Los últimos privilegios del mayor genocida

El represor con mayor cantidad de condenas de Argentina murió el 27 de febrero pasado tras estar internado durante 20 días. Un testimonio clave revela detalles sobre las últimas semanas con vida del asesino.

Córdoba 20/03/2018 Consuelo Cabral
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Por: Consuelo Cabral

X tiene miedo. Aún con Luciano Benjamín Menéndez muerto, tiene miedo de contar lo que vio. Podría pensarse que X va a hablar sobre el destino de los cuerpos de los desaparecidos que el genocida mandó a torturar, asesinar y desaparecer durante la última dictadura cívico militar. Pero en cambio, X comienza describiendo el bordado de las sábanas que el director del Hospital Militar mandó a comprar especialmente cuando se enteró que “el general” debía internarse nuevamente. “Tenían flores. Las sábanas y las almohadas. Muchas flores bordadas por todos lados. Y una tela súper gruesa, bien fina, nada que ver con las que se usan habitualmente en el hospital. Él recibía un trato distintivo, como si fuera una especie de famoso al que todos quieren chuparle las medias o pasar y sacarse una foto con él”.

A las 11.20 del 27 de febrero pasado, el ex comandante del Tercer Cuerpo de Ejército se fue de este mundo hacia quién sabe qué infiernos llevándose 15 condenas por crímenes de lesa humanidad, de las cuales 13 fueron a cadena perpetua. La cifra lo ubicó en el primer puesto del 'ránking de genocidas' de la historia argentina. También se llevó información clave para recuperar los bebés robados y los restos de 30 mil desaparecidos durante el Terrorismo de Estado.

“Nunca dijo nada. No hablaba de lo que hizo. Pero hubo una vez, en todos estos años, en una internación anterior que tuvo, que pasó algo. Y pudimos preguntarle. Ese día estaba con una de sus hijas, porque sus dos hijas siempre venían a visitarlo, igual que los hijos y los nietos. Él era tan frío que era difícil distinguir quién era pariente y quién de afuera. La habitación siempre estaba con gente, sobre todo en esta última internación. Pero vuelvo a esa vez que te cuento. Él estaba con su hija, saliendo del baño, y una persona que trabajaba en el Hospital Militar le dijo ‘oiga, mi general, ¿usted se arrepiente?’ y él respondió ‘yo sólo cumplía órdenes’.

Entonces, junté valor, porque el tipo te daba miedo, y le dije, ‘¿pero las órdenes no las daba usted?’. Entonces se calló, me miró fijo y se fue arrastrando los pies hasta la cama”, cuenta X.

“Tendría que haber muerto en cárcel común”

A pesar de su récord de condenas por tener a su cargo los campos de concentración de La Ribera y La Perla, por donde se estima que pasaron 2500 detenidos desaparecidos, Menéndez siguió recibiendo un trato distintivo hasta sus últimos días en el ámbito militar. Cuando tenía una recaída y se veía obligado a dejar su casa de barrio Bajo Palermo -a donde vivía gracias al beneficio de la prisión domiciliaria- para ir al Hospital Militar, no sólo recibía pleitesía del director y los empleados, sino que además su llegada ponía en marcha una serie de preparativos para que su estadía allí fuera lo más confortable posible.

Las sábanas bordadas formaban parte de dichos preparativos, así como la habitación VIP con dos camas para él y un acompañante, un televisor 24 pulgadas, dos sillones, mesas, sillas, un baño tres veces más grande que el resto de las habitaciones, aire acondicionado y calefacción particular.

“A él lo tenían arriba de una mano. Porque era Menéndez recibió las mejores atenciones, las mejores habitaciones. Había mucha gente que le iba a sobar el lomo. Principalmente médicos del hospital, familiares y amigos militares, muchos amigos militares, gente que ha trabajado con él. Los apellidos no los sé, pero militares de esas épocas en que él fue general. Yo me daba cuenta que eran de la dictadura por cómo se comunicaban con él y porque se llamaban entre sí ‘mi curso’, que así se dicen cuando han sido compañeros de trabajo, o de año. No hablaban de la dictadura, pero lo pasaban a ver y lo trataban con admiración, y eso te dice todo. Yo nunca le dije ‘mi general’ porque yo leí mucho sobre lo que pasó y lo que hizo. Antes de esta última internación, que ya no te decía ni gracias el viejo, le conté que mi mamá tenía un portarretrato con su foto en la casa. Y desde ese día me sonreía y me trataba mejor. Me dijo que mi mamá lo fuera a conocer. Le conté a mi mamá, y un día pasó, lo saludó y se sacaron una foto. Era un soberbio, Menéndez”.

Otro de los beneficios que el Hospital Militar le concedió al genocida y a su familia, fue el uso indiscriminado de una heladera que se usa para medicamentos, pero para guardar alimentos de él y su familia. “Dejaban un montón de cosas, porque había días que estaban todo el tiempo ahí adentro de la habitación. Ellos eran como los que tenían la coronita. Incluso en la habitación se entra con un llavero digital, que sólo maneja el personal, pero a los familiares les habían dado uno y eso no se le da a nadie”.

X cuenta que cuando la esposa de Menéndez vivía, dormía junto a él, en la cama del acompañante. “Y eso no debiera haber sido así. Yo pienso en toda la gente que fue asesinada y torturada por su culpa. Pienso en esos pobres bebés, en esas criaturas que hoy son grandes y que capaz ni saben que son hijos de desaparecidos. Y este tipo condenado, y con la esposa durmiendo como si nada a su lado, con sábanas bordadas, con vainillitas en lugar de galletas, con carne de vaca en vez de pollo porque no le gustaba, con el mejor de los tratos. Eso habla de que entre los militares lo que digan los civiles y la Justicia, no vale nada, al igual que las vidas de los 30 mil desaparecidos. En este lugar se guardan muchos secretos, que con cada empleado que se jubila o se muere, se van a la tumba. Como con Menéndez, que se llevó el secreto de dónde están las pobres personas que mandó a matar, de dónde están los cuerpos, porque ni siquiera eso fue capaz de devolver. Se llevó todo el viejo de mierda. Me hubiese gustado decirle ‘asesino’. Eso me hubiera dado tranquilidad y me hubiese sacado la impotencia de no poderle decir a la cara lo que pensaba”.

Menéndez se murió a los 90 años sin decir donde estaban los hijos robados a las víctimas del Terrorismo de Estado. Tampoco dijo nada sobre donde estaban las fosas comunes. A dónde escondieron los cuerpos de los desaparecidos. Pero su cuerpo sí habló. El tumor en las vías biliares hizo metástasis extendiendo el cáncer al resto de su cuerpo genocida, que dicen, fue enterrado bajo un nombre falso, cerca de Campo de Mayo. Cuando se conoció la noticia de su muerte, alguien dijo que lo prefería vivo. Probablemente haya tenido razón.

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