El rol del árbitro

En Sorocabana los ví. Debatían, sonreían, gesticulaban... la feria del Libro estaba concluyendo, y entre libros, recuerdos y palabras, hablaban de fútbol.

Deportes 27/09/2016 Marcos J. Villalobo
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En Sorocabana los ví. Debatían, sonreían, gesticulaban... la feria del Libro estaba concluyendo, y entre libros, recuerdos y palabras, hablaban de fútbol. Me llamó la atención, por supuesto. Me acerqué, tímidamente, pedí un cortado al revés y los escuché.

El Daniel era el anfitrión, claro está. El Gordo y el uruguayo discutían sobre una jugada específica. El mexicano, muy leído en estos días entre las carpas de la Plaza San Martín, trataba de llevar calma y Juan, siempre pedagógico, que hacía unas horas había disertado sobre diversos temáticas en la Feria, sonreía... esperando el momento.

- “Hablaba lo justo Castrilli Javier, primero mecánico, después ferroviario y después (¡oh!) árbitro de fútbol, referí. ¿Qué es lo que hace al fin y al cabo que un  hombre se cuelgue un pito alrededor del cuello una vez a la semana y corra 90 minutos sin tocar la pelota mientras 30 mil, 40 mil, 50 mil hinchas calientes lo llamen cucharacha, sapo, yegua, choro, morite Castrilli, ¿por qué no te morís?” (1)

- “El árbitro es el máximo aficionado del fútbol.  El hincha desorbitado. Obviamente preferiría jugar en un equipo, pero le faltaron facultades. Al precio altísimo de ser injuriado, sopla la justicia en su silbato. Es su manera de compartir la merienda de los dioses... ¡Qué tedioso sería que el árbitro no se equivocara! La democracia (…) depende de un hombre que suda a diez metros del balón y tiene un segundo para decidir si lo que no alcanzó a ver bien fue un penal o una caída de teatral escuela. Esta condición imponderable engrandece al juego y desespera a los locutores que preferirían que el fútbol fuera vigilado por eficientes robots televisivos. En cada partido 22 hombres pretenden ser Aquiles y uno se resigna a ser Héctor…” (2)

- "Cuando yo jugaba al fútbol, hace más de veinte años, en la Patagonia, el referí era el verdadero protagonista del partido. Si el equipo local ganaba, le regalaban una damajuana de vino de Río Negro; si perdía, lo metían preso. Claro que lo más frecuente era lo de la damajuana, porque ni el referí, ni los jugadores visitantes tenían vocación de suicidas…" (3)

- “…Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo, que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio… Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo, todo el público recuerda a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones…” (4)

- “Futboleramente hablando, las cosas / los roles están claros. Se sabe que los jugadores obviamente juegan, compiten; los espectadores observan y la hinchada (se) hincha. No es tan simple determinar, en cambio, qué hacen los árbitros. El que suscribe ha verificado, a lo largo del tiempo y de los distintos contextos, que no hay acuerdo. Tal vez porque hacen o no varias cosas a la vez, nadie lo tiene claro en cada caso”. (5)

El debate continuó... ¡Mozo... otro café!

Referencias:

1) Daniel Salzano (Daniel Salzano y el deporte)

2) Juan Villoro (Ida y vuelta. Una correspondencia sobre fútbol)

3) Osvaldo Soriano (Gallardo Pérez, referí)

4) Eduardo Galeano (El fútbol a sol y sombra)

5) Juan Sasturain (The fear play o qué hacen los árbitros)

 

 

 

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