Día de la Justicia Social, una celebración devaluada

La OIT determinó la fecha del 20 de febrero como el Día Conmemorativo de la Justicia Social, con motivo de la búsqueda de la equidad en términos materiales y legales.

Córdoba 20/02/2018 Flavio Colazo - Especial
Francisco
Papa Francisco: “La justicia social no es “una forma de limosna”, sino “una verdadera deuda” del estado con las familias”.

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Por: Flavio Colazo - Especial

¿Qué pretende la OIT mediante la institucionalización del 20 de febrero como Día de la Justicia Social? Según figura en la página oficial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) “la celebración de este día intenta impulsar la acción de la comunidad internacional en pos de la igualdad de oportunidades y género, el pleno empleo y el acceso al bienestar para todos los habitantes del planeta. Además, busca comprometer a todos los estados miembro para erradicar la pobreza y cualquier tipo de desigualdad social”.

Luego de que la OIT instituyera el Día de la Justicia Social, al año próximo siguiente, más precisamente el 10 de junio de 2008, redactó y adoptó (por unanimidad) una declaración denominada Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa. La misma es una consecución dos anteriores, una primera conocida como la Declaración de Filadelfia (1944), la cual se centró en la “dignidad humana”, y remarcó cuatro principios fundamentales: el trabajo no es mercancía; la libertad de expresión y de asociación es esencial; la pobreza en cualquier lugar constituye un peligro para la prosperidad en todas partes, y, por último; la guerra contra las carencias se debe desatar con vigor implacable.

La visión en tiempos de globalización

Una declaración posterior conocida como la Declaración de 1998 atendió a los principios y derechos fundamentales en el trabajo y señaló otros cuatros principios complementarios de los primeros, a saber: la libertad de asociación y la libertad sindical, y el reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva; la eliminación del trabajo forzoso u obligatorio; la abolición del trabajo infantil y; la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación. Por fin esta tercera de 2008, redactada 20 años después de la segunda, manifiesta la visión contemporánea del mandato de la OIT en la era de la globalización, atendiendo puntualmente al rol de la justicia social como mecanismo de distribución de recursos y posibilidades para una globalización equitativa.

En la actualidad, el concepto de justicia social se condensa en la búsqueda de la equidad en términos materiales y legales para que todas las expresiones sociales, políticas y culturales sean parte de una nación.

A los principios “clásicos” asociados a la justicia social (trabajo, vivienda, salud, educación, ingresos mínimos), se le suman el acceso a los bienes culturales, el respeto a las minorías étnicas, a las elecciones de género, a las diferentes expresiones de los principios y movimientos ambientalistas.

Taparelli, un sacerdote jesuita al servicio de la lucha por la igualdad

Para referirnos a las implicancias intrínsecas del concepto llamado “justicia social” podemos comenzar la pesquisa acercándonos al siglo IV aC, época en la que nos es posible acceder a los conceptos aristotélicos de justicia distributiva, la cual el filósofo entendió como lo justo o correcto respecto a la asignación de bienes en una sociedad; justicia retributiva, ocupada de penas o retribuciones compensatorias respecto del algún perjuicio; y la justicia conmutativa, encargada de establecer valores de cambio (un par de sandalias no debe pretender ser intercambiado por una casa, marcaba el estagirita).

Es basándose en el primero de estos tres tipos de justicia que Luigi Taparelli, un sacerdote italiano de formación jesuita, acuñaría en el siglo XIX el término justicia social, en su “Ensayo teórico del derecho natural apoyado en los hechos” (Livorno. Italia. 1843) Taparelli entendió a la justicia social, partiendo desde la interpretación tomista de los conceptos de Aristóteles, como la encargada de “igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad”.

Considerado uno de los fundadores de la Doctrina Social de la Iglesia, Taparelli pergeñó el concepto a fin de aplicarlo a los conflictos obreros provenientes del maquinismo, presente en la incipiente sociedad industrial atendiendo lo que durante el siglo XIX se denominó la cuestión social, entendida ésta como “la totalidad de consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y urbanización nacientes”, una nueva forma dependiente del sistema de salarios, la aparición de problemas cada vez más complejos pertinentes a vivienda obrera, atención médica y salubridad; la constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses del nuevo “proletariado”; huelgas y demostraciones callejeras, tal vez choques armados entre trabajadores y la policía o militares, y cierta popularidad de las ideas extremistas, con una consiguiente influencia sobre los dirigentes de los trabajadores.

Estado de Bienestar

Más tarde Jonh Rawlls, filósofo estadounidense, pretendiendo cooperar en el sentido que venimos siguiendo, desarrolló la idea de justicia como equidad emparentada con la idea de Estado de Bienestar, concebida luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
La idea de Rawlls se basa en estos dos principios: 1) Cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros, y 2) Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que los cargos y puestos deben de estar abiertos para todas las personas bajo condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades) y que resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de la diferencia). Pero, en definitiva, la idea, tal como se la concibe hoy por hoy, es de origen y pertenencia a la corriente jesuita dentro de la Iglesia Católica; esto puede verse plasmado en las palabras emitidas por el Papa Francisco en su visita a Ecuador. Dijo en aquella oportunidad en referencia al concepto de Taparelli: “La justicia social no es “una forma de limosna”, sino “una verdadera deuda” del estado con las familias”.

La justicia social en la región y en el país, ayer y hoy

En Europa, con el nacimiento de la revolución industrial como método de producción y con el capitalismo como sistema económico y social, tal como lo vimos en el apartado anterior, una parte de la intelectualidad orgánica se preocupó por las desavenencias provenientes de las relaciones desiguales en cuanto a las posibilidades de desarrollo socioeconómico de los individuos integrantes de la sociedad, así surgieron diversas corrientes políticas muchas de las cuales centraron su razón de ser en el asunto de la justicia social y la distribución de riquezas y oportunidades. Surgieron el anarquismo, el igualitarismo, el socialismo (en sus diversos modos), el comunismo, etc.

Durante el transcurso del siglo XIX, al que el historiador británico Eric Hobsbawm llamó el siglo del imperio, dichas corrientes vivieron una tensión permanente que desembocaría en las contiendas bélicas mundiales, por un lado, y en el triunfo de la revolución bolchevique, por otro. Este último suceso provocó, una vez concluida la Segunda Guerra, una necesidad del sistema capitalista de ofrecer a la ciudadanía ciertas ventajas en plano social por sobre las ofrecidas por el sistema socialista soviético, el cual presentaba un método para los requerimientos sociales de su ciudadanía solucionándole los temas de vivienda, educación, salud, alimentación, etc.

En consecuencia, el capitalismo instaurado en los imperios sobrevivientes y en las incipientes democracias concibió el Estado de Bienestar, el cual ofrecía ventajas similares al modelo soviético a la vez que exigía menos renunciamientos personales para lograr la solución de los problemas antes aludidos.

Una vez ganada la batalla de ideas puesta de manifiesto tras la caída del llamado bloque socialista del este, el capitalismo ya no parece necesitar ofrecer a los ciudadanos aquellas coberturas sociales que entusiasmaron tanto a la población europea de posguerra.

Vuelta a las políticas neoliberales, lejos del bienestar social

Hacia fines del siglo XX y comienzos del XXI en Latinoamérica hubo un resurgir del asunto de la justicia social en las diferentes administraciones gubernamentales presentes en gran parte de la región. Gobiernos como el de Zelaya en Honduras, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay, Lula da Silva en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, decidieron darle centralidad a la justicia social, ya sea mediante la oferta de cobertura gratuita de los servicios de salud, educación, etc., ya subsidiando los servicios de energía y/o colocando dinero en mano para cubrir gastos del tipo o mediante el acercamiento de alimentos, vestimenta, útiles escolares, etc.

Si bien la región presenta una feligresía abundante para la iglesia comandada desde ciudad Vaticano y, siendo el actual papa un jesuita seguidor y predicador de los preceptos de Taparelli, en la actualidad parece haber dado un giro en sus preferencias políticas, quizás por suponer que determinados pasos dados en lo referente a la consideración de la justicia social resultarían intocables, quizás por un aspiracionismo desmedido y una falsa percepción en cuanto al crecimiento indefinido del patrimonio individual y el consiguiente progreso en el plano social, o, quizás, por el aturdimiento de un bombardeo mediático incesante al servicio de los intereses contrapuestos a los de los sectores más necesitados del pleno ejercicio de la justicia social.

Quién sabe, lo que sí puede percibirse en el comportamiento de la ciudadanía es que, si bien se pronuncia en las urnas de un modo que pareciera revestir un halo de masoquismo, al mismo tiempo demanda, mediante diversos tipos de manifestaciones de protesta, una requisitoria, que en muchos casos presenta visos de urgencia a las dirigencias políticas encargadas de las administraciones de sus respectivos gobiernos para atender lo concerniente a la justicia social. Los reclamos en Chile, Brasil y Argentina dan clara muestra de esto.

Tal vez el fundador del justicialismo estaba en lo cierto al pensar que “ningún justicialista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un justicialista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca”.

El peronismo, un movimiento con eje en la justicia social

En nuestra región, desde México hasta nuestro país, además de algunos intentos de emular las soluciones políticas europeas a la problemática de la justicia social (la revolución zapatista, por ejemplo), surgieron movimientos autóctonos centrados en dicha problemática, ejemplo de ello son el Velasquismo ecuatoriano, el Cardenismo mexicano, el Aprismo peruano, las políticas de Getulio Vargas en Brasil y las de Irigoyen y Perón en Argentina. De este último surgió el peronismo, que fue el único movimiento en explicitar la importancia de la justicia social en su doctrina al punto de mudar su denominación original a la de justicialismo.

Las palabras que Perón leyó el 17 de octubre del año 1950 desde los balcones de la Casa de Gobierno ponen esta consideración de manifiesto:

• Los dos brazos del justicialismo son la justicia social y la ayuda social. Con ellos damos al pueblo un abrazo de justicia y de amor.

• El justicialismo es una nueva filosofía de vida, simple práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humana.

• Como doctrina política, el justicialismo realiza el equilibrio del derecho del individuo con el de la comunidad.

• Como doctrina económica, el justicialismo realiza la economía social, poniendo el capital al servicio de la economía y ésta al servicio del bienestar social.

• Como doctrina social, el justicialismo realiza la justicia social, que da a cada persona su derecho en función social.

• Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

 

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