¡Nop!, la nueva película de Jordan Peele: milagros fallidos

El film de extraterrestres mira al pasado de Hollywood para revivir al cine-espectáculo desde el presente, pero falla en el intento.

Ed Impresa 09/09/2022 Iván Zgaib
Pelicula Nop
¡Nop!, la nueva película de Jordan Peele, que está siendo vitoreada. Foto: Gentileza.

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Especial para La Nueva Mañana

¡Nop!, la nueva película de Jordan Peele, está siendo vitoreada como si un milagro celestial hubiera llegado a rescatar al cine-espectáculo de su decadencia. Lo cierto es que el último film nacido de la basura de Los Ángeles no sólo tiene que ver con tanques explotados como Animales fantásticos o Jurassic World Dominio, sino también con los anhelos cinematográficos de Érase una vez en Hollywood y Licorice Pizza. Aunque Peele nunca llegue a rozarle el lomo a sus sueños. 

Al igual que los films de Quentin Tarantino y Paul Thomas Anderson, ¡Nop! mira hacia atrás en el museo de la historia cinematográfica (y más específicamente, del cine hollywoodense). La acción sucede casi enteramente en un rancho decrépito y en un parque temático que evocan con el corazón acelerado las glorias del western. OJ y Em, dos hermanos que acaban de perder a su padre en un accidente sombrío (o, como dicen ellos, por un “mal milagro”), se dedican a entrenar caballos para rodajes de cine y televisión. No sólo heredaron ese trabajo con el cual su padre alguna vez cosechó triunfos (cuando Hollywood necesitaba animales con olor a estiércol y no espejismos creados por computadoras), sino que forman parte de una estirpe legendaria. Son los tataranietos de Alistair E. Haywood, “el primer doble de acción, entrenador de animales, y estrella de cine”. Un jinete negro inmortalizado en el esfuerzo inaugural por montar imágenes en movimiento. Por eso, OJ y Em encarnan la última generación en un linaje que los lleva hasta el big bang del cine.

Peele invoca así las memorias de Hollywood. Pero no lo hace tanto como un ejercicio de nostalgia pasiva (a la manera que lo ensayan las estéticas embalsamadas de Ready Player One o Stranger Things), sino con cierto pulso reformista, acaso tambaleante pero con los pies en el presente. Volver al pasado es una oportunidad. Incluso cuando los resultados están por debajo de sus ambiciones, Peele busca refrescar el legado de una industria que alguna vez convirtió a los cines en cuartos oscuros donde soñar despiertos. Desde el inicio, cada escena se trama con una pretensión reflexiva sobre la contemporaneidad. Que OJ y Em quieran capturar la imagen de un OVNI sobrevolando su rancho expresa una narración autoconsciente sobre la capacidad de registro del cine digital. Y despliega, en el mismo acto, un interrogante precocido acerca de una cultura que se empecina en transformar toda experiencia en imagen. 

Las figuras de un mono asesino y de un alien hambriento aparecen en la película para apuntalar su lección académica. Son fuerzas incontrolables de la naturaleza; dos exabruptos enigmáticos que los hombres y mujeres intentan domesticar a su agrado, aun cuando aquellos se les rebelan (y sobre todo: aun cuando se rebelan ante el ojo controlador de la cámara). Lo curioso es que la odisea por filmar estos fenómenos no se encuentra apoyada en el drama de los personajes ni en la singularidad de su universo. Si una fantasía revisionista como Era una vez en Hollywood dirigía todas sus energías a crear un mundo habitable (con personajes vivientes y emociones que nacen de sus entrañas), ¡Nope! es una bestia diferente. Permanece reacia a los momentos gratuitos y orgánicos. No admite los espacios de oxígeno que demanda un relato de sangre y sudor, y por lo tanto, privilegia una construcción efectista. Cada momento está teledirigido, como un ataque de misiles lanzados automáticamente para alcanzar un blanco. Su objetivo: subrayar las reflexiones acerca del espectáculo y la cultura de la imagen. 

Es por eso que, cuando OJ y Em deciden poner todas sus fuerzas en filmar las luces que aparecen en el cielo, la narración se encadena de manera forzosa. Peele escribe una historia sobre una fascinación que bordea la obsesión desquiciada, pero nunca filma de manera fascinante ni obsesiva. No hay intenciones genuinas que muevan a los personajes ni tampoco escenas lo suficientemente detallistas como para hacernos creer aquello que acontece en la pantalla.

El recuerdo remoto de Encuentros cercanos del tercer tipo (la película de Spielberg a la cual Peele le hace un guiño) funciona, justamente, como su antítesis. Las apariciones de los objetos voladores allí estaban coreografiadas con una creencia ciega, propia de un hombre religioso que puede transmitir su fe a través de la puesta en escena. Spielberg acumula elementos a los cuales dedica su atención paciente: los juguetes de un niño que empiezan a moverse y hablar en medio de la noche; el viento que sopla las cortinas de una casona y los buzones que se retuercen hasta deformar el aspecto sano de los suburbios norteamericanos. Todo desemboca en las luces titilantes, verdes y rojas como un milagro navideño, que finalmente chisporrotean en el cielo. Así Spielberg hace palpable lo que vemos. Y por eso resulta perfectamente creíble que su protagonista sea capaz de abandonar a su familia para seguir las naves extraterrestres.

Las escenas del objeto volador en ¡Nop! no componen una experiencia inexplicable ni abrumadora que sintonice con las emociones de OJ y Em (ni mucho menos de Angel, el secuaz secundario que sólo ocupa espacio como un extra magnificado). Antes bien, Peele pasa burocráticamente a observar los efectos del fenómeno desconocido. Los gritos de terror, las corridas de los personajes y los intentos torpes de cerrar los ojos para salvar sus vidas o de quitar un insecto de la cámara para salvar la filmación. Apenas alguna escena en el parque de diversiones muestra otro camino posible, aunque efímero: una escenificación sosegada, con interés por cada segundo en el que una fiesta deviene tragedia. 

¡Nop! sucumbe a las tentaciones más bajas de las narraciones contemporáneas: todo tiene un objetivo calculador, todo posee una función teórica, todo se exhibe. Es otra víctima más de aquella cultura acostumbrada a registrar cada uno de sus gestos. Si una bestia voladora fuera a aparecer verdaderamente en los cielos, Jordan Peele la miraría a los ojos. Y como las víctimas de su película, terminaría muerto. 

 

 

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