir de sus convicciones ideológicas, más allá de lo que impone la realidad, que en el caso de Brasil mostraron alrededor del mundo a un Bolsonaro inflexible, que avanzó sobre las libertades individuales con discursos y políticas sumamente conservadoras y terminó sumiendo a gran parte del gigante verdeamarelo en una crisis social de las más violentas de las últimas décadas. 

“Que venga el ejército”, preocupante

El antilulismo terminó jugando un papel determinante, incluso por sobre la vocación de los candidatos que quedaron afuera de la segunda vuelta, que en su gran mayoría se manifestaron a favor del líder histórico del PT. 
Mientras festejan el triunfo de Lula, en el Frente de Todos anotan ese poder de resiliencia oficialista e imaginan una capacidad similar del actual gobierno argentino, de cara a las elecciones del 2023, en un escenario en el que todas las encuestas ubican a los candidatos opositores, en su más diverso plumaje, a la cabeza de las opciones. 
Lo que aparece como preocupante, sin dudas, es el escenario que se abre en las horas inmediatamente posteriores a esa elección. La reacción violenta de una de las facciones mayoritarias de un país extremadamente polarizado sobre las cuales ya ni el líder parece tener influencias. A contramano de lo que se especulaba, en base a datos previos que surgieron a borbotones desde usinas mediáticas del más amplio abanico ideológico, Bolsonaro dio por comenzada la transición y pidió a los manifestantes que abandonen los cortes de ruta. “Que venga el Ejército”, contestaron los bolsonaristas a Bolsonaro. Un problema que parece sólo recién comenzar.  Sobre eso también debería tomarse nota. Y no sólo el oficialismo, sino la totalidad de la clase política argentina.

  

 

La Nueva Mañana - Edición Impresa 283

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