Una nueva fidelidad

"Amante fiel", la última película dirigida y actuada por Louis Garrel, observa los enredos amorosos con tanta confusión como la de sus protagonistas y se desenvuelve entonces como un juego retorcido de géneros clásicos. Se ve desde el próximo jueves en el Cineclub Municipal Hugo del Carril.

Ed Impresa21/09/2019 Iván Zgaib
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Garrel construye un sendero escabroso de amantes confundidos ante su propio deseo y el de los otros. Foto: gentileza

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Especial para La Nueva Mañana

La población terrícola conservará la imagen de Louis Garrel como la de un santo patrono de la belleza. Un plano final de Los amores imaginarios, donde era filmado como objeto de las miradas fogosas, ya lo convertía en un símbolo sexual para la era contemporánea. Sus facciones delicadas, su figura delgada y el cabello de rulos perfectamente enmarañados fundía aquel imaginario: la masculinidad envuelta por una nueva suavidad. Era frágil y a la vez confiado. Se veía desaliñado y a la vez consciente de cada detalle.

Los militantes de la cinefilia también recordarán a Louis por su lugar dentro de una constelación genealógica con origen en Francia: es nieto del actor Maurice Garrel e hijo de Philippe Garrel, el mítico director que filmó el (des)amor después de la primavera del ‘68. De ahí en más, no pasaron muchos años hasta que Louis fuera incorporado al mundo de enredos románticos que registró obsesivamente su padre. La fantasía del joven Garrel, acorralado contra un deseo sin destino fijo, se convirtió en un patrón explorado por películas como Los amantes regulares y Los celos y replicado por otros directores como Bertolucci en Los soñadores y Honoré en Las canciones de amor.

Con esos antecedentes, no resulta extraño que Amante fiel, la película donde Louis Garrel asume el doble rol de actor y director, continúe construyendo aquel sendero escabroso de amantes confundidos ante su propio deseo y el de los otros. Las comparaciones con el cine de su padre, sin embargo, no pueden ser más que temáticas. Mientras los films del viejo Garrel construían universos orgánicos, el joven Garrel compone una película de tonos deformes y cambiantes. Si hubiera que rastrear sus parentescos, estaría más cerca de las comedias de Francois Truffaut (en especial del romance detectivesco La hora del amor).



Amante fiel se ve desde el jueves 26/9 al miércoles 2/10 en el Cineclub Municipal Hugo del Carril

Amante fiel se desenvuelve entonces como un juego retorcido de géneros clásicos. Comienza con una discusión tragicómica entre Marianne y Abel (Garrel), en la que ella lo deja a él por su amigo Paul; continúa como un drama lúgubre cuando ambos se reencuentran en el velorio de Paul, mientras Marianne llora en brazos de su hijo pequeño Joseph; se transforma en una especie de misterio policial cuando Joseph le asegura a Abel que su padre fue asesinado; y vuelve a mutar en un ligero triángulo amoroso con la aparición de Eve, otra figura femenina que se interpone entre Abel y Marianne.

Incluso tratándose de una búsqueda narrativa central para la película, aquellos saltos en el tono tienden a parecer forzados y caprichosos. Algo de eso es evidente con las sospechas alrededor de la muerte de Paul, cuya trama instala una falsa intriga que luego es abandonada a mitad de camino. En todo caso, los giros construidos por Garrel funcionan mejor cuando se trata de los puntos de vista: a lo largo del film, los personajes se van prestando protagonismo a partir de monólogos que expresan diversas miradas sobre los acontecimientos.

Lo que sobreviene allí no implica simplemente una multiplicidad de perspectivas, sino la creación de un terreno emocional movedizo. Poco de lo que afirman las voces en off de los personajes resulta tajante, porque usualmente permanecen en un plano diferente a lo que vemos en la imagen. La discordancia entre lo que hacen y lo que dicen es constante. ¿Está Marianne interesada realmente en Abel? Los puntos suspensivos que se desprenden de aquella narración siguen las grietas del devenir amoroso. Por eso, cada vez que la cámara se arrastra en forma de travelling hacia los personajes parece intentar descifrarlos.

Sobre aquel paisaje de deseos volátiles, el protagonista masculino representa una figura llamativamente pasiva, como si fuera arrojado y movido según el antojo de las mujeres. Casi todas las acciones decisivas de Abel son tomadas (indirectamente) o empujadas (directamente) por las amantes, que declaran su amor, revelan sus infidelidades o ponen punto final al transcurso de sus vínculos afectivos. Cuando las chicas luchan por conquistarlo, no están a sus pies. Por el contrario, están intentando dar cabida a un deseo frente al cual Abel parece una materia maleable.

En ese sentido, con todas sus fallas evidentes y tonos disparejos, la película de Louis Garrel adquiere otra dimensión cuando se la compara a su obra actoral: como una pieza más en esa carrera de años, donde la cámara ha captado los rastros del tiempo sobre su cuerpo y se ha apropiado dramáticamente de su figura. Allí, la emergencia de otra forma de masculinidad: menos avasallante, un tanto más suave y sensible. Otro intento de filmar la fidelidad: no sólo para enterrar las ideas tradicionales sobre el amor, sino para otorgarle una forma más ambigua. Un registro donde, tempestad del deseo mediante, los amantes intentan reconfirmar su lugar junto a otros.    

 

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