
A menos de 100 kilómetros de la ciudad de Córdoba, el Dique San Jerónimo es una excelente opción para pasear en esta época del año.
Un paseo por este pequeño poblado apacible rodeado por un río y las sierras. Y una visita al Monasterio Nuestra Señora de la Paz que guarda muchas historias.
Turismo24/08/2019 Vanina Boco
Especial para La Nueva Mañana
No descubro nada si digo que las rutas cordobesas nos llevan a rincones ocultos que son muy poco visitados y que guardan su encanto. Con ganas de conocer alguno de esos rincones, llegué hasta Calmayo, ubicado en el departamento Calamuchita. Un pequeño poblado apacible, rodeado por un río y las sierras.
La Ruta Nacional N°36, que se dirige hacia el sur, atraviesa algunos pueblos, pero dejó un poco retirados a varios otros. Uno de eso es Calmayo que, al pasar por San Agustín, hay que internarse por un camino de tierra de unos 13 kilómetros para llegar hasta allí. Es recién en ese tramo, alejado de la ruta, que se dejan de ver las grandes extensiones de campos sembrados. Por ese trayecto, los árboles se estiran a sus anchas y se esparcen por los cerros.
Para muchos, este camino es conocido porque es uno de los tramos por donde se corre el Rally: desde Santa Rosa a San Agustín, son casi 24 kilómetros con curvas y subidas. En esta época del año, es usado por ciclistas que ponen a prueba su resistencia surcando este trayecto.
Esta zona también es famosa por la actividad minera, desde sus inicios cuando –según los historiadores– Gigena Santisteban recibió del Rey de España la posesión de tierras a cambio de la explotación y envío de oro. Agotado el metal, todavía se pueden ver canteras que extraen dolomita, cuarzo y feldespato, entre otros minerales.
Uno de los lugares que quería conocer era el Monasterio Nuestra Señora de la Paz de los monjes benedictinos ya que, al buscar información, la mayor parte de las noticias era acerca de este recinto habitado por monjes que luego se marcharon y no se supo demasiado sobre el destino que se le había dado al lugar.
Al llegar a una curva, hay una casa antigua, aparentemente abandonada, y enfrente una enorme edificación que pertenece a la congregación de las Monjas Esclavas. Allí se puede ver un cartel que indica el camino hacia el Monasterio, distante a un kilómetro.
Antes de llegar, hay una tranquera que señala el horario de visita –de miércoles a domingos de 10 a 17 horas–y que hay que anunciarse en la casa donde viven Ariel y Gabriela, dos correntinos que llegaron hace cuatro años para hacerse cargo del mantenimiento y la atención del convento.
Hace algún tiempo, los monjes que lo habitaban fueron yéndose por diferentes motivos y vieron la necesidad de encontrar a alguien que quisiera hacerse cargo del edificio, fue en ese momento que acordaron con los integrantes de Radio María para que quedara en sus manos.
Gabriela me recibe muy amablemente y me aclara que en ese lugar se acoge a todos los peregrinos, sin importar la religión que profesen. El Monasterio fue fundado en 1976, pero recién se terminó de construir en la década del 90. Allí, los monjes tenían como actividad principal la restauración de libros antiguos.
La visita comienza en la pequeña Capilla donde los monjes celebraban misas abiertas y cantaban cantos gregorianos. Luego, el recorrido continúa por un gran parque donde se puede apreciar la belleza del entorno en el que está enclavado este Monasterio. Abundante vegetación y cerros a sus alrededores, le dan un marco bello y sereno. Detrás del convento se ubica el Cerro de La Cruz donde, en uno de sus laterales, se realizan misas en determinadas ocasiones.
La charla con Gabriela es muy interesante y va desde las características de la zona hasta las historias que albergó este lugar. Una de ellas es la de Guillermina Gangoitti, la ermitaña que, luego de recorrer el mundo, habitando en cuevas y buscando una perfecta comunión con Dios, decidió vivir en una pequeña construcción de dos por dos –que aún se encuentra en pie– en la cima de una formación rocosa ubicada a pocos metros del convento.
Cuenta Gabriela que cuando Gangoitti decidió vivir ahí, no había ninguna edificación por lo que estaba sola y alejada. La pequeña habitación está intacta y tiene una cama, algunas imágenes en la pared y un brasero, ya que le gustaba recibir visitas e invitarles un té. Con su edad ya avanzada, tuvo el deseo de convertirse en monja y pasó sus últimos días junto a una congregación en Córdoba.
Retomando el camino por el que llegué al Monasterio, se arriba al pequeño pueblo de Calmayo. La siesta serrana reina en la localidad y solo se ven unos pocos pobladores. A un lado de la plaza se concentran los edificios públicos como la escuela, el puesto sanitario, la sede comunal y la iglesia.
El río Soconcho va atravesando el poblado y en la diversidad de sus formas, se van descubriendo los rincones más pintorescos. Una arboleda añeja acompaña los márgenes del río en la zona donde hay mesas, bancos y asadores.
A un costado, un sendero te invita a seguir el dibujo del agua y, entre pinos y arbustos, se llega al mirador que brinda una hermosa postal.
La actividad hotelera en Calmayo es incipiente, cuenta con algunas opciones como la Hostería La Casona de Calmayo, El Albergue, Refugio de Montaña y Cabañas. Su aire serrano, la serenidad de su vida y la posibilidad de disfrutar de su río, son razones suficientes como para hacerse una escapada y seguir descubriendo los rinconcitos cordobeses.
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