Mario Puzo, El Padrino y el tour siciliano

El triángulo del Mediterráneo, con la pequeña ciudad de Corleone, es uno de los tantos escenarios donde Francis Ford Coppola filmó los momentos memorables de una de las sagas más impresionantes del cine.

Turismo06/04/2019Miriam CamposMiriam Campos
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Las costas de Sicilia albergan poblados como Savocca, con un recorte de ese mar exquisito y las construcciones típicas de la zona. Foto: Fabio Del Sordo

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Habrá escuchado hablar de los Corleone. Habrá sentido la historia de cómo una familia azotó un país en la trilogía de “El Padrino”. Lo que quizás, jamás habrá escuchado es que Corleone es, en verdad, una pequeña ciudad de doce mil habitantes, a sesenta kilómetros de Palermo, la capital Siciliana. Un lugar modesto, apacible, de casitas amontonadas, sobre la pendiente de una colina.

Precisamente allí, tiempo antes, cuando Coppola decidió en 1972, rodar las escenas de Don Vito escapando y luego regresando a su pueblo natal en busca de venganza, dicen -las malas lenguas- que salió huyendo de Corleone cuando llegaron los auténticos señores de la Cosa Nostra a cobrarle el “pizzo”, el famoso impuesto mafioso. También dicen -los de la otra vereda- que en realidad, el cineasta italoamericano, al pisar Corleone se dio con que ésta, ya en esos años, era una ciudad bastante desarrollada y carecía del aspecto rural y sosegado que imaginó para ilustrar escenas claves, como el viaje del menor de los Corleone a la tierra de sus antepasados cuando huye de sus crímenes.

Así fue, que la pequeña ciudad siciliana en la historia de El Padrino, solo puso el nombre y ganó a cambio, que miles de turistas se detengan cada año, a mitad del camino para fotografiarse, cual acto perenne, al lado del cartel que reza “CORLEONE”. Por el contrario, la que puso el cuerpo, es decir, la que ofreció construcciones barrocas delineadas por paisajes de ensueños para las cámaras de Coppola, fue la provincia de Messina. La región más cercana al estrecho que desprende a la isla, de la península italiana.

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En general, este lugar se mantiene tal cual como era cuando Francis Ford Coppola filmó El Padrino, tanto que ni si quiera luego de terminar el rodaje, se quitó el cartel de Bar Vitelli” .Foto: Fabio del Sordo.

Limonada de Vitelli

En esta zona, precisamente en Savoca donde sus habitantes viven generalmente de la agricultura, el flagelo actual no son, como se podría pensar, las amenazas de algún clan mafioso, sino la invasión de turistas que se descuelgan de buses y combis, arrasan con los souvenirs y se toman fotos bajo el arco que anuncia con letra de niño: “Bar Vitelli”. El mismo lugar, donde Francis Ford Coppola -como le llaman solemnemente en cualquier rincón de Sicilia- tomaba un promedio de quince vasos de granita de limón por día, esa bebida con aire glacial, que preparaba la antigua dueña, María D’Arrigo, usando agua, azúcar y el cítrico recién arrancado de la lumia.

“Acá, adentro del bar, a modo de muestra, tenemos la mesa original y la silla en la que Al Pacino, se sentó para hacer la escena donde presiona a Don Vitelli para que le presente a su hija”. Y sí, efectivamente, si uno gira la cabeza desde el ajustado mostrador del bar, puede observar junto a la pared de la izquierda, una sillita de madera ahora deshilachada y enclenque donde el actor que apuntaló su fama por su actuación como Michael Corleone, asentó sus posaderas.

Escena de la película filmada en el Bar Vitelli.

“También tenemos algunas fotos originales de la época cuando se realizó el rodaje. En general, este lugar se mantiene tal cual como era cuando Francis Ford Coppola filmó El Padrino, tanto que ni si quiera luego de terminar el rodaje, se quitó el cartel de Bar Vitelli” así explica Rosaria, la jovencita que atiende el negocio, sentada al frente de una computadora con la cara de Marlon Brando haciendo de fondo de pantalla. Ella es quien responde con acierto y detalles de experta a todas las preguntas que una y otra vez, le disparan los turistas que arriban pero nunca, jamás, confiesa Rosaria, ha visto el film.

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En el interior se exhiben fotos originales de cuando se realizó el rodaje. Para los fanáticos y turistas hay abundantes souvenires. Fotos: Fabio del Sordo

En esta región se organizan tours con nombres como “Paisajes de El Padrino” donde se puede fotografiar cada edificio en el que estuvo, un verano de hace casi cinco décadas, Coppola rodando la primera parte de su máxima obra. El combo por cincuenta euros por persona, si uno tiene la suerte de estar en un grupo de cinco, incluye bebidas, dulces típicos y unos paisajes de montaña, volcán activo y mar pintado de un azul tan intenso que, cualquiera termina pensando que eso es la encarnación misma del paraíso. Visto así, el tour vale la pena pero si está solo en el paraíso, y el presupuesto lo permite, mejor alquilar un auto.

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En Savoca, se erigió un monumento homejane a Francis Ford Coppola. Foto: Fabio del Sordo.

Si uno alza la vista hacia las colinas de Sicilia a lo largo de la costa, notará pueblitos como Savoca, que se encuentran a cada kilómetro y a casi todos, los ornamenta un recorte de ese mar exquisito. Entonces, ¿cómo es que Francis, terminó eligiendo precisamente Savoca, su bar de granita y la iglesia de San Nicoló -o Santa Lucia- para escenificar el matrimonio de Michael y la dulce Apollonia?.

Lorenzo Motta es ingeniero y mientras camina los veinte pasos desde la puerta hasta el sillón de su oficina, en un estudio del centro de Catania -esa ciudad que ‘mangia’ sin reparos, pescados y caballo-, cuenta que su mujer es pediatra, se llama Nunzia y junto con su hermana Venere, fueron las herederas del Bar Vitelli, tras la muerte, a los ochenta y seis años de María, a la que señalan los periódicos locales, como “la donna que ha hecho con el bar, su granizado -y su amistad con Coppola- la historia de Savoca”.

Maria
María, la antigua dueña del Vitelli y autora de los granizados de limón que tanto enamoraron a Coppola.

La cara del ingeniero, toma una expresión de fascinación, al contar que Coppola llegó a la colina de Savoca de forma casi casual, porque fue un juez norteamericano, amigo íntimo del cineasta, que al enterarse de su viaje a Sicilia, le encargó, llevar saludos de su parte a una prima que allí habitaba y se llamaba María D’Arrigo. Luego del incidente en Corleone, al llegar a Savoca, a los encargados de la locación les pareció perfecta para la escena descrita en el libro de Mario Puzo.

Vitelli, sigue allí, apacible en una construcción de trescientos años que finalmente hace unos años, se decidieron a refaccionar y que su máxima gloria es aparecer en una de las películas más difundidas de la historia del cine y a los pobladores de ese puñado de calles, que sonríen cuando les preguntan “¿acá estuvo Francis Ford Coppola?”, les basta.

Ser famoso

A quince kilómetros al sur de Savoca, y tras un batido inevitable de curvas, uno puede llegar a Forza D’Agrò y oír, cualquier domingo por la tarde, el bullicio de los aldeanos, enclaustrados en el bar Edén jugando una partida de cartas. A pocos metros de ahí, se encuentran las iglesias San Antonio, Santa María Annunziata y Trinitá y el Convento Agustiniano, los lugares que Michael, en la última parte, ya convertido en El Padrino, muestra a su esposa Kay Adams el pueblo del que vienen los Corleone.

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 Iglesia de Santa María Annunziata. En la película aparece durante escenas de la infancia de Vito Corleone. Foto: Fabio del Sordo

El dueño del Edén, lleva limpiando la misma mesada hace casi veinte años y en pocas palabras, cuando se le pregunta por las fotos que cuelgan de las paredes, asegura: “son de cuando Francis Ford Coppola vino a filmar El Padrino”.

“Si, yo soy el actor principal”, se levanta exclamando Vicenzo, un campesino que supera los setenta años y todos, sin quitarle ojos a las cartas, largan la carcajada. “Hice de barman en las filmaciones y 1990 cuando regresaron, mis hijos también actuaron. Hay una parte donde pasa una mujer agarrando un niña de la mano, bueno, esa es mi hija” cuenta el siciliano sonriendo de orgullo. Él fue junto con Gaetano, su compañero de cartas, uno de los elegidos, en esos paseos que daban por el vecindario los productores del film, buscando las caras que mejor sentaran a los personajes. Ser señalado por un dedo de la legión de El Padrino, debe haber sido en ese pueblito de montaña, lo más parecido a ganarse el gordo navideño.

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En el bar Edén de Forza D’Agrò se reúnen los parroquianos que aparecireron como extras en la película. Foto: Fabio del Sordo

Vicenzo y Gaetano, son los mismos que durante años, posaron más de setenta veces cada vez que arribaba un contingente de turistas y les pedían una foto, tan solo por haber actuado de extras en El Padrino, así es la magia del cine.

“A veces no digo nada porque me canso” confesó alguna vez Vicenzo, dejando escapar media sonrisa. En su casa desde que salió el film, tuvo los videos originales sobre los cuales Gaetano contó: “Los vemos cada vez que nos dan ganas”. Cuando alguien les preguntaba, cuál es la parte preferida, los dos, tajantes, responden: “El segundo, porque ahí salimos nosotros”.

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