“Jáchal” el rapsoda bohemio

Hugo Mario Cortez nació en 1947 en la localidad sanjuanina de Jáchal. Allí vivió durante 22 años y luego recaló en La Docta, en 1970. Hasta hoy solamente era posible acceder a su ejercicio artístico en manifestaciones espontáneas.

Cultura 13/12/2017 Flavio Colazo
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"Me formé en un tiempo en que se vivió la gran aventura de explorar nuevas formas compositivas e interpretativas"

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Desde nuestra perspectiva, a “Jáchal” se lo puede encuadrar dentro la tipología de los rapsodas, toda vez que estos se diferencian de otros tipos de agentes de transmisión cultural poética y musical como lo fueron en el medioevo europeo los trovadores, juglares, ministriles o goliardos, o nuestros guitarreros, payadores y recitadores. Durante la antigüedad griega, aedos y rapsodas cumplieron con tal propósito; los primeros, al igual que los trovadores y goliardos, eran autores de obras que en muchos casos interpretaban ellos mismos; los rapsodas, en cambio, si bien comparten el oficio de la interpretación con los juglares, ministriles, guitarreros y musiqueros, se diferenciaban de ellos por interpretar únicamente obras “fundamentales” para su cultura.

“Jáchal”, ¿cómo y cuándo fue que te llegó la pasión por el canto?
Desde niño me sentí fuertemente compelido a cantar y a tocar la guitarra. Pasa que Jáchal ha sido y es un fuerte centro de cultura folklórica popular desde siempre. La impronta de Buenaventura Luna, por ejemplo, forjó una identidad lugareña con una fuerte vinculación con las manifestaciones de la música y la danza criollas; prácticamente a toda hora y en todo lugar se escuchaba sonar y tocar música nativa. Me fui impregnando de ella y sin darme cuenta me surgió el canto.

- Y con la guitarra, ¿cómo te encontraste?
- Mirá, yo tenía una guitarrita de juguete y comencé a juntar cuerdas usadas y con ellas la encordé, y comencé a rasgarla, después, durante un lapso muy breve, fui a tomar un par de clases, pero abandoné rápidamente y empecé con mi formación autodidacta.

- Esa pasión musical, ¿es únicamente por lo nativo?
- No, a mí me llamaron siempre la atención todas las formas, el tango, el bolero, el jazz… Me encanta Frank Sinatra, por ejemplo, pero en aquellos años a la música nativa le llegó una marea creativa alucinante en las composiciones melódicas y, en la poética, una carga de compromiso social que los demás géneros no transitaban con tanta asiduidad ni fuerza, esos aspectos me subyugaron.

- ¿Hasta qué edad en Jáchal?
- Hasta los 22 años. En 1969, ya formado en la docencia rural, me trasladé hasta Ascochinga donde ejercí durante un año, más o menos, y luego me mudé a Córdoba a trabajar en una fábrica de vidrio. Ni bien llegué me fui a vivir con otros jachalleros y comencé a transitar las peñas en las que se podía cantar y escuchar un repertorio de canciones que no circulaban en los medios masivos de comunicación.

-Y dicho empeño, ¿se debió sólo a un deseo de esparcimiento o había otras motivaciones?
- Pasa que las peñas fueron un lugar de resistencia cultural en donde se filtraban las nuevas vanguardias musicales y las obras de aquellos autores “mal vistos”; también allí discurrían las nuevas corrientes de pensamiento político. Desde el 55 en adelante pasó eso; acordate que, por ejemplo, Nelly Omar estaba completamente prohibida y como ella tantos más, algunos directamente censurados desde el Poder Ejecutivo y otros por temor de los medios difusores a represalias de diversa índole. Por otra parte, aquel comportamiento bohemio implicaba algo más que un mero entretenimiento; había una “búsqueda”, o varias…

- ¿En qué momento pasaste de ser Hugo a ser “Jáchal”?
- En aquellos primeros años peñeros, porque yo realizaba un activismo tan pronunciado en la difusión de la cultura jachallera que los parroquianos terminaron por endilgarme el toponímico como sobrenombre en las peñas, y a fuerza de tanto “empeño” quedó como nombre casi definitivo.

- ¿Desde entonces, siempre en Córdoba?
- Salvo un breve tiempo en que fui a Buenos Aires a probar suerte en una publicación a la que me convocó Armando Tejada Gómez.

- Hablás de Tejada Gómez, ¿cuál era tu vínculo con él?
– Él era muy amigo de mamá (la Amada). La conoció en las reuniones jachalleras que se hacían en Córdoba y, como tantos, quedó prendado de su amistad; entonces, a través de ella lo conocí. Recuerdo que me alentaba a escribir poemas, yo era su admirador. Cuando se aventuró en una publicación en Buenos Aires me convocó, y allá fui. Estuve ocho meses en su casa, lo de la publicación no anduvo, pero me empapé de su formación como poeta. Luego, de vez en cuando, Armando aparecía por casa a visitar a mamá. Ella, por otro lado, desconocía tanto su trayectoria como su importancia en cuanto artista popular reconocido o famoso.

- Tus particulares modos de cantar y tocar la guitarra, ¿de dónde provienen?
- Yo me formé en un tiempo en que se vivió la gran aventura de explorar nuevas formas compositivas e interpretativas, aparecieron los Huanca Hua, los Quilla Huasi, el Cuchi Leguizamón, etc, etc. Por entonces desestructurar las formas convencionales de ejercer el canto o la poesía era moneda corriente; también ya aparecían las nuevas propuestas melódicas del rock criollo, quienes a su vez, como Litto Nebbia o Luis Spinetta, mamaban mucho de las nuevas expresiones folklóricas. Además empecé a trabajar como periodista y esto me permitió entrevistar a muchos de quienes me conmovían por sus actitudes vanguardistas.

- ¿Nos contás esa experiencia periodística?
- Bueno, entré a Los Principios bajo el ala de Héctor Ramos quien sabía de mi entusiasmo por las nuevas expresiones artísticas, así que me envió a cubrir festivales y entrevistar a los grupos del momento. Duré poco, me podía el criterio propio y en vez de entrevistar a las figuras encumbradas, terminaba entrevistando aquellos marginados por la industria cultural como Chito Zeballos, Los Trovadores, Las Voces Blancas, Los Andariegos y tantos otros, y dejaba de lado a Los Cantores del Alba, El trío San Javier y demás. Entonces, si bien el material obtenido era bueno, dejaba de lado el principal objetivo que eran esas figuras. Imaginate, Los Principios era llamado “el diario de los curas”, fue un periódico bastante reaccionario y mi línea periodística no entonaba mucho que digamos.

- Pero ya te habías apropiado del tesoro de las vivencias con aquellos referentes tuyos…
- Claro, esos tipos me marcaron mucho. Además, después de sus respectivas actuaciones en el escenario iban a las peñas y allí desplegaban un repertorio aún más rico… Composiciones que por sus melodías extravagantes o iconoclastas resultaban difíciles para la actuación festivalera, y en las peñas se soltaban. ¡Muchas veces creaban allí mismo!

- Berta Singerman se autodefinía como una rapsoda, porque, decía ella, solo recitaba aquellos poemas que le parecían fundamentales, que lo suyo no era una cuestión de mero entretenimiento.  ¿Es aplicable esta definición para tu intención en el canto?
- Totalmente, dentro de las peñas y festividades hay de todo un poco, contadores de cuentos, humoristas, guitarreros, como al que refiere la zamba de Difulvio, musiqueros, como los que tan bien describe aquella creación de Landriscina, y otros tipos de animadores o entretenedores, dicho esto sin ser en nada despectivo con el uso de la expresión “entretenedores”. Pero yo intenté, e intento, ir por ese lado que señalás, después que lo haga bien o mal es otra cosa que queda a criterio del auditorio, claro que prefiero que me digan que lo hago bien, o mejor aún, que lo hago, muy bien!

- ¿Cómo llegás al disco? ¿Es una fruta que demoró mucho en madurar?
- Nunca fue mi intención llegar al registro discográfico, lo mío es lo espontáneo, las pompas de jabón de las que habla Machado. Pero los amigos, a quienes no voy a nombrar por lo extenso de la lista, se encapricharon y, a la vejez, viruela.

- Hablanos del repertorio.
- Es una miscelánea de ritmos y poéticas, hay cuecas, zambas, tonadas, canciones y hasta un tango, “Cuartito azul”.

- Justamente la única pieza en que te acompaña un músico, el bandoneonista Damián Torres, quien se expresó gratamente sobre la experiencia.
- Sí, cantar con el acompañamiento de Damián Torres fue un lujazo. Yo canto música nativa, pero el tango desde siempre me apasiona, darme ese gusto es de lo más lindo de la experiencia del registro.

- “Tenencia” es la única obra de tu autoría que figura en el disco…
- Es lo único que he compuesto y se ha conservado. Es la canción que compuse en ocasión del nacimiento de mi hija.

- ¿Va a haber un volumen 2?
- Eso ni Dios lo sabe.
Consultamos al bandoneonista Damián Torres acerca de su sensación por participar en el disco de “Jáchal”.

- Damián, ¿qué impresión te dejó la experiencia de la grabación con “Jáchal”?
- Por suerte durante el transcurso de mi vida profesional apareció esta oportunidad, la cual me resultó una bocanada de aire fresco y me permitió la posibilidad de recuperar el placer lúdico de compartir un espacio musical con un alguien que ejerce el canto con una afición profundamente pasional.

Vías de comunicación para adquirir el disco compacto:
[email protected] Tel: 3513844512.

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