Espíritu adolescente for export

En Los tiburones, Lucía Garibaldi filma el despertar sexual de una adolescente llamada Rosina en un pueblo costero de Uruguay. Se ve hasta el próximo miércoles 8 de mayo en el Cineclub Municipal Hugo del Carril.

Ed Impresa04/05/2019 Iván Zgaib
Tiburones
"Los tiburones" sale victoriosa cuando logra configurar una mirada que corresponde inconfundiblemente a una experiencia femenina.

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Especial para La Nueva Mañana

Los créditos de Los tiburones inspiran el mismo gesto intimidatorio que unos depredadores marinos asomándose por la costa llena de familias: tres países co-productores, reconocimientos en el Festival de Sundance y logos de fondos internacionales y laboratorios de creación que van desde Argentina a Brasil y Europa. Semejante trayectoria podría limitarse simplemente a reflejar una realidad de la producción cinematográfica (las alianzas son necesarias para asegurar financiamiento), pero en este caso podría leerse como algo más: un modo de producción que deja sus marcas en las cualidades narrativas y formales de la película.

La ópera prima de Lucía Garibaldi es algo así como la mejor en su clase; la estudiante que sigue a pie de letra el dictado de algún profesor. Una coming-of-age de despertar sexual anclada en la intimidad, con planos extensos y tiempos laxos, que se une a todo un catálogo de films más o menos recientes que triunfan en el circuito festivalero (Tarde para morir joven, Ciencias naturales, Atlántida y Leones, por nombrar algunos).

Rosina, la protagonista que recorre la costa y ayuda a su padre a arreglar piscinas, conjuga tics semejantes a los de aquellas películas: se mueve siempre monocorde y silenciosa, quizás una señal de su condición marginal.

No se trata, entonces, de que Los tiburones sea exactamente una película mala. Quizás, al contrario, es un film demasiado correcto que se camufla con ciertas mañas festivaleras y predecibles. Su cualidad observacional, por ejemplo, ofrece una marca registrada: la atención especial sobre los detalles de la vida familiar y las actividades en el pueblo costero. Pero también son situaciones que Garibaldi captura desde un punto de vista consistente: la aproximación apegada a Rosina constituye una manera empática de situarnos para observar ese mundo. No desde la mirada ensimismada de su madre ni del pibe que la histeriquea, sino desde la suya. La de una chica que se asoma al abismo nebuloso del deseo.

Algunos planos concretos dan cuenta de aquella decisión narrativa y formal. Los registros en el baño, donde la cámara captura desde cerca a la chica afeitándose las axilas, nos permite habitar un momento de extrema intimidad al que ningún otro personaje tiene acceso. Es una imagen que condensa las transformaciones del cuerpo y las relaciones que empiezan a establecerse con él. Lo cual no es un detalle menor, ya que gran parte de la construcción dramática en la película se basa en un juego de separación y distancia: el silencio introspectivo de Rosina es, más que una cualidad personal, la señal de un estado de alienación permanente con respecto a su familia. Estar cerca de ella supone un elemento clave para comprender aquel vacío.

La protagonista de Los tiburones podría pensarse entonces como un prototipo que conquista el terreno del coming-of-age festivalero for export. Chicas introspectivas que poseen la fuerza suficiente para alzarse como heroínas del tiempo muerto, precisamente porque se sienten afuera de ese entorno naturalizado. Son extrañas a la gente que las rodea y a sus costumbres. Una forma de cotidianeidad que, sin embargo, parece codificada por la misma película. Los motivos narrativos y sus puestas en escena llevan años siendo formateadas en laboratorios y premiadas en festivales que consagran cierta idea de “cine indie”.

Sobre esa forma de agotamiento, Los tiburones sale más victoriosa cuando logra configurar una mirada que corresponde inconfundiblemente a una experiencia femenina. Se trata de un logro alcanzado a veces por el punto de vista ya mencionado, pero principalmente por algunos detalles que se acoplan a él.

Cuando Garibaldi filma una escena sexual, por ejemplo, decide mostrar únicamente a Rosina. El pibe que permanece gimiendo fuera del campo visual no sólo refuerza la distancia de la chica respecto a todo su entorno, sino que pone en escena el acto sexual como parte de un hecho social: es otra forma de experiencia machista, donde el hombre acapara el goce mientras Rosina queda sola y fría. En otra escena, unas amigas hablan de pajas y cogidas de un modo crudo que los films de adolescentes habían reservado sólo para los personajes masculinos. Y así, en esos momentos, la película respira un aire más fresco.



 

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