El espacio público terraplanista

Un Capitolio ocupado por la turba representa una de las imágenes históricas de este 2021. No solo por lo que significa en términos (geo)políticos, sino porque visibiliza un emergente social rara vez expuesto. Cuando la fantasía se volvió realidad.

Ed Impresa 15/01/2021 P. Sebastián Cortez Oviedo *
Toma del Capitolio - EE UU

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Especial para La Nueva Mañana

El 6 de enero tuvimos una epifanía, y no fue la de Reyes. Un proceso cultural se manifestaba sin igual. La sede del Congreso de los Estados Unidos era ocupada por seguidores del presidente Trump, hasta allí, una expresión política como muchas. Sin embargo, aquellos no solo respondían a ideologías políticas, también a construcciones sociales un tanto particulares. Estas líneas buscan ahondar sobre este fenómeno y su relación con lo digital y los espacios públicos como lugar de debate. 

Las redes sociales pueden ser consideradas las extremidades comunicacionales de lo digital. Podemos comprenderlas como conductores de flujos, tanto de información como de sentidos sociales, fotografías, videos y debates; de subjetividades, imaginarios e interpretaciones. En estas redes no solo trabajamos y nos interrelacionamos, también nos constituimos como sujetos políticos. Intercambios que configuran un nuevo espacio de lo público, cuyas dimensiones sociales, políticas, culturales y urbanas se entrelazan conformando lo que denomino un Espacio Convergente, donde palabras, imágenes y videos adquieren sentido y constructo social. 

La tierra es plana

Lo que parecía un espectáculo reservado para democracias famélicas, sucedió, jamás pensado para Roma; casi un espectáculo de Guy Debord. Éramos espectadores de una relación social mediada por imágenes (fotografías, imaginarios y representaciones sociales). Jake Angeli (33) como guerrero Siux en pleno salón de sesiones lo expresaba todo. Algo había cambiado. Una escena propia del género Z, pero real, muy distante de aquellas manifestaciones de los ’60. 

El terraplanismo era un concepto de los libros de historia, hasta que lo revivió la proliferación de contenidos conspiranoicos en lo digital, donde adquirió otro sentido. Sus adeptos encontrarían así el sentido de la (des)marcación identitaria. La razón no es necesaria para pertenecer, con las emociones basta, y en esa necesidad de creer, un sentido de vida. Estas ideas van más allá de la tierra plana, la inexistencia la Covid, o que sus vacunas son el producto y el resultado de la industria del aborto, de chips y control poblacional. 

Paul Ricoeur planteó con gran claridad a finales de los ’70 que habitamos un mundo donde los dioses han huido, sin verdades absolutas, y sin instituciones que nos contengan. En su reciente obra, Christian Laval y Pierre Dardot expresan que la racionalidad neoliberal (des)institucionaliza sujetos, en cuyo proceso se difuminan en discursos incomprensibles, donde se licúan, de acuerdo con Zygmund Bauman. 

Capitolio EE UU
¿El nuevo orden? En la silla de la vicepresidencia de los Estados Unidos se ejerce el acto público del posteo, tan necesario ocupar la calle como ocupar las redes. 

En tiempos de la posverdad, este tipo de fenómenos no resultan descabellados. Por lo contrario, requieren objetivarse por absurdos que parezcan. El terraplanismo excede su génesis, comprende un cúmulo de emergentes sociales que moldean subjetividades y discursos; a tal punto de arriesgar la vida para ocupar una de las sedes del poder político de los EE.UU. ¿Equivocamos al pensar que el terraplanismo es una rara pero peligrosa forma de fundamentalismo? 

Estos emergentes se configuran en el nuevo espacio público de las redes -principalmente YouTube y Twitter-, conformando un espacio que los constituye como nuevos sujetos políticos, ávidos de ser representados políticamente. Aquí es donde el mundo del pensamiento mágico se superpone con las democracias y sus representantes. Esto proyecta un nuevo escenario de lo político y de la política. Nos expulsa a dirigencias outsiders, que sin prejuicios catalizan y promueven estas posiciones ultras en pos de capitalizar un nuevo nicho electoral. En este contexto, ¿de qué manera pensaremos la política? Y en nombre de la democracia, ¿estará todo permitido?

El merodeo digital

De lo acontecido en el Capitolio recupero un aspecto poco cuestionado: la decisión de Twitter y Facebook de cerrar cuentas asociadas a este conflicto. Desde el mismo presidente hasta quienes postearon a favor del evento, 70.000 cuentas fueron canceladas, en su mayoría vinculadas al movimiento QAnon. Las redes como nuevos espacios públicos, representan un constructo enunciativo y performático que moldea acciones y ocupaciones, tanto en las redes como en las ciudades. Dicho de otro modo, las redes estarían generando nichos de pertenencia, de distinción. 

Estos nuevos espacios públicos se articulan por un conjunto de opiniones y sentidos, fotografías, posteos, memes, hashtags y debates articulados, en parte, por nuestros algoritmos de búsquedas e intereses, pero también por nuestra producción de contenidos. Volviendo a nuestro aspecto cuestionado, como si se tratase de la aplicación de la figura del merodeo (ex Código de Faltas de Córdoba), Twitter y Facebook cancelaron cuentas, y con ello, ejercieron rol de contralor. ¿Es potestad de las empresas o de los organismos jurídicos? Este planteo no debe confundirse con un apoyo a estas ideas, en absoluto, simplemente intento plasmar una reflexión: en vez de ser QAnon y Trump, ¿hubiéramos sido nosotros? ¿Quién establece lo permitido?.

Como prosumidores de estas redes, le damos sentido, y dividendos. “Nuestras” redes sociales son la huella digital personal, nosotros en el Orden Digital. ¿Qué derechos tenemos sobre ellas? Las recientes actualizaciones de WhatsApp y la migración masiva hacia Telegram o Signal expresan la importancia de una privacidad de datos. Jurídicamente, ¿a qué distancia estamos de un derecho de propiedad legal sobre ellas? ¿Son las empresas o los Estados quienes deben controlar sus contenidos y vigencia?.

Este escrito no busca aportar respuestas sino generar inquietudes. Lo digital se expresa cada vez más como un orden social, estético y político que merece pensarse. Transitamos un cambio de época que merece atención: álgidos avances tecnológicos, decadencia del Estado-nación y su representación democrática, concentración extrema de la riqueza, pandemia y capitalismo del control, y nuevos sujetos políticos que ponen de cabeza al mundo; vale preguntarnos entonces, ¿estamos pensando en ello?    

(*) Doctor por la UNC, especialista en espacios públicos y mediatización urbana. Becario posdoctoral del Conicet e Investigador Asociado de la Universidad de Chile. Miembro investigador del INVIHAB-IDH Conicet; del Núcleo Inteligencia Artificial, Sociedad y Comunicación de la Universidad de Chile; y del Equipo de investigación I-Polis Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.

 

 

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