Trump en Jerusalén: otra vez la bandera de la incertidumbre

En 1967, Israel plantó bandera en Jerusalén del este luego de vencer a los países árabes. En 2017, Donald Trump declaró Jerusalén como capital de Israel, generando el rechazo y repudio internacional.

Mundo 27/12/2017 Sofía Jalil
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Comenzar esta nota con Trump en el título es fuerte. Y para nada caprichoso. Es que el flamante presidente de los Estados Unidos recientemente inició una nueva provocación, si es que cabe la palabra, en la comunidad internacional.
Durante el 2017, mantuvo un constante devenir verborrágico con su enemigo declarado mediáticamente Kim Jong-un, el líder supremo norcoreano. Pero, para sorpresa de la comunidad internacional, sus palabras llegaron mucho más lejos de lo esperado. El 6 de diciembre reconoció a la antigua Jerusalén como capital de Israel.

Sus palabras fueron la pólvora necesaria para prender a la comunidad internacional en su repudio absoluto. Desde la Unión Europa, y Argentina incluida, rechazaron el reconocimiento que hizo el mandatario sobre la ciudad epicentro de los credos monoteístas, es decir, cristiana, judía y musulmana.

Luego de 70 años de ocupación hebrea en territorio palestino, las aguas comienzan a agitarse una vez más. Y esta vez ya no es por los innumerables conflictos que sitúan las miradas del mundo en esta región de Medio Oriente. Sino por el desenfreno con el cual la lengua de Donald Trump golpeó, principalmente, a la comunidad árabe musulmana.
“La respuesta, cabe recordar, no podía ser más simple: “El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡Bendito sea el nombre del Señor! Tamaña respuesta no llamaba al cuestionamiento ni al debate, sino a la obediencia resignada”, dice Zygmunt Bauman en su libro “Daños Colaterales”.

Un conflicto de vieja data

Hace 70 años atrás, la comunidad hebrea ancló en territorio palestino con bendición de la Asamblea General de las Naciones Unidas. El principal argumento: terminar el conflicto entre árabes y hebreos. Considerando que estos últimos son el pueblo elegido de Dios, y que por ende las tierras les pertenecen por pasado histórico, comenzaron las primeras colonias a instalarse y dispersarse.
Llamada la “Guerra de los seis días”, entre el 5 y el 10 de junio de 1967, Israel se enfrentó a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania para apropiarse de tierras y consolidar su Estado. Esta guerra transformó el tablero geopolítico de la región y muchos de sus efectos aún se sienten entre los palestinos, primordialmente, que vieron diezmada su población a causa de la ocupación hebrea.

Pero, hete aquí una cuestión que agiganta los pensamientos. ¿Es que acaso el pueblo hebreo no huía del más cruel genocidio perpetuado en el siglo XX? ¿Acaso hoy en día no hay millones de personas que se desplazan en el mundo, silenciadas por los medios de comunicación y la comunidad internacional que mira a un costado y evita accionar por los derechos humanos?
Lo cierto es que en 1967, hace 50 años atrás, Israel multiplicó el tamaño del territorio bajo su control al quitarle a Egipto la península del Sinaí y la franja de Gaza; los Altos del Golán a Siria; y Jerusalén Este y Cisjordania a Jordania.

Quien encabezó el enfrentamiento fue el líder árabe de Egipito, Gamal Abdel Nasser. Israel venció lo cual significó un golpe contundente a Nasser y a la ideología del panarabismo, que promovía la unidad política y cultural del mundo árabe con altos tintes nacionalistas.
“Nasser era el líder árabe más importante del momento. Era fundador del movimiento de países no alineados y el más prominente de los líderes revolucionarios de izquierda en la región. Era muy carismático, pero la derrota en 1967 afectó dramáticamente su reputación y cambió la balanza de poder en la región”, detalla Nathan Sachs, director del Centro de Políticas sobre Medio Oriente del Instituto Brookings de Estados Unidos.

No solamente Nasser fue golpeado, sino también el entonces ministro de Defensa de Siria, Hafez al Assad, padre del actual mandatario sirio Bashar al Asad que lleva a cabo una cruenta guerra civil contra su propio pueblo y contra el –mal llamado- Estado Islámico en uno de los países árabes que más refugiados generó los últimos seis años.

Israel sale victorioso

Perder la guerra, desde el punto de vista árabe, fue determinante ya que vencer a Israel y expulsarlo era la bandera que aglutinaba las voluntades de los estados árabes de la región. Para Israel, fue afianzar la bota sobre un territorio que hoy en día con las palabras de Trump está cada vez más cerca del reconocimiento pleno diplomático como Estado soberano.
Posterior a la guerra, llegaron atisbos de paz a través de los acuerdos con Egipto (1979) y Jordania (1994), así como con las negociaciones fallidas con Siria y la trunca paz con los palestinos (1993-1995).

“En Cisjordania y Jerusalén occidental están los lugares más sagrados para los judíos y esto cambió las dinámicas dentro de Israel. Ayudó al surgimiento del sionismo religioso en oposición al sionismo secular que había predominado hasta entonces”, explica Sachs.
El sionismo, un movimiento político judío que defiende el estado independiente israelí en territorio palestino, ancló en las ansias geopolíticas de los mandatarios israelitas. Pero también en su población, ya que luego de la victoria de 1967 primó un halo divino sobre el triunfo: “El pueblo elegido por Dios”.

“Capital eterna del pueblo judío”

La incorporación de Jerusalén del Este se convirtió en parte del debate interno al punto que la ley israelita declaró a la ciudad como “capital eterna del pueblo judío”. Y la dialéctica vuelve a conectar tesis, antítesis con su síntesis. Por historia y herencia, mandato irrefutable y porque los libros sagrados no se cuestionan más allá que en interminables debates teológicos, Jerusalén es la ciudad elegida por Dios para su pueblo, el mismo que según la fe cristiana rechazó a su hijo, Jesús, y lo crucificó en sus montes.

Pero, ¿qué pretende el actual mandatario estadounidense con semejante proclamación? “No hay un regalo más hermoso ni adecuado cuando nos acercamos a los 70 años de la independencia del Estado de Israel”, dijo el mismo 6 de diciembre el presidente israelí, Reuvén Rivlin.
“Después del jubileo – cincuenta años después de la Guerra de los Seis Días y anexión de Jerusalén del Este – ha llegado el momento de llevar tranquilidad a Jerusalén y ver cómo florece la esperanza en la capital de Israel. Durante miles de años el pueblo judío ha mirado Jerusalén y rezado y soñado con la ciudad”, agregó Rivlin.

Quieren borrar a Palestina del mapa

El gobierno hace su mejor esfuerzo para borrar al pueblo de Palestina de su mapa, y literalmente lo logró. La cartografía hebrea no marca ningún territorio perteneciente a Palestina. No obstante, las palabras punzantes de Trump no cayeron al vacío. La Organización de las Naciones Unidas sesionó recientemente y 128 de los 193 estados miembros votaron a favor para que el presidente de Estados Unidos retire sus palabras. Trump, vivazmente, un día antes amenazó con cortar los flujos de dinero para los países que apoyen la moción.

Desde Palestina, el presidente Mahmud Abbas celebró la decisión de la Asamblea General de la ONU. “Esta decisión reafirma una vez más que la justa causa palestina goza del apoyo de la comunidad internacional y que ninguna decisión adoptada por una parte puede cambiar la realidad de que Jerusalén es un territorio ocupado de acuerdo al Derecho Internacional”, dijo tras la votación el pasado 21 de diciembre.

Por un momento, Estados Unidos olvidará a Corea del Norte, los misiles balísticos de Kim Jong-un, la reciente cumbre -celebrada en Argentina- de la Organización Mundial del Comercio, las elecciones en Honduras, para focalizar palabras y armamentos en consolidar la alianza con Israel, desafiando a la Liga Árabe, la recomendación de la ONU, la Unión Europea y a todo aquel que piense contra su voluntad.

El futuro es incierto. “El poder absoluto significa que no hay excusas (…) La omnipotencia de Dios incluye licencia para dar giros bruscos, para decir una cosa y hacer otra; supone el poder de ser caprichoso y antojadizo”, reflexiona Bauman sobre las desigualdades sociales en la era global. Ahora bien, ¿de qué Dios estamos hablando? La descripción cabe perfectamente para cualquier mandatario que desafíe la paz, con tal que sea en tierra ajena, pero con armamento propio. No se diga más quién pretende ocupar qué lugar.

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