Versiones: Birmingham "Brilla la belleza metálica"

Los amos de Birmingham eran metalúrgicos, los grandes edificios eran fábricas en donde se golpeaba el metal, se lo fundía y se lo moldeaba. El ruido y la mugre eran los signos de una ciudad con alma de fábrica, donde los mamelucos reemplazaban a los sacos con corbata y los martillos a las lapiceras.

Cultura17/08/2017 Darío Sandrone
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Ilustración: Pito Campos

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Las grandes ciudades del mundo suelen convertirse en centros de poder en el que se instituye una clase dominante de aristócratas, religiosos, financistas y políticos. Bajo esa estructura, pronto proliferan enormes construcciones que expresan ese poder: mansiones, catedrales y altísimos edificios de oficinas, repletos de papeles. En esas torres que dominan el paisaje, la burocracia llena formularios, firma cheques y hace balances. Una y otra vez. A diario, el rumor de las máquinas de escribir se mezcla con el de las calles, los coches van de un edificio a otro llevando papeles y dinero, tramando negocios de traje y corbata.

Birmingham, sin embargo, nunca fue ese tipo de metrópolis. Allí, la clase dominante se conformó entre talleres, herramientas y maquinaria industrial. Los amos de la ciudad eran metalúrgicos que acuñaban monedas, hebillas y todo tipo de artilugios metálicos. Los grandes edificios eran fábricas en donde se golpeaba el metal, se lo fundía y se lo moldeaba. El paisaje sonoro, entonces, era muy particular y no cualquiera podía adaptarse a murmullo permanente del metal. A mediados del siglo XIX, el escritor escocés Thomas Carlyle, de paso por la ciudad, le envió una carta a su hermano en la que se quejaba amargamente: “El ruido metálico de innumerables máquinas de vapor, el estruendo de carros y vagones y el rumor de hombres interrumpido por el repiqueteo más agudo de la carga y descarga de algunos botes en el canal o, tal vez, alguna fiera explosión cuando los fabricantes de cañones pruebas sus nuevas piezas.”

El ruido y la mugre eran los signos de una ciudad con alma de fábrica, donde los mamelucos reemplazaban a los sacos con corbata, los martillos a las lapiceras y los motores a las máquinas de escribir. Con yunque y martillo se dio forma a “la ferretería del mundo”, como se le decía a Birmingham por aquellos tiempos. No era una ciudad para poetas, y mucho menos para poetas románticos. Esta corriente, el Romanticismo, enfatizaba el encanto de la naturaleza, pues veía en ella el lugar más genuino y verdadero donde el ser humano puede desarrollarse. Por el contrario, concebían a la civilización industrial como una amenaza para la esencia del hombre.

En las grandes ciudades, el ser humano se enajena, se vuelve uno más en la masa sin forma de la multitud y pierde su centro. Por este motivo, los poetas románticos solían ir a vivir al bosque, a la montaña o frente a un lago espejado. No debe extrañarnos, entonces, que Robert Southey, uno de los poetas que dio forma al Romanticismo, quedara impresionado después de una temporada en Birmingham: “Sigo mareado y atontado con el martilleo de las prensas, el estrépito de los motores y el chirrido de las ruedas; me duele la cabeza por la multitud de ruidos infernales y los ojos por la luz de los fuegos infernales… y debo añadir, también mi corazón, ante la vista de tantos seres humanos empleados en ocupaciones infernales (…) Cadenas de reloj, collares y brazaletes, botones, hebillas y cajas de rapé se compran pródigamente a costa de la salud y la moralidad.”

Estas líneas de Southey parecen describir un monstruo desordenado que lo ocupaba todo sin dejar espacios para la calma y el silencio. Por momentos, existía la ilusión que uno podía retirarse y escapar. Los pobladores con más dinero, como pasa en nuestros días, solían irse a vivir a las afueras de la ciudad, escapando del ruido industrial y la limadura de metal, pero el monstruo se expandía y pronto sus tentáculos ruidosos y humeantes volvían a atraparlos. Una canción de 1828 decía: “Recuerdo a un tal John Growse /un fabricante de hebillas en Birmingham/se construyó una casa de campo/para estar lejos del humo de Birmingham/ Pero aunque la casa de John sigue en pie/el pueblo ha subido la colina/Ahora vive junto a una fábrica humeante/en medio de las calles de Birmingham.”
Las monedas que circulaban en las demás ciudades de Inglaterra nacían en Birmingham, por lo que uno de los símbolos de esta ciudad era el troquel, es decir, el molde que se utiliza para acuñarlas. En 1830, un caballero inglés llamado Jhon Morffitt se propuso escribir la historia de Birmingahm: “Ruidoso cae el troquel, los tornos giratorios resuenan; y las máquinas tiran, mientras los martillos retumban alrededor; lo que forja el trabajo, lo refina el arte paciente, hasta que luminosa, como un día deslumbrante, brilla la belleza metálica.”

En estas líneas, puede verse el germen de algo que nacería a mediados del siglo XX: el heavy metal. También esta subcorriente del rock cuestionará fuertemente la idea de que el ruido del metal debe estar asociado con lo desagradable y, en cambio, lo propondrá como una fuente del placer musical. Se configura una estética alternativa al Romanticismo. La belleza no sólo habita en la naturaleza; existe una “belleza metálica” que el poeta puede perseguir en sus versos y el músico puede expresar en sus notas. El golpe del metal, así, violento, aplastante, destructivo, también es una expresión de la humanidad y por lo tanto puede ser objeto de arte.

SabbathVersiones: Birmingham "La ciudad del metal "


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