Villa Tulumba, el rostro colonial del norte cordobés

Por su riqueza histórica, religiosa y cultural, Tulumba es dueña de un encanto absoluto. Sus calles empedradas y sus antiguas casonas ubicadas sobre el Camino Real son reflejo de un pasado que aún vive en las costumbres de su gente.

Turismo02/08/2017Natalia GuantayNatalia Guantay
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Recorrer las calles de Tulumba es sumergirse en un viaje por la historia y comprobar que el tiempo quedó detenido en esa villa distante a 150 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba. Su pasado colonial se respira a medida que se avanza por un recorrido de calles empedradas, fachadas de casonas antiguas y templos religiosos que acercan a lugareños y turistas a hechos claves de la historia de la provincia y el país.

Si de algo no puede permanecer ajeno quien pasa por Tulumba es de la riqueza urbanística, arquitectónica y paisajística que con el tiempo contribuyeron a mantener sus tranquilos pobladores, con formas de vida que dan testimonio de enraizadas costumbres y un profundo sentido de identidad.
La historia de la localidad, escrita por aborígenes y colonizadores a la vera del Camino Real, comienza a trazarse en 1672, cuando Antonio de Ataide (primer poblador europeo) tomó posesión de las tierras, aunque recién en 1803 será declarada Villa por el rey Carlos IV de España.

El modo en que sus raíces calaron hondo en el imaginario de los lugareños se manifiesta por ejemplo en la efervescencia religiosa, una de cuyas materializaciones es el Santuario Mariano Diocesano Nuestra Señora del Rosario de Tulumba. Se trata de un templo de estilo romántico ubicado en el corazón del pueblo, a un lado de las ruinas de la antigua capilla. Su fachada exhibe dos majestuosas torres con sus campanarios que, por mirar al naciente, se iluminan por completo cada mañana. De su interior se destacan las pinturas de la cúpula realizadas por el artista plástico Martín Santiago quien fuera discípulo de Fernando Fader y la imagen de la patrona de la Villa, que cada octubre es venerada por miles de personas que inundan las calles.
La joya de la Iglesia es el ‘Tabernáculo jesuítico’, una obra maestra del arte barroco tallada en madera de cedro y policromado por los aborígenes en las misiones del Paraguay, y que perteneció primero a la Compañía de Jesús y a la Catedral de Córdoba hasta principios del siglo XIX.


Otra de las reliquias más preciadas es el denominado ‘Cristo articulado’ hecho de madera, que se ubica en la antesacristía y se utiliza para representar cada Viernes Santo los momentos del calvario de Cristo hacia la cruz. Sus ojos claros de mirada profunda y sus rasgos mestizos hacen suponer que se tomó como modelo algún nativo sanavirón del lugar para construirlo, cuentan los tulumbanos.
Sobre el costado derecho del Santuario - en la Plazoleta Granadero José Márquez - se destaca un añejo tala considerado el ‘Árbol Santo’, que servía de sombra a los pobladores durante las antiguas misas celebradas por el Obispo Fran Mamerto Esquiú, quien en 1881 colocó la piedra fundacional del templo.

A escasos metros hacia el norte se ubican las ‘Cuatro Esquinas’, un ícono del pueblo reflejado por numerosos poetas y artistas plásticos, que por la Calle Real conduce a un circuito de fachadas de casonas que datan del siglo XVII entre las que se destaca la ‘Casa de los Reynafe’, que perteneciera a una de las familias más influyentes de la provincia y el país. De paredes de adobe y cabreadas de madera de algarrobo, la construcción fue el lugar donde se gestó la masacre de Barranca Yaco que terminó con el asesinado del general Facundo Quiroga en 1835.

Sobre la misma arteria se ubica la propiedad del Padre Benítez, el sacerdote argentino que pasó a la historia por haber sido el confesor de Eva Duarte de Perón. Otras de las antiguas construcciones se alzan a lo largo de la calle Diputado Juan Carlos Moyano; como la que alojó a los descendientes de Antonio de Ataide.

En Villa Tulumba, el paisaje agreste es una seducción en sí mismo. Para obtener una panorámica del valle nada mejor que dirigirse al denominado ‘Cristo de los Granaderos’, monumento religioso distante a un kilómetro del pueblo y erigido en 1942 en honor al granadero tulumbano Márquez, caído durante el combate de San Lorenzo.
Más lejos, a cinco kilómetros de la Villa, se llega hasta la Ermita del Cerro construida en 1945 en honor a la Virgen del Cerro, que es venerada cada enero por cientos de fieles. La imagen fue tallada en un bloque de piedra por el escultor Bernardo Bouts y donada por Armando Zavala Sáenz.
Como el día, la noche en Tulumba invita a caminar sus calles de veredas altas a la luz de las farolas que sirven de guía al sendero real; mientras de fondo una que otra serenata de algún cantor de la zona obliga al visitante a detenerse y contemplar.

DATOS ÚTILES

Cómo llegar. Desde Córdoba por ruta nacional 9 norte, se pasa por Jesús María, Las Peñas y Simbolar, hasta San José de la Dormida y, desde allí, hacia el oeste por la ruta provincial 16, sobre la que se ubica Tulumba. Distancia: 150 kilómetros. Por el otro extremo, desde Deán Funes se accede por la ruta nacional 60. Desde la Terminal de Ómnibus de Córdoba: Empresa Fono Bus, costo $170.
Gastronomía. Costillar al horno con guanición $170; pastas $90; empanadas por docena $80; pizzas desde $80; postres desde $40. Bebidas: gaseosas y aguas saborizadas $60; vinos desde $80.
Alojamientos. Posadas: habitación single, doble y triple $400 por persona con desayuno incluido. Hostal: habitaciones dobles, triples, cuádruples y quíntuples, desde $300 a $400 por persona con desayuno incluido, con la posibilidad de acceder a media pensión y pensión completa (el menú cuesta $170 sin bebidas incluidas).

 

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