Una recorrida por el cuartel del horror en José de la Quintana

El ex conscripto Carlos Vera regresó tras 43 años al ex Grupo de Artillería, en el que denuncia haber visto detenidos-desaparecidos durante el Golpe de Estado de 1976.

Ed Impresa28/06/2019 Adrián Camerano
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“Los colimbas que vinieron después tienen que haber visto mucho más, debe haber sido terrible cómo funcionaba esto después del Golpe”, afirma “León” Vera, quien fue conscripto en este cuartel durante 1975. (Fotos: Ananá Servicios Audiovisuales)

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Especial para La Nueva Mañana

EX GRUPO DE ARTILLERÍA 141

Frente a la Plaza de Armas, una cruz roja pintada parece estar a punto de ser borrada por el viento serrano. Distingue a la vieja Enfermería del ex Grupo de Artillería 141 de José de la Quintana, que funcionara como centro clandestino de detención y sobre el que pesan más de cuatro décadas de olvido. “Es acá”, dice Agustín Vera, y por primera vez en 43 años regresa al lugar donde vio a un grupo de presos políticos antes de que fueran fusilados.

Entre 1975 y 1976, “León” Vera fue conscripto en este cuartel desatendido por las políticas de Memoria, huérfano de siquiera una placa recordatoria. El suyo es uno de los testimonios, tomados en diferentes épocas, que señalan al 141 como engranaje del terror, y a la Enfermería –hoy una construcción marchita- como depósito de cautivos. En recintos pequeños, que no llegan a los nueve metros cuadrados de una habitación estándar, los presos políticos rumiaban su suerte mientras esperaban alguno de los destinos posibles: la liberación, el traslado a otro CCD o la eliminación a bala o cuchillo.

El Grupo de Artillería fue parte del área 311 del Ejército. Su ubicación era estratégica -en un rango de unos 60 kilómetros dista de Córdoba, Carlos Paz, Río Tercero y Alta Gracia- y poseía como ventaja adicional la simpatía de los pocos habitantes de la zona. En ese cuartel Vera también fue testigo de la muerte de un colimba y escuchó cómo eliminaban “subversivos” dentro del predio. Tras un largo silencio, en 2012 hizo su declaración ante la fiscal federal Graciela Lopez de Filoñuk inició el expediente Nº 279/2012, que intenta dilucidar si en esas 900 hectáreas hay cuerpos enterrados.

Con la guía de la organización social Trabajadores Unidos por la Tierra, que viene desarrollando un proyecto de recuperación productiva y simbólica del sitio, Vera volvió este otoño a La Quintana y relató qué vio y qué le contaron en este enclave de la represión ilegal.

Puto, cagón, cobarde

“León” llegó al 141 el 5 de abril de 1975, y de inmediato le tocó la instrucción, la etapa más dura del servicio militar obligatorio. “Los primeros meses de la colimba eran bravos: te tratan de puto, homosexual, cagón, cobarde, sorete… te dicen de todo. Nos sacaban en invierno con diez grados bajo cero y nos llevaban trotando hasta el fondo”, relata. El ex colimba recuerda que en el cuartel “te educaban sobre el respeto y la moral, y se hablaba mucho sobre iglesia y religión; de vez en cuando venía un cura y daba una charla”. Ese religioso que traen sus recuerdos quizás sea alguno de los capellanes enumerados como del 141 en el libro “Profeta del Genocidio”, de Lucas Bilbao y Ariel Mendoza, y aunque Vera no recuerda el nombre del cura, sí tiene grabado que en el 141, donde no había capilla, tomó su primera comunión.



Baja inminente, y Golpe

El ex conscripto relata que “después de la instrucción, la situación nuestra se relajó”. A metros del ex Casino de Oficiales, hoy recuperado y rebautizado como “Refugio Libertad”, Vera cuenta que a los conscriptos los agrupaban en baterías, y que cada una de ellas estaba a cargo de un teniente.

“A la Comando iban los intelectuales, los chicos que estaban en la universidad; estaban a cargo de armar la administración del cuartel. Servicios estaba a cargo de la logística en caso de guerra, y después estaban la A, B o C, que éramos “los negros”. Yo hice la colimba con muchos de Tucumán” rememora.

Hacia 1975, el 141 intervino activamente en el Operativo Independencia, la excursión represora desplegada por el gobierno de María Estela Martínez de Perón en el monte tucumano, destinada a masacrar la Compañía de Monte del Ejército Revolucionario del Pueblo. De hecho, muchos de los compañeros de colimba de Vera combatieron allá, y a él lo salvó uno de sus pares, que -ansioso por regresar a su provincia natal- le rogó que le dejase su lugar.

Conforme transcurrían los meses, lentamente notó que el clima interno se espesaba, y crecía el miedo ante un eventual ataque de las organizaciones revolucionarias. “Nos tenían todo el día con que venían los Montoneros” rememora Vera, y cuenta que la tensión acumulada por tanta acción psicológica estalló un día del verano de 1976, cuando un conscripto mató accidentalmente a otro.

“Yo estaba de imaginaria, y de golpe siento el disparo. Resulta que, jugando dos compañeros, uno le pega un tiro a otro. Yo me acerqué a verlo: de frente tenía un hilito de sangre, casi nada, pero cuando lo doy vuelta tenía un buraco así atrás. Cuando lo vi me aflojé”, relata.

Aquel verano Vera se esperanzaba con salir de baja para retomar su trabajo en la importadora Murchison, del puerto de Buenos Aires. El 20 de enero de aquel 1976 ya había salido la primera tanda de bajas, y a “León” le tocaba la segunda.

Pero llegó una contraorden y fue destinado a los controles ruteros conocidos como retenes. “Todos los días y noches había controles en las rutas, en los que los depravados le metían la mano en la vagina a las mujeres para ver si no llevaban algún documento”, ilustra Vera, y una sombra surca sus ojos: asomaba el período más oscuro que recuerde la historia nacional.

Los detenidos de la Enfermería

Tras el 24 de marzo, un día Vera fue destinado a hacer guardia en la Enfermería. “Es este edificio –señala ahora, en un alto de su recorrida por el 141-. Tenía la entrada acá, seguía un pasillo, había otras puertas y de este lado había dos espacios más, chicos, en los que estaban tirados los compañeros; enseguida me di cuenta de que eran detenidos ilegales””. “León” contó unos “quince o veinte compañeros”, que estaban “sin vendas”, y que no hablaban entre sí. “Solo uno de ellos pidió un cigarrillo”, rememora.

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En la ex enfermería, Vera vio a un grupo de detenidos-desaparecidos. (Fotos: Ananá Servicios Audiovisuales)

Aquella guardia duró dos horas, y Vera no volvería a saber de ellos, hasta que “a los días, el cabo primero López, a mí y a otro soldado que no recuerdo el nombre nos dice que esos detenidos habían sido fusilados, y muchos apuñalados”, denuncia. La masacre habría sido en el sector conocido como El Polígono, al lado de la fábrica militar, un sitio señalado por distintos testigos y en diferentes épocas como lugar de fusilamientos y enterramientos.

Vera olvidó el nombre del soldado que lo acompañaba cuando escuchó aquella confesión de López, pero sí recuerda que “era de la zona”. “Habría que encontrarlo –asegura-. La fiscal Filoñuk tiene que convocar a muchos soldados que eran de acá de Córdoba; yo le puedo dar a la fiscal nombres de soldados que estuvieron acá”.

Vera trasunta escepticismo con relación a la causa judicial, pero se entusiasma con la posibilidad de cruzar informaciones con otros testigos. “Los conscriptos que vinieron después tienen que haber visto mucho más, porque después del Golpe vino lo grave” señala, y da en el clavo: en la misma causa declaró el año pasado otro ex colimba, Daniel Falabella, quien indicó que estando de guardia en 1978 vio cómo ingresaban al 141 dos camiones cargados con cadáveres.

Movimientos militares

Desde el año pasado, el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado (RUVTE) incluyó al 141 en el listado de centros ilegales de detención. A la vez, sobre parte del predio rige una medida de no innovar, por los posibles enterramientos clandestinos. A pesar de todo ello, en la segunda quincena de junio decenas de militares realizaron maniobras en el lugar, sin control civil y alertando a los lugareños con un amplio despliegue de unimogs, soldados y armamento pesado.

“Se ha demorado mucho la investigación”

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“En este edificio estaban tirados los compañeros”, señala Carlos.  (Fotos: Ananá Servicios Audiovisuales)

Durante largos meses fue infructuosa la tarea de dar con Vera, hasta que una gestión del periodista Sergio Bailone allanó el camino. Presente en la recorrida, el integrante de la Comisión de Defensa de Derechos Humanos de Villa Carlos Paz fue crítico del accionar judicial.

“Nos costó bastante que la fiscal López de Filoñuk le quisiera tomar testimonio a León, hablar con él. Y se iba a hacer una visita ocular, pero hasta el momento no la hemos podido realizar” aseguró, y completó: “La investigación de esta causa se ha demorado mucho, y nosotros nunca tuvimos oportunidad de hablar con el juez” Miguel Hugo Vaca Narvaja.

“La justicia debe dar indicios claros para que quede claro que este es un lugar donde ocurrieron hechos aberrantes”, aseguró.

Vera, a su turno, dijo que “Filoñuk tendría que haber citado al cabo López y a toda la plana mayor de esa época”, mientras Trabajadores Unidos por la Tierra, la organización que recupera el sitio, evalúa ingresar al expediente para acelerar la investigación judicial.

  

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