Vilma Novick: "Cada vez que se cuenta, algo mágico sucede"

Vilma Novick, de Río Tercero, docente, escritora y cuentacuentos, cumple 50 años narrando historias. Una trayectoria llena de palabras que la acompaña en su incansable viajar.

Ed Impresa 15/11/2019 Barbi Couto
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Su oficio la llevó a habitar en el Impenetrable del Chaco con sus wichis, y en contracara a un Castillo de Duino, Italia. Foto: gentileza

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Especial para La Nueva Mañana

Vilma Novick ha sido docente desde los 17 años y hasta jubilarse como directora en la localidad de Río Tercero. Además es escritora y a lo largo de este 2019 viene celebrando sus cincuenta años en la narración oral con una agenda apretada y cargada de afecto que la sostiene en viaje constante. Su mundo literario está rodeado de duendes, hadas, magia y aventura. La musicalidad de las palabras que elige al hablar -tanto para contar historias como para conversar- quedan resonando en quien escucha como un eco mágico. Hay una poesía siempre fresca en el camino de su voz y que, al conversar con ella, se intuye formó parte de su esencia desde su más tierna infancia.

“Mi mamá hablaba poco, era más bien, silenciosa. Leía poesías y escuchaba música clásica”, recuerda y sigue: “Mi papá era hombre de palabra. Inventaba cuentos y los contaba. Amaba la vida al aire libre y silbaba. De ellos vengo, entretejida con silencios y palabras. Navegando en mis ríos de sangre el murmullo  de la poesía y los cuentos; ribeteados mis contornos con música y silbos. Por eso necesité de la escritura, la narración oral y de la docencia para transitar  la vida. Para ser un todo en plenitud y cada espacio me pobló el alma”.

¿Cómo surgió tu historia de narradora oral?

- Apoyando mi cabeza en el brazo de mi papá que era un gigante. Desde que tengo memoria recuerdo el ritual de todas las noches antes de dormir. El “Había una vez” inundaba la noche y con su voz me transportaba a infinitos universos. Inventaba sus propios cuentos que duraban meses y quedaban en el momento más expectante. A la noche siguiente, yo debía contar lo sucedido para que él continuara. Así fui escucha atenta, imité su manera de contar, ejercité la memoria y alimenté mi imaginario. Muchos años después, me confesó que cuando dejaba el cuento en suspenso estaba casi dormido y no tenía idea de lo dicho.  Con mi relato le daba pie para poder continuar. Para mí ‘el contar’ era tan natural que creí que todos lo hacían, por eso desde muy pequeña chicos y grandes me escuchaban, en el bar de mi abuelo, en la plaza, en el río, entre mis amigos y luego en la escuela.

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-¿Y qué hito tomás como inicio de los 50 años de cuentacuentos?

Como aprendí a leer y escribir y multiplicar a los 4 años en la casa de una vecina, la Porota, que era maestra, a los 5 y medio me tomaron un examen para ingresar a la escuela (¡en esa época estaba permitido!). Me pusieron en lo que hoy es tercer grado. A los 17 años recién cumplidos ya era maestra y con el flamante título, más mis dotes reconocidas de cuentacuentos, me contrataron en una colonia de vacaciones para cuidar y entretener a contingentes de niños y niñas.

Mis cuentos comenzaron a volar y se iban en el corazón de los chicos a distintos puntos del país. Terminadas esas vacaciones a puro cuento, me nombraron titular como maestra. Desde entonces pasó medio siglo y los cuentos me llevaron de la mano. Desde mi barrio con calles de tierra ceñidas por paraísos, pasando a ciudades, países, plazas, escuelas, hospitales, cárceles, bibliotecas, clubes, teatros, montes, playas, festivales, congresos, disertaciones… hasta habitar en el Impenetrable del Chaco con sus wichis, pueblo originario en contracara de la majestuosa cotidianeidad vivida en el Castillo de Duino, Italia.

-En tantos años de escenarios y ruedas de cuentos debés  tener miles de anécdotas ¿podrías compartirnos algunas que te hayan quedado grabadas en la memoria de manera especial?

Cada vez que se cuenta algo mágico sucede, pero hay momentos que golpean más fuerte o acarician con mayor dulzura y quedan en el recuerdo para siempre.

Mientras compartía la vida entre el pueblo Wichi, intentando atravesar la trama ancestral de sus silencios, con mis pies  desnudos sintiendo el calor de la tierra, me gané la confianza y pude sentarme en círculo y contar, pero mi voz era atrapada en el aire por el cacique que la entregaba en su propia lengua. La noche estaba muda, el fuego crujía y escupía chispas, el silencio se hamacaba en las ramas del monte, mientras  la luna enredaba sus hilos entre los chaguares. Un tiempo después, esta experiencia, con sus rituales, mitos y leyendas que pude recoger y titulé “Desde la urdimbre del silencio”, fue seleccionada para participar en un Congreso de oralidad en Cuba.

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Vilma convivió con la comunidad Wichi. Foto: gentileza



Ya con bastantes años de narradora me invitan para contar en mi ciudad. Lo hice como siempre. Pero de pronto sentí como si las piernas se me aflojaran. Allí, entre la multitud de niños había otro niño, pero con la cabeza blanca de canas, unos bigotes y dos lagrimones que desde sus ojitos celestes se deslizaban en tobogán por su cara. Era mi papá que aplaudía y me regalaba la más inmensa mirada de emoción y amor. Cuando se dio cuenta que lo había descubierto, pegó media vuelta y se fue pedaleando. Aún veo sus ojos, esos charcos de amor donde calmo mi sed cuando la fiebre de su ausencia me arrasa.

En una escuela de alta montaña, con un puñadito de niños asombrados, cuento… En un momento, sacó lápices de colores (imaginarios) de una valija y los arrojó para que ellos los atrapen. Cada uno toma del aire todos los que quiera y comenzamos a pintar. Cuando termina el cuento, un niño pequeñito, tímido se acerca con sus dos manitas de puños apretados y me pregunta: “¿Dónde se los dejo? Están todos, los conté, no falta ninguno”. En el aire había conseguido, por el cuento, un sueño postergado.

En 1995 yo trabajaba en Córdoba Capital, en la DIEE (Dirección de Innovaciones e Investigaciones Educativas, del Ministerio de Educación de la Provincia). Fui invitada a formar parte de una mesa de Lij. Al salir, un grupo de alumnos de 4º grado de Ausonia, me saludó porque habían estado por la mañana escuchando mis cuentos. Una nena me pidió mi dirección. Al tiempo recibí una carta muy amorosa y respondí. Hace unos meses apareció esa cartita.  Como un hilo misterioso, a los pocos días me invitan para celebrar mis 50 años en ese lugar en agradecimiento por las visitas anteriores. Antes de salir, por la noche, mientras preparaba todo, sale sobre unos libros, la cartita. La puse en mi cartera sin saber por qué. Al comenzar, en el auditorio no cabía un alfiler. Después de las formalidades, vienen mis cuentos, pero yo comento lo de la carta. La saco y leo el remitente. Desde el fondo, una mujer se adelanta con los ojos húmedos y la cara con un rojo manzana que se expande por el cuello: “Soy yo”, dijo. Se la entregué y entre llantos la apretó contra su pecho. Miró el sobre y acarició lo escrito porque era la letra de su mamá que la había escrito para que fuera bien legible y no se perdiera.

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La emoción embarga a Vilma al ser homenajeada en la Legislatura de Córdoba.



Una casa de cuentos 

Vilma tiene una Casacuento en el pueblo de La Cruz, del Valle de Calamuchita. Cada habitación pertenece a personajes de cuentos, hay princesas, reinas, duendes, piratas, brujas, hadas, sirenas, la abuela de Caperucita, Blancanieves y los 7 enanitos, Pinocho, el Ratón Pérez. Tiene un salón con escenario, trono para el cuentacuentos y una Cuentoteca.

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En esa casa mágica, Vilma disfrazada, aventurera y dispuesta a la magia de las historias ofrece visitas guiadas, talleres, encuentros y reuniones de amigos. “Es un refugio de soñadores”, dice Vilma que no ha parado de soñar en toda su vida. “Cincuenta años ConCuentos” resuena homenaje en una multiplicidad de ciudades y espacios, bibliotecas, escuelas, municipios. El pasado 5 de noviembre el homenaje tuvo lugar en la Legislatura de Córdoba donde poetas, cuentacuentos y músicos se reunieron para celebrarla. “Medio siglo haciendo un camino de palabras. Me di cómo se comparte el pan, sin pedir nada a cambio. Tomé como estandarte una bandera de pájaros y salí a andar la vida con un puñado de sueños como equipaje. De brújula la mirada cielo de mi padre y como Norte un renglón infinito de palabras”, dice Vilma y en las palabras de la entrevista resuena la emoción que la viene acompañando por estos días y semanas mientras cierra: “Ahora, sentada  bajo la sombra de los años veo que el amor que entregué vuelve mil veces multiplicado”.

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