Hasta siempre Horacio

Horacio González, pensador argentino, sociólogo, ensayista, investigador, falleció el pasado 22 de junio de 2021. Dos textos en su recuerdo y memoria.

Ed Impresa 25/06/2021 Luis Rodeiro y Sergio Tagle
Horacio Gonzalez © NA
González falleció el pasado 22 de junio de 2021. Foto: NA.

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Especial para La Nueva Mañana

Un pensador con un pañuelo blanco

Por Luis Rodeiro*

En memoria

Ese día, el 7 de noviembre de 2019, no pesqué nada. Tiré la línea y no había pique. En uno de los intentos mi anzuelo enganchó algo inesperado: un Pañuelo Blanco. Seguramente era un signo, una advertencia, para que recordara que ese día sin pique, era un momento propicio para pensar en un símbolo tan fuerte, tan tierno, tan decidor. Ese día, precisamente, Horacio González recibía de regalo, como un homenaje, un pañuelo blanco y me animé y tiré la red (que nunca hago) para no perderme ninguna palabra de ese pensador que recibía un Pañuelo Blanco. Él recordó que un famoso escritor francés, hace mucho tiempo, había declarado su temor ante una página en blanco, “una forma festejable del miedo ante lo incógnito de lo que allí se podría escribir”. Y allí, dijo, para que sepan todos. No se confundan. “Los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo significan lo opuesto y lo complementario de esa blancura. En los pañuelos de las Madres ya ha sido escrito todo”. Exacto. Como dice Horacio, allí, se puede leer un nombre, bordado con delicadeza, diría yo con amor. Y precisa, “en letras azules que forman una insignia que nos es familiar por sus colores. Que finalmente, como se dice en el más famoso poema nacional, son los colores de una pena extraordinaria. Por eso el pañuelo desciende de una bandera que conocemos bien. Y cuando leemos un nombre, es un nombre embanderado, que sobre la cabeza maternal hace flamear su ausencia”. Allí, en ese nombre bordado sobre un Pañuelo Blanco, hay una historia, una vida trunca, una búsqueda, una memoria siempre vida. Si, allí, está escrito todo. La tortura, la muerte, el dolor. Todo, en un Pañuelo Blanco.  “Por eso, el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo es el nácar más brillante de la congoja argentina… Todas esas esperanzas y todas esas incógnitas están escritas ahora fuera de cualquier alfabeto, en la superficie depurada del pañuelo. Incluso Hebe propuso en su momento que el pañuelo no contuviera los nombres desaparecidos, pues en el propio pañuelo ya estaba escrito el destino de esas vidas”… Y recordó, a Cortázar que hablaba de cuándo el viento arrecia sobre las velas de una embarcación. Se podría considerar entonces que se genera allí un nudo vélico, pero vélico de velas, no de ofensa o agresividad. Un nudo vélico con v corta, esto es, el punto máximo de resistencia que en un punto específico oponían las velas al poderoso soplido entrecruzado de los vientos. Y la conclusión de Horacio, que es la mía y seguro la de ustedes: “El pañuelo de las Madres es ese punto de resistencia ante las inclemencias del viento de la historia”.

 * Periodista. Este texto fue publicado en su perfil de Facebook en la Serie El Pescador y cedido, con la gentileza que caracteriza a Luis, para esta edición de La Nueva Mañana.


Horacio González o cómo pensar todo

Por Sergio Tagle*

Horacio González fue el último pensador total. Nada de lo humano le resultaba ajeno, como decía Marx citando a Terencio. Y buceó lo humano y lo inhumano de la política a profundidades inexploradas. La nación subrepticia: lo monstruoso y lo maldito en la cultura argentina, dice el título de uno de sus libros. Iluminó lo subrepticio de esa, su nación, sin pretender que pierda esa condición. Lo hizo con la erudición de quien leyó todos los libros de la biblioteca universal. Sociólogo, dice su título de grado. Pero su pensamiento desbordaba disciplinas, sus libros desconciertan a los estantes. Y desafiaba a su época. Hay oficialismos de gobierno y oficialismos de época, decía en la revista El ojo mocho. A la hora de elegir con quien combatir, prefería hacerlo en contra del oficialismo de época, un concepto más abarcador que incluye agendas temáticas, palabras y conceptos de moda, mercancías intelectuales que cotizan en los suplementos culturales. Horacio apelaba al anacronismo para situarse, sin proponérselo, adelante.  Una vanguardia involuntaria que subyace en sus textos y en sus palabras. Era necesario leerlo y escucharlo por lo menos dos veces para descubrir y disfrutar de luminosidades inesperadas. Cuando el imperativo mediático y comunicacional acotó el hablar a frases cortas que apunten a los sentimientos, sobre todo entretenidas, sus extensísimas alocuciones confirmaban que con esa gramática solo se puede confirmar saberes establecidos; que aprender supone esfuerzos no demandados por una charla TED ni por la sintaxis del influencer. Si alguien se preguntaba qué quiso decir, bien podía responderle con Karl Krauss: “Yo gobierno el lenguaje de los otros. El mío hace conmigo lo que quiere”. Así dice el epígrafe de un capítulo de otro de sus libros. Pero con el lenguaje de Horacio no se podía hacer cualquier cosa. Era inevitable pensar y pensar diferente a lo que se pensaba antes de leerlo o escucharlo. Era fácil contar con su presencia en Córdoba para hablar en un aula magna repleta o ante un puñado de militantes. Bastaba con llamarlo por teléfono. Y si no había recursos, dormía en la casa de uno. No era difícil lograr con él una entrevista por radio. Bastaba con llamarlo y decirle el tema. Corría el año 2002 – 2003. La palabra populismo empezó a circular después de décadas. “No, Sergio, pero qué voy a decir”. Empezó con el populismo ruso del siglo XIX, recorrió el siglo XX y finalizó en la Argentina de esos días. Después se comunicó para preguntar si lo suyo estuvo bien, si sirvió para algo. Porque si faltaba la humildad para completar la dimensión de su figura, ahí estaba Horacio tratando de igual a igual a todos, a cualquiera. Más: también preguntaba sin demagogia. Y escuchaba en el sentido profundo de la escucha. Queda su bibliografía inabordable. Allí está escrito lo que todavía no conocemos para definir un pensamiento liberador que recorre todas las esferas del saber. Es muchísimo pero no alcanza porque ahora falta Horacio. Si Liliana Herrero, su compañera, lee estas líneas, vaya para ella un fraternal abrazo. 

Horacio González y Sergio Tagle durante la presentación del libro del programa de radio La Romeria, año 2012
Horacio González y Sergio Tagle durante la presentación del libro del programa de radio La Romeria, año 2012.

* Periodista. Artículo escrito a pedido de la editora para La Nueva Mañana.

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