Cultura Barbi Couto 18/04/2018

“No hay un sentido previo del libro”

“El espía psíquico” es un libro de Mauro Césari editado por Borde Perdido Editora. Recorre y expande los límites de la novela gráfica, la poesía experimental y la dimensión visual de la letra y la palabra. Una invitación táctil, a repensarnos como lectores.

Abrir un libro, abrir una puerta, abrir un mundo. La todoposibilidad de enfrentar un viaje a lo impreciso, lo incomprensible, con una sola vuelta de página. Leer como un lugar de tensión e incomodidad, extrañeza y espionaje. Cambiar las reglas, desconcertar, abrir el juego de la ¿lectura? como desafío, descifrar un código. “El espía psíquico”, de Mauro Cesari y editado por Borde Perdido Editora, es un libro capaz de enfrentar al lector con un miedo profundo “¿soy capaz de entender lo que leo?, ¿’debo’ entender lo que leo?”. El libro asalta la lectura desde la negritud, ensucia la comprensión, empantana el camino de las oraciones y los párrafos. Pone en peligro la seguridad de que las palabras significan algo y que, aún desde su mirada propia, uno es capaz de entender lo que el autor quiere decir, o más aún, poner en duda que cada libro tenga un autor que efectivamente quiera decir algo.

Al comienzo, el epígrafe ofrece una clave/invitación: “Un espía inconsciente es un espía eficaz”. En la próxima vuelta de página el lector ya sabe qué esperar: “El incidente más dramático de la historia de la humanidad / será el contacto. / Los cambios / empalidecerán / el violentísimo encuentro del hombre...”.
Pero -y aquí el pero es fundamental- la gran mayoría de las palabras en la página están cubiertas por pequeños triángulos de tinta negra. El impulso de levantar el libro y ponerlo a trasluz frente a una lámpara para descifrar las palabras ocultas es irrefrenable. Muy pronto el espionaje apura la lectura, y con el pasar de páginas aparecen tachones, borramientos, estiramientos, capa sobre capa sobre capa, las tramas superpuestas transforman la experiencia de lectura en un juego. Aparece una suerte de semiosis infinita donde el lector/explorador perspicaz encuentra -tal vez- un libro primigenio, una intervención artística, la capa del autor, una escritura ilegible, un escaneo fantasma, la capa del libro nuevo, los rebotes, siempre confusos; y en el momento presente se encuentra él mismo, la capa del lector, en la última superficie de lectura, con sus propias resonancias, sus lecturas previas, su curiosidad y su visión de mundo, como dice Mauro “su opción/posición política, la construcción de una posición para leer, una posición de lector. La lectura/libro/artefacto como una línea que viene del fondo de los tiempos, que atraviesa, y desarma la idea de autor y arma en cambio la idea de una pequeña comunidad de lectores”.



En el marco del Festival Internacional de Poesía de Córdoba, La Nueva Mañana tuvo la oportunidad de conversar con Mauro Césari y conocer la historia del libro atrás del libro y el proceso de producción y edición de una obra singular que se mueve cómoda entre los géneros de poesía visual, experimental o novela gráfica. No es la primera vez que realiza libros de este tipo, ya publicó “El orégano de las especies” con Alción en 2012 donde trabajó con el origen de las especies borrándolo o “Una tarde en Ciudad Ganglio” con Vox en 2014 donde intervino a puro bisturí un manual de anatomía Testut Latarjet construyendo una anatomía fantasma. La inevitable reacción desde la extrañeza del lector en este tipo de obras atravesó toda la entrevista y le dio a Mauro la posibilidad de explayarse sobre algunos porqués y motivaciones de su trabajo: “En realidad los trabajos de los libros que hago son como pasar una materia por filtros, como trabajaba la magia antiguamente o la alquimia: trabajás una materia y la vas pasando por sucesivos filtros, no tanto para ver qué pasa con la materia sino para descubrir cuál es el resto que escapa, qué es lo que va sobreviviendo y qué es lo que se va perdiendo. Ahí marca también una obsesión de la poesía, que es la posibilidad de no parar de imaginar mundos posibles. Los mundos adentro del mundo. Más que armar visiones homogeneizantes o armónicas, cómo hacemos para que haya dispositivos que muestren las tensiones, los cortes, a partir de los cuales también trabaja el sentido. Yo trabajo de psicoanalista, ese es mi laburo todos los días y no deja de sorprenderme cómo lo profundamente humano aparece en el tropiezo, en el equívoco. Esos procesos de tironeos, de tensiones al interior de la lengua me parecen re interesantes porque es como trabajar en la frontera móvil de la lengua, ahí donde una cosa está siempre a punto de querer decir otra”.

-¿De dónde salió “El espía psíquico”? ¿Por qué elegiste ese libro para la construcción del nuevo libro?
-Este libro en particular estaba en una mesa de saldos. Lo compré porque me interesó, pero cuando lo empecé a leer resultó un panfleto de propaganda política que hablaba sobre la historia de un espía, Ernesto Moshe, dejándolo muy mal parado por otro lado. Era una especie de biografía novelada con datos falseados. De tan malo era ilegible, propaganda directamente, chatarra textual, que no solo serían materiales o discursos de descarte, sino más bien textos o materiales cargados, históricamente, o políticamente, y que de alguna manera circulan por los bordes y entonces son posibles de resignificar o de trabajar. Lo lindo de estos procesos es que te permiten pensar e investigar, y establecer hipótesis medio delirantes y trabajar los libros a partir de ese vector. Ernesto Moshe era negro, entonces lo que se me ocurrió fue ennegrecer el libro aún más. A ese libro que había sido blanqueado por la propaganda devolverle cierta negritud. Hay un proceso en la alquimia que se llama la nigredo que es el proceso por el cual los restos que se van acumulando a partir de las purificaciones de la materia en un momento empiezan a construir su propio sistema, su propia entropía ahí trabajando. Entonces yo creo que este es un libro medio nigredo.

-¿Qué técnicas usaste?
-Principalmente tiene tinta, también trabajo con liquid paper desde hace rato, la idea que haya un ‘papel líquido’ es alucinante. Hay también algunas cosas, muy poquitas, digitales. Me parece que es interesante cuando un dispositivo empieza a funcionar, empieza a buscar sus propios plugs, sus propias cosas para ser conectado. A veces me preguntan si las cosas tachadas están deliberadas, tachadas para tapar algo o para hacer surgir algo. En general trabajo con plantillas que se llaman plantillas de cárdano y son unos sistemas de encriptación que usaban en la Edad Media, cuando un mensaje largo tenía distintas palabras borradas, si vos sabías qué plantilla había sido usada, podías reconstruir el mensaje. Pero las plantillas que yo uso son como un stencil, y no tienen esa posibilidad de reconstruir, lo que hacen entonces es desarmar aleatoriamente, abren a la posibilidad del azar o de lo aleatorio y reducen un poco el control sobre qué se borra y qué no. El texto que surge muchas veces es asombroso. En una página aparece ‘pelo soviético en la mente’. En mi rango de posibilidades es muy difícil llegar a un verso de esa contundencia. Me acuerdo de estar trabajando en el libro y recibir asombrado esos restos como si los trajera el mar. La historia también procede por ese tipo de azares y de relaciones excéntricas. Es como cuando aparece un lapsus en el lenguaje. El lapsus en general es importante no porque diga una verdad oculta sino porque pone la máquina a dubitar. Entonces en ese lapso aparecen los fantasmas.

-¿Cómo fue el proceso de edición de “El espía psíquico”?
-Después de cierto trabajo tenía un libro objeto de 400 páginas que funcionaba como un ejemplar único. Ahí vino la parte interesante porque apareció Sebastián Maturano, que fue paciente e hizo una lectura del texto con mucho amor pero muy precisa, tuvo que tomar muchas decisiones editoriales. En un primer momento pensó en una edición facsimilar pero en esa idea el libro editado, era subsidiario del otro ‘original’ y nos dimos cuenta que la idea que trabajábamos era la de que ‘no hay original’, hay rebotes permanentes entre textos en una línea que andá a saber cuándo arranca y cuándo termina. Entonces había que pensar un libro. Sebastián manejó desde muy tempranamente la idea de un ‘libro táctil’, donde está implicado el cuerpo a la hora de hacerlo pero también está implicado el tacto de la mirada para leerlo.

-¿Cómo se lee este libro, se lee, qué quisiste decir vos con este libro?
-Esa primera pregunta la pusieron siempre de manifiesto los trabajos de Mirtha Dermisache, en los años 60 y 70, quien llegó a ser reconocida por Roland Barthes por la complejidad de los problemas de escritura que planteaba. Ella escribió diarios toda su vida, pero diarios ilegibles, lo que ahora se llama escritura asémica. Respondiendo a tu pregunta de si el libro se lee, sí, se puede leer, pero hay que inventar un dispositivo personal para hacerlo. Es decir, cada uno tiene que inventar un vehículo que le permita cómo recrear el libro. Ahí de vuelta está la cuestión de un origen perdido, no hay un sentido previo del libro. Hay como una especie de artefacto que vos lo vas a conjugar, como un ‘Elige tu propia aventura’. Y yo no quiero decir nada con este libro. Lo que sí me gustaría pensar es que la lengua necesita enunciar su propia imposibilidad de decir. O sea, el lenguaje necesita enunciar su propio vacío. A veces, producir un vacío en el lenguaje, una especie de inflación por negatividad es como un zen punk, que abra un vacío en donde lo que pueda quedar de manifiesto es el propio delirio de la lengua, esa diferencia entre hablar y decir. Yo no quiero decir nada con los libros que hago, al contrario, tal vez al revés, quiero poder encontrar momentos donde poder dejar de decir porque hablar no tiene sentido, salvo que lo hagas para tropezar, para equivocarte, para que aparezca algo más interesante.

Animarse a leer un libro extraño, raro, es asumir un rol de lector comprometido con una posición política, al decir de Mauro ‘trabajar en contra de la comunicación, en el revés de la comunicación’, porque muchas veces cierta idea de comunicación exige una claridad donde casi cualquier cosa puede ser rara, donde incluso el otro puede ser raro casi ante el menor gesto de no comprender. Allí se corta la empatía. “Al libro podés mirarlo nada más, podés recorrerlo, podés descartarlo, o podés odiarlo”, dice Mauro. “Es interesante que la irregularidad, la no comprensión, el rechazo puedan llegar a formar parte de nuestro sistema de relación con el mundo, porque si no son ghetos, son islas y cada uno se queda con las botas puestas en lo que piensa, en lo que cree. Y a mí, la literatura, la poesía, siempre me pareció una máquina de desarmar eso”. Mauro cierra la entrevista con una duda/certeza: “Trabajar en el revés de la comunicación, de la claridad, trabajar en la opacidad nos acerca y teje trama. No hay que tener tantas aptitudes para leer, no hay que tener tanto miedo de aproximarse a lo que uno no entiende. Es como el amor primario en la lectura, ver letras y no entenderlas y en un momento decodificarlas como un espía que decodifica un código y nunca saber si está leyendo bien o mal. Las malas lecturas tienen mala prensa pero son muy importantes y estuvieron siempre. Está bueno leer mal”.


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