Mujeres autónomas, malabares económicos en tiempos de cuarentena

La economía de muchas trabajadoras independientes fue también arrasada por la pandemia. Las que juntan el sueldo a fuerza de destreza diaria, ahora improvisan alternativas de subsistencia.

Ed Impresa 18/04/2020 Miriam Campos Miriam Campos
Iara Latzke by gentileza
Soldar, coser y hasta arreglar el baño de los vecinos. Relatos de mujeres. Foto: gentileza

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Especial para La Nueva Mañana

Giuliana Nicolai tiene 25 años, hace tiempo empezó a trabajar en un proyecto de venta de lencería, un negocio pequeño cerca de la Ruta 20 que desde hace tres años gestiona sola. Hasta marzo lo administraba, vendía y proyectaba pero ahora el local está bajo candado y el pago del alquiler se volvió insostenible. Esta semana Giuliana se enteró de que no recibirá el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el bono de $10.000 pensado por el Gobierno para los sectores de ingresos bajos, a los que la pandemia les arrasó la economía.

Para este ingreso, la Anses proyectaba que iba a alcanzar a unos 3.6 millones de argentinos, pero el estrago económico del último mes fue tan expansivo que se anotaron más de 11 millones, entre ellos personas sin registros en la Anses ni Afip pero también monotributistas, trabajadores autónomos, como Giuliana, esos que si no laburan el día a día no cobran.

Los tapabocas

“El tema de los barbijos salió como algo sin pensarlo. Estaba buscando la forma de que me entrara dinero de alguna manera”, cuenta Giuliana, que de vender lencería pasó en pocas semanas a organizarse con la comercialización de tapabocas de tela. “La verdad que por ahora, es lo único que me está salvando. Al no poder abrir el negocio, no tengo entrada de dinero y el alquiler lo tengo que pagar igual, como muchas personas que están en la misma situación que yo”, dice.

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Giuliana comenzó a difundir la venta entre vecinos y amigos y logró crear una comercialización online a través de las redes de su negocio de lencería. Foto: gentileza

Giuliana fabrica y vende el insumo -que devino en necesario-, junto con su mamá, que sabe coser y tiene un negocio de vestidos de fiesta que también administra sola y al igual que su hija, lo tuvo que cerrar. En su casa quedaron las máquinas, algunas telas y un día Giuliana le pidió que le fabricara un barbijo porque no conseguía en las farmacias. Ahí fue que salió la idea de empezar a producir y venderlos.

“El primer día vendí 30 entre mis vecinos y con los días fui difundiendo en el Instagram y Facebook de Ferminalenceria, que es mi negocio, y se armó una venta online”. Para coser los barbijos lograron contactar con una tienda para tener más telas; y el elástico, buscando y preguntando, lograron que una chica se los enviara con un delivery. “Conseguimos para hacer ‘stock’ porque tampoco es fácil en estos momentos proveerse de insumos”, agrega la joven.

“Cuando volvamos a lo más parecido a una normalidad, llevará tiempo que todo se reactive”, apunta la Giuliana y agrega: “Es una situación que no se esperaba, pese a todo yo la entiendo pero al igual que los demás, tengo la incertidumbre de no saber hasta cuándo. Las medidas que se están tomando son las correctas pero del otro lado está esta cara que es la parte económica y la responsabilidad de uno de seguir tirando cuando todo cambió”. 

La escuelita y los hierros 

En Granja de Funes, Iara Latzke tiene una escuela de circo, Circodance, para niñas, niños y adolescentes pero donde también toman clases algunos adultos. Es profesora de educación física y con el tiempo aprendió tela, trapecio y lyra, todo lo que tiene que ver con la acrobacia aérea. Hasta antes de la cuarentena vivía de eso, pero la escuela cerró sus puertas y como las clases online no pueden garantizar la seguridad de los alumnos por el tipo de actividad, Iara y Jali, quien también brinda clases en la escuela, se enfocaron en un proyecto que empezó como un hobby pero ahora, en tiempos de pandemia, también se convirtió en un posibilidad latente de subsistencia: la herrería.

“Empezamos a hacer lámparas, mesa, y al margen de que sabíamos que no íbamos a tener muchas ventas ni nada, por el contexto que atravesamos, la idea fue lanzarnos, al menos para ir ganando algunos seguidores con este proyecto al que nombramos Mujeres Herreras. Quizás más adelante pueda convertirse en una salida laboral más sólida”, cuenta Iara, cuyo único ingreso era la escuela.

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El interés de Iara por la herrería viene desde hace tiempo, de niña veía a su papá trabajar con las herramientas arreglando la casa. Ahora arregla la suya y logró terminar un quincho y construir el asador del patio. Foto: gentileza

En este mes de aislamiento obligatorio no es fácil sacar adelante un proyecto, las ideas van surgiendo pero cuando todo está cerrado y la gente repliega la economía, no es trivial empujar y lograr alternativas de subsitencia que hagan entrar dinero a la casa. “Hasta el momento solo vendimos una mesita y una silla”, dice y se ríe pero agrega: “Hay gente que nos consulta los precios, así que hay interés pero también sabemos que la gente está con miedo a comprar. Está todo re parado, así que la idea es ir mostrando lo que hacemos para que la gente, el día de mañana, si les gustó algo puedan encargarlo. No tenemos mucho margen ahora”, explica.

El interés de Iara por la herrería viene desde hace tiempo, de niña veía a su papá trabajar con las herramientas arreglando la casa, pero jamás, en ese tiempo, agarró una soldadora ni sabía cómo funcionaba hasta que un día, hace seis años, se le ocurrió armar un monociclo jirafa para la escuela de circo. Empezó a averiguar cómo se hacía, consiguió una bicicleta vieja y arrancó, esa vez usó la vieja soldadora de su papá.

Iara aprendió también algunas cosas junto al herrero que la asistió con las estructuras de la escuela y con el tiempo se fue dando mañas sola, se compró su propia soldadora, aprendió a sacarse astillas de los ojos con un imán y terminó construyendo el cerramiento de quincho de su casa y el asador.

“No fue solo la soldadura, sino también me puse a levantar paredes, el hueco para la cámara séptica, la instalación eléctrica y así, de todo fui aprendiendo con el tiempo. Es algo que aprendí de mi papá, aprender a hacer las cosas, gastar la plata en las herramientas y no en pagar al alguien que lo haga por mi, siempre se puede aprender”, dice Iara que tiene 36 años, que estas semanas de cuarentena se plantea un volantazo para lograr otro ingreso mientras la escuela está inactiva.

“La idea es ir produciendo, con Jali vamos haciendo lámparas, y esa entradita es una ayuda para el día a día. Si anda, y nos empiezan a encargar, porque no son cosas en serie, nos ayudaría mucho en este tiempo de incertidumbre”, cierra. 

Herramientas a mano 

Adriana Gigena vive en barrio Talleres Sur y alrededor de su casa varios vecinos se quedaron sin trabajo; algunos tienen un taller, otros trabajan en una pileta o en un hotel y a ellos como a Adriana, a la que todos llaman ‘la Gringa”, la cuarentena les estranguló la fuente de trabajo.

“Nos vamos ayudando”, dice Adriana que tiene 42 años, dos hijos que están en la primaria y a su cargo también está su mamá, de 73. La dinámica de ‘la Gringa’ es trabajar, pasar a comprar las cosas, cocinar, ordenar la casa, volver a trabajar, regresar y atender de nuevo a su familia, lo que se llama triple jornada laboral de las mujeres. 

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"Fui aprendiendo sola y ahora trabajo de esto, fui comprando mis cositas con el tiempo y ahora tengo un montón de herramientas, siempre viendo, me la rebusqué como pude", asegura La Gringa.

Pese a que su actividad, de plomería y albañilería, está contemplada entre las esenciales, le costó que le habilitaran el permiso para poder salir. “Finalmente hoy lo logré, pude gestionarlo y ahora puedo atender a los llamados que quedaron colgados estas semanas", dice y cuenta que al empezar el aislamiento obligatorio, tenía algunos trabajos pendientes cerca de su casa y eso le ayudó a pasar estas semanas: "Con todos los cuidados que hay que tener, terminé de pintar una casa completa y arreglé un techo al que le puse membrana, también arreglé un baño, todo era a pocas cuadras de mi casa, y fue lo que me salvó las papas para sostener a mi familia estas semanas”.

 Hace 14 años que Adriana recorre Córdoba a bordo de un auto lleno de herramientas, atiende los llamados de una red que armó con el tiempo, donde prioriza a las mujeres que le piden ayuda, hace también trabajos de electricidad y hasta el armado de muebles con taladro en mano. “Me gustan las herramientas, me gusta desarmar y ver. Antes iba a las ferreterías y preguntaba, fui aprendiendo sola y ahora trabajo de esto, fui comprando mis cositas con el tiempo, siempre viendo, me la rebusqué como pude, y ahora, pese a la dificultad, también”, cierra. 

 

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