Opinión Gustavo Matías Terzaga (*) 26/04/2025

Despedida a Francisco

Lo que el Papa Francisco deja no es solo un mensaje espiritual, es una doctrina de unidad popular y liberación nacional, un legado estratégico, una hoja de ruta para los pueblos de América Latina.

EL ÚLTIMO ADIÓS AL PAPA FRANCISCO. - "Su legado no es solo espiritual, es político, estratégico y profundamente latinoamericano: Francisco fue un gran pensador nacional que la Argentina proyectó al mundo".

Hoy no solo despedimos al Papa, despedimos a un conductor histórico de los pueblos de la periferia. Francisco no fue un Papa neutral, fue un hijo de América Latina, argentino, peronista en el sentido profundo: creyente en la justicia social, el protagonismo de los humildes y la unidad continental.

Su legado no es solo espiritual, es político, estratégico y profundamente latinoamericano. Francisco fue un gran pensador nacional que la Argentina proyectó al mundo, pero que la partidocracia inepta e hipócrita, de derechas e izquierdas -que comprendió perfectamente su acción y su legado- íntimamente siempre estuvo en su contra y no lo quiso interpretar. Por eso, hoy más que nunca, necesitamos interpretarlo como él interpretó secularmente nuestro tiempo.

Entre muchos, nos dejó 4 principios que no son frases bonitas para las homilías, son ejes de una doctrina para reconstruir nuestras naciones, poniendo a nuestros pueblos en la centralidad:

El tiempo es superior al espacio:

Los cambios verdaderos no se imponen desde arriba ni en campaña. Se gestan como procesos y van el el sentido de nuestra historia. ¿Qué proyecto político de raigambre popular hoy piensa en los próximos 30 años? Este es un principio contra el inmediatismo de una dirigencia que ha hecho del corto plazo y el pragmatismo obsceno una religión de la impotencia. Una política que se obsesiona por ocupar el espacio, aunque no construya procesos. Francisco nos recuerda que el tiempo -como acumulación, como maduración histórica- es más decisivo que la ocupación apresurada del poder institucional.

La unidad prevalece sobre el conflicto: 

Este principio no propone eliminar el conflicto -eso sería negar la historia- sino subordinarlo a un horizonte superior: la unidad de los pueblos.

No hay Patria posible con bandos enfrentados entre hermanos, porque nos comen los de afuera. Para Francisco, la unidad no niega la diferencia, pero impide que ésta se vuelva autodestructiva. La política nacional debe ser capaz de conducir los antagonismos sin hacerlos estallar. Los proyectos populares no pueden permitirse el lujo de dividirse en nombre de identidades puras o verdades iluminadas.

La realidad es superior a la idea:

Nuestra política debe hundir los pies en el barro del pueblo donde se gesta lo nacional. Es el principio antielitista por excelencia. Contra los tecnócratas de la abstracción y los ideólogos de academias, Francisco exige mirar la vida concreta del pueblo. La política debe encarnarse en el terreno, no flotar en el aire de los institutos. Nadie puede hablar ya de política nacional sin hundir los pies en las villas, en los barrios, en el interior, en el trabajo informal, en los comedores. Basta de despachos y redes sociales.

El pueblo no es un sujeto abstracto, es el territorio de la verdad y requiere toda la centralidad. Y toda política que lo ignore, cae en el vacío. Francisco nos señala que las ideas políticas deben nacer de la realidad concreta de los pueblos, de sus dolores, de sus modos de vida, de sus esperanzas y pretensiones, como lo decía y lo hacía Perón. En tiempos de identidades importadas y debates académicos desconectados de la lucha popular, este principio exige volver a escuchar al pueblo y a pensar desde él.

El todo es superior a la parte: 

La Nación debe imponerse como sujeto histórico sobre los intereses parciales. El pueblo como totalidad debe primar sobre el individuo. Nadie se realiza en una comunidad que no lo hace. Hoy, cuando la política se reduce a agendas particulares y sectoriales, y cuando se promueve la “guerra de todos contra todos” como forma de dominación, este principio nos invita a reconstruir el sentido de comunidad, de destino compartido, de solidaridad.

Y también es una advertencia geopolítica: ningún país de América Latina logrará ser soberano aislado de sus hermanos.

Solo unidos tenemos destino, lo demás es colonia y opresión.

Y a todo esto, Francisco le sumó una imagen que lo define todo: el poliedro.

¿Qué es el poliedro? Es la unidad enriquecida desde las diferencias. Es la potencia de la diversidad organizada. No es la esfera homogénea del supremacismo hegemónico, ni el caos de las tribus llevada al al extremo del diversionismo. Es un todo donde cada parte conserva su forma y su originalidad, pero se articula con las demás, cohesiona y tributa a la finalidad.

¡Qué triste este mes de abril! Pero qué gran orgullo de argentino es el que nos invade también. Francisco fue el Papa de los pueblos, no de los poderosos, el Papa de la multilateralidad real, la que nace desde la periferia y va hacia el centro, desde los trabajadores, los migrantes, las mujeres, los pueblos originarios, del mestizaje, de África, Asia y América Latina.

Nuestro mejor argentino fue el único líder mundial que denunció sin miedo al FMI, a la OTAN, a los paraísos fiscales, a las guerras económicas y al «dios dinero».

Su muerte no es el fin, al contrario, es el llamado a retomar su legado, con coraje y con organización.

Si queremos reconstruir nuestra Patria, libre, justa y soberana, el pensamiento de Francisco no puede quedar encerrado allá en el Vaticano, tiene que bajar a la política, a las aulas, a las calles, a los barrios, al sindicato, a los jóvenes que no se resignan. La historia no está cincelada aún, y Francisco nos dejó las herramientas. Ahora depende de nosotros.

Lo que Francisco deja no es sólo un mensaje espiritual- aunque realmente lo es-, es una doctrina de unidad popular y liberación nacional, un legado estratégico, una hoja de ruta para los pueblos de América Latina.

En tiempos de desesperanza, su pensamiento es brújula. En tiempos de fragmentación, su mensaje es una arquitectura de unidad. En tiempos de colonización, Francisco se vuelve consigna de resistencia, unidad y organización.

Hoy más que nunca, debemos volver a pensar la política en términos de tiempo, unidad, realidad, totalidad y pluralidad armónica. Francisco nos ha dado las claves. Depende de nosotros que no se pierdan entre homenajes estériles, discursos vacíos o lágrimas de cocodrilo.

No se trata de canonizarlo, se trata de comprenderlo como el último gran dirigente político argentino con visión nacional y continental. Y como tal, su pensamiento no debe ser recordado, debe ser aplicado.

Hasta siempre, amigo. Y gracias!

(*)  Presidente de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico ARTURO JAURETCHE de la Ciudad de Río Cuarto, Córdoba.

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