Nadav Lapid y Synonymes: el sentimiento de no estar del todo

Synonymes, del israelí Nadav Lapid, construye una película fragmentaria para indagar las identidades nacionales en crisis y el sentimiento de no encajar del todo.

Ed Impresa14/12/2019 Iván Zgaib
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Tom Mercier, protagonista de Synonymes. Foto: gentileza.

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Especial para La Nueva Mañana

Cada tanto, los cultos insólitos llegan a Israel. Las estrellas pop desvanecidas pueden llenar estadios y las telenovelas de rincones remotos pueden desbarrancar el rating. Por eso no fue raro que Nadav Lapid hubiera encontrado una comitiva de ciudadanos eufóricos esperándolo en las puertas del aeropuerto, la mañana en que volvía a pisar Tel Aviv con el Oso de Oro en su valija. Synonymes acababa de recibir el premio mayor en el Festival de Berlín y todavía no se había visto en tierra nativa.

Lo que pasaba ahí era extraño y a la vez hermoso. Las personas vitoreaban a Lapid como si fuera una estampita de orgullo nacional, pero no sabían que su film lanzaba un ataque directo contra esa idea de orgullo. O al menos, contra esa identidad nacional cimentada a manos del Estado. Los elementos narrativos de Synonymes podrían sintetizar ligeramente esa perspectiva: Yoav, un joven israelí, huye a la ciudad de París sin planes certeros más que dejar atrás Israel, hundir los recuerdos asfixiantes del militarismo y convertirse al afrancesamiento.

Y digo que esto ejemplifica “ligeramente” la visión del film porque su línea argumental es débil, o en todo caso desestructurada para los términos tradicionales que se atribuyen a las narraciones. Su abordaje sobre la experiencia inmigrante es casi ensayístico (como si configurara una versión desmesurada y ostentosa de News From Home de Chantal Akerman). El punto es que las escenas no se relacionan entre sí por consecuencia, sino por un efecto de acumulación y desborde: son fragmentos descontinuados (casi autónomos), donde el eje unificador recae en indagar sobre la incorporación de Yoav a la vida parisina. 

Incluso con su deseo desenfrenado por enterrar el pasado israelí (¡hasta negándose a hablar el hebreo!), las escenas se ven invadidas continuamente por ese tiempo: Yoav hurga sobre las marcas que dejó su experiencia en Israel, siempre sacando a flote leyendas bélicas, finales sanguinarios o recuerdos íntimos de cuando servía como oficial a las Fuerzas Armadas del país. El legado de ese militarismo no tiene que ver sólo con una práctica aislada; es una formación cultural, el montaje de una identidad nacional asfixiante que se asienta en la violencia, el autoritarismo y el culto a la masculinidad exacerbada.

Cuando Lapid recupera esos recuerdos de Yoav, lo que hace es trazar un puente más o menos invisible: cómo ese modo-de-estar se forma en el barro de los servicios militares y cómo sus mañas y costumbres viajan hasta planos impensados de la vida cotidiana, incluso si los ciudadanos abandonan el país. Uno de los amigos israelíes que Yoav conoce en París sirve como encarnación perfecta de aquello que él evita. Es un tipo tosco, que se acerca a los pasajeros de un subte para presentarse orgullosamente como israelí o que sale a los bares para medir a las mujeres francesas por el tamaño de sus tetas.

La ovación a esa virilidad aplastante entra en tensión sigilosa durante todo el film: no sólo por el estupor con que Lapid filma el cuerpo esculpido de su protagonista, sino por el homoerostismo latente que se dispara aquí y allá entre los hombres de la película. El deseo efervescente está siempre a punto de destaparse. Lo que nunca puede hacer es encontrar una fuente de canalización efectiva: está sublimada en la violencia. La escena que mejor lo expresa tiene a dos tipos peleándose para demostrar su hombría. Pero mientras se revuelcan, se aprietan y se zamarrean, el placer destilado de sus cuerpos se asemeja al de un polvo.

Así como Synonymes pone énfasis en las marcas del país de origen, también lo hace en las dificultades de Yoav para integrarse por completo a Francia: la composición fragmentaria pone en escena una lucha constante entre la posibilidad de seguir adelante y el sentimiento de no estar del todo. Es una forma de experiencia dislocada, fuera de lugar. Las secuencias reiterativas que muestran el paseo del protagonista por la ciudad tienen que ver con eso. Utilizan una cámara sucia y sacudida que nunca habilita visiones claras de la ciudad. Hay calles, personas y edificaciones, pero todas quedan envueltas en una nebulosa.

Mientras tanto, Yoav ensaya un poema de sinónimos: palabras sueltas y juguetonas que aprende de un diccionario de francés, expresiones sagaces que escupe sobre el asfalto. Todo para convertirse en un ciudadano europeo común y corriente. Pero la mirada oscura construida por Lapid también se detiene en los frenos que impone la idiosincrasia francesa. La escena con un guardia de seguridad que advierte el peligro de los inmigrantes es elocuente en ese sentido. También lo es la escena donde una profesora instruye a los extranjeros para convertirlos en franceses decentes. Allí, Lapid desnuda la trampa que esconden los supuestos valores republicanos del viejo continente. Bajo el mantel delicado de los buenos modales, siempre hay una frontera. Y no todos tienen lugar en ella.

 

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